Viviendo sin vivir
Me sentía desamparada y vacía
Por Johanna Ochoa
Desde que era muy pequeña, mi abuelita materna me platicaba acerca de Cristo. Ella fue la primera persona que me habló de Dios y siempre procuró que yo creciera conociendo su Palabra. Pero aunque tenía conocimiento sobre Jesús, crecí sin experimentar una relación personal con Él.
En casa había un problema de alcoholismo. Esa situación provocaba que hubiera gritos, peleas, llanto y mucha desesperación. Me sentía desamparada y vacía. No tenía un motivo que me impulsara a vivir. Quería desaparecer de esta tierra y terminar con todo.
Por muchos años me sentí así. No tenía metas, sueños, amigos, ni una familia que me procurara. Vivía en un mundo de oscuridad que consumía mi juventud, mis fuerzas y mi tranquilidad.
Un día mi tía me invitó a un evento evangelístico y ahí conocí a muchos jóvenes. Todos se veían alegres y disfrutaban lo que hacían. No pude evitar pensar: «Yo quiero verme así». Por eso seguí asistiendo a esos eventos, y como resultado empecé a salir y a socializar mucho más.
Dios fue trazando todo para que conviviera con otras personas y lo disfrutara. Sin proponérmelo, estaba metida en grupos de estudio de la Biblia, campañas de evangelismo, visitas a hospitales y otras labores. Sin embargo, aun con todas esas actividades y teniendo una actitud más positiva, me seguía sintiendo sola y desesperada.
Entonces entendí que solo si me rendía a Cristo habría una transformación en mi vida. Comprendí que no solo se trataba de identificarme como cristiana, sino de vivir como tal. De nada me servía hacer voluntariado en todos lados si mi corazón seguía herido, vacío y angustiado.
Tomé la decisión de seguir a Cristo y de entregarle mis luchas, mi amargura, mi desesperación y lo más grande: a mi familia.
Han pasado varios años desde que decidí seguir a Jesús. Mi fe se ha puesto a prueba en gran cantidad de ocasiones, con luchas y desafíos. La situación en casa muchas veces es la misma, pero ya no soy esa mujer que buscaba desaparecer y ser consumida por la oscuridad.
Ahora he puesto mi esperanza en Jesús y vivo cada día buscando reflejar su luz. Sé que aún falta camino por recorrer y estoy dispuesta a seguir trabajando y a dejar que Dios guíe cada paso que doy. Elegí el único camino que me podía dar vida plena.
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