Mi encuentro personal con el Dios de milagros
Todo mi ser se conmovió. Estaba expuesta a algo asombroso y desconocido: La presencia de Dios
Por Martha Lila Castillo y Sosa de Sousa
Sufría intensamente en medio de una tormenta biológica. Padecía entonces una tiroiditis subaguda que los médicos no habían podido controlar. Los endocrinólogos no sabían qué hacer conmigo.
En ese entonces, estaba casada y aún desconocía el regalo sobrenatural que Dios me tenía preparado para mi tercer aniversario de bodas.
Unos meses antes había conocido a una mujer cristiana extraordinaria, que se convertiría en uno de los personajes más significativos de mi vida: Elizabeth Díaz Duarte.
El inolvidable suceso ocurrió un sábado por la mañana. Me dispuse a asistir al lugar de la cita: el piso 18 de un lujoso hotel en el centro de la Ciudad de México. El conferencista invitado que dio su testimonio, era un médico gineco obstetra y había sido curado de un cáncer con metástasis en las vértebras, el cual le producía un dolor tan insoportable que tenía que manejarse con morfina.
Alguien lo llevó a un hermano cristiano con don de sanidad que oró por él. Inmediatamente fue salvo y sano. Al día siguiente ya estaba de regreso en el quirófano, operando en una cirugía mayor de seis horas de duración, sin dificultad. Desde entonces dedicó su vida a dar testimonio de lo que Dios había hecho por él y a orar por los enfermos ya que de gracia recibimos y de gracia damos.
Dio una invitación para conocer y aceptar a Cristo. Todo mi ser se conmovió profundamente al experimentar lo que estaba pasando. Estaba expuesta a algo asombroso y desconocido: La presencia de Dios. Me acerqué llorando y temblando. Me entregué y me abandoné al Señor. Fue un encuentro que marcó mi vida y mi existencia para siempre.
Poco recuerdo de palabras y actitudes, solo percibí que ahí estaba Él con sus brazos abiertos, para acogerme en medio de una luz muy intensa. Tuve que ser asistida por mi esposo y mi amiga, y no sé cuánto tiempo pasó. Solo supe que mi vida fue transformada.
Al volver a la realidad cotidiana, me percibí a mí misma muy diferente. Estaba llena de una paz que no había conocido antes, completamente sana y feliz.
Posteriormente en cuanto regresaba a la visión de lo que ocurrió, ríos de llanto corrían por mis ojos. Mi convicción de eternidad, se hizo presente en mi vida: Dios está vivo y Cristo vive en mí.
No volví a tomar ningún medicamento. Unas semanas después, me hicieron todos los controles de laboratorio y todo salió normal. En el expediente el médico anotó como diagnostico final: Remisión espontánea de Tiroiditis.
Fue un verdadero milagro. No me queda más que dar gloria al Dios Trino y Uno.