Diez operaciones para sanar

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El yeso le cubría desde el pecho hasta los tobillos, y estuvo en una sola posición durante seis meses y aun en esta situación alababa a Dios

Por Eva Reyes de Quijano

en colaboración con GCM

Mi pequeña Karen nació con luxación de caderas. Al principio, mi esposo Julio y yo la llevamos al doctor para que la atendieran, pero después decidimos acudir al Médico de médicos, de tal modo que todas las noches orábamos a Dios por la sanidad de Karen.

Pasaron algunos días, meses, y yo veía que Karen estaba sanando. Pero mi esposo se desesperó, dejó de darle importancia a este hecho y tristemente regresó a su vicio: el alcohol. Este le hacía olvidar todo, hasta la enfermedad de nuestra hija, empeorando la situación porque ya no orábamos ni mucho menos la llevábamos al doctor.

Cuando Karen cumplió los siete años, casi no podía caminar. Fue entonces cuando mi esposo se preocupó, y la llevamos con varios ortopedistas, quienes nos decían que la única solución era realizar diez operaciones.

¡Diez operaciones! Esto representaba para mi esposo y para mí una gran carga moral y económica.  ¿Qué íbamos a hacer? No contábamos con los recursos económicos para afrontar los gastos de hospitalización y las operaciones. Además, mi esposo se había alejado de Dios, convirtiéndose en un borracho.

No pude quedarme más tiempo callada y les conté mis problemas a mi familia y a mis hermanos de la Iglesia Evangélica Sión. Cuando más difícil parecía todo, varias personas nos apoyaron con ayuno y oración y Dios obró el milagro.

Mi esposo empezó a acercarse a Dios para pedirle por nuestra hija. Abandonó el vicio del licor y al poco tiempo pudimos hospitalizar a Karen sin costo alguno.

El día 28 de noviembre de 1984, Karen fue operada de las ingles y durante unos días tuvo unos clavos atravesando sus muslos, de los cuales pendían unas pesas de cuatro kilogramos de peso. sabíamos que Dios estaba con nosotros.

Dos semanas después Karen volvía a ser operada de su cadera derecha. Antes de bajar al quirófano, puso su vida en las manos de Dios. Al estar en la sala de operaciones, entre tantos doctores vestidos de azul, ella vio a uno vestido de blanco que le dijo: “Karen, no tengas miedo. Yo estoy contigo. Lo estaré siempre”.

Una de esas noches en que mi hija se sentía mal por el dolor, la sed y la comezón, llegó a su cuarto un joven, no sabemos de dónde. Era ya muy tarde y visitas a esa hora no se permitían. Ella estaba despierta cuando el muchacho le dijo: “Dios me ha enviado a orar por ti, Karen”. Tan pronto oró, inmediatamente cesó todo el dolor y mi hija pudo dormir con tranquilidad.

Seis días después de la segunda operación, le hicieron una ventana en el yeso y el doctor al revisarla se sorprendió, porque la herida estaba totalmente sana.  El 2 de enero de 1985, Karen fue operada por tercera vez. El yeso en esta ocasión le cubría desde el pecho hasta los tobillos, y estuvo en una sola posición durante seis meses y aun en esta situación alababa a Dios, cantando en Iglesias, reuniones y parques.

En menos de una semana fue dada de alta, a reserva de seguirla llevando a revisión para programar las otras siete operaciones. Sin embargo, al paso del tiempo y al quitarle el yeso, los doctores la examinaron y se quedaron maravillados al ver que ya no necesitaba las otras siete operaciones.

Dios obró el milagro en Karen sanándola totalmente, y también en mi esposo, quien ha entregado su vida a Él. Ahora nuestra familia se ha unido más y Karen al igual que nosotros, le da gracias a Dios por su completa recuperación.

Nuestros parientes más cercanos y amigos también se han gozado con nosotros, especialmente un cuñado mío que antes era un alcohólico y ahora al igual que mi esposo, ha aceptado a Jesucristo como su Salvador. Solo nos queda decir que en verdad el tiempo de los milagros no ha pasado, que Dios sigue siendo el mismo de ayer, hoy y por siempre.

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