La paz que sobrepasa todo entendimiento
A solo una semana de haber enterrado las cenizas de mi padre, estaba yo sentada en la sala de mi hermana, sosteniendo la frágil mano de mi mamá y me di cuenta de que a sus 64 años de edad, ella también fallecería pronto
Por Lisette Díaz de Ball
El 7 de mayo de 2018, a solo una semana de haber enterrado las cenizas de mi padre, estaba yo sentada en la sala de mi hermana, sosteniendo la frágil mano de mi mamá y me di cuenta de que a sus 64 años de edad, ella también fallecería pronto. El estar sentada ahí tan cerca del final de un capítulo importante y el inicio de otro, fue una experiencia extraña y a la vez especial. Sentía una paz profunda.
En la última conversación que tuve con mi mamá, le pregunté qué era lo que ella sentía que Dios estaba haciendo en esta etapa de su vida y en la de nosotros.
Ella me respondió sin dudar: “Nos está dando una paz que sobrepasa todo entendimiento”. Y continuó diciendo: “Si estás contento y cómodo, si todo va como lo planeaste y como deseas que vaya y tienes una sensación de seguridad y protección, ¿cómo puedes entonces saber que tienes paz? Eso solo significa que tu vida va bien y así es fácil disfrutarla.
Pero si nada va como planeas, si estás luchando ante las circunstancias inciertas, y si aun así experimentas paz, entonces sabes que la paz de Dios está contigo y que es real. ¡Qué regalo nos ha dado el Señor! Es el deseo que todas las personas tienen, sin embargo solo se puede experimentar de verdad en situaciones como esta”.
En ese momento yo lloraba y también estaba de acuerdo con ella, porque lo que estaba diciendo era tan cierto. También era una lección de humildad.
Recientemente nuestra familia ha experimentado esa paz, en medio del deterioro de la salud de mi mamá, un asalto a mano armada a mis padres, la muerte repentina de mi papá por un infarto y dos semanas después con la partida de mi mamá, más lenta y dolorosa.
Todo esto en menos de 6 meses, y en medio de otros grandes retos y cambios en nuestras vidas.
El resto de la tarde y en la noche estuvimos sentadas en silencio. No había mucho qué decir, solo profundizar en algunos pensamientos. Simplemente esperábamos lo que venía, en paz y en sumisión.
Al estar ahí, pensando en su vida y en las innumerables cosas que he aprendido de ella, me sentí agradecida y de verdad honrada de haberla conocido y aún más de haberla tenido como mi mamá. Ella fue muy importante y de mucha influencia en mi vida.
Marilyn Harris era una mujer de Dios y estaré siempre agradecida por el ejemplo poderoso y el fuerte apoyo que fue para mí. Yo no sería la mujer que soy si no la hubiera tenido cerca, en los capítulos más importantes de mi vida, para guiarme hacia el Señor y si no hubiera sido testigo de primera mano de su confianza y sumisión hacia Dios.
¡Era tan hermosa! En la forma en la que se conducía: con confianza y sencillez. Era un retrato de humildad. Sabía quién era y a quién le pertenecía. No pensaba de sí misma como menos o más que otros. Tenía una habilidad única de ver a todos como iguales, sin importar dónde estuvieran o de dónde venían.
No puedo pensar en ninguna ocasión en la que hablara con odio o con rechazo acerca de alguien, ni siquiera de los que alguna vez la habían herido. Al contrario, estaba siempre dispuesta a darles el beneficio de la duda, y a perdonarlos, sabiendo que ella también había sido perdonada. No tenía miedo ni le atormentaba lo que otros pensaran de ella. Siempre ayudaba a otros a crecer.
Era una persona que pensaba con profundidad y tenía una razón de peso para cada cosa que hacía o en lo que creía. Tenía una mente increíble y nosotros solo conocíamos una parte de ella. Solíamos bromear con que ella era nuestra enciclopedia andante y nuestra concordancia bíblica, no porque ella supiera todo, sino por lo que ella sabía que conocía bien y que nos podía compartir con una visión profunda.
Siempre estaba aprendiendo, y también era una excelente maestra. Era lo que algunos llamarían genio, capaz de resolver lo que fuera que se propusiera, creativa y extremadamente talentosa, pero también sin necesidad de llamar la atención. Aunque pasara desapercibida.
Celebraba de manera sincera los logros de otros y dio su vida ayudando a otros a tener éxito. Era abierta y honesta con respecto a sus pensamientos y sus luchas. Incluso hasta el final, seguía preguntando, escuchando, pensando, procesando y compartiendo. Era una de esas personas que entre más sabía, más reconocía lo poco que realmente sabía.
Yo pienso que esto es lo que la mantuvo siendo humilde y a la vez generosa. Tenía una fe sencilla y una confianza absoluta en Dios y eso la hizo una persona consistente y extraordinaria en cada época de su vida.
Sabía varios idiomas pero disfrutaba más el hebreo y el griego por lo que ella podía aprender a través de ellos. Era multicultural y tenía una pasión por alcanzar al mundo para Cristo. Disfrutaba realmente la música y tocaba varios instrumentos. Utilizaba sus conocimientos en idiomas, música y cultura para equipar a otros para tener una visión más amplia sobre Dios para sus vidas y su misión.
Al crecer, uno de los regalos más grandes que mi mamá me dio fue la libertad de pensar por mí misma y descubrir mis dones y habilidades, sin tener que cumplir con alguna expectativa o moldes previos. Ella me inspiró a no aceptar cualquier cosa sino a someter todo a un proceso para definir si era cierto o no, de beneficio o una pérdida de tiempo.
También me enseñó con su ejemplo lo que es orar todo el tiempo y en todas las épocas de la vida, buscar la guía de Dios, discernimiento, entendimiento, fe y fuerza. Ella me escuchaba, y me enseñó a escuchar.
Dios era parte de su vida diaria, no de manera religiosa, sino en su relación con Él. Ella lo conocía, le interesaba más hacer la voluntad de Dios, que la de nadie más, incluso la suya. Como resultado de su confianza en Dios, me inspiró a hacer lo mismo. Me enseñó la importancia de memorizar versículos, no de manera religiosa sino para ponerlos en práctica y en mi vida de oración.
Aprendí mucho sobre la sumisión, amor, fe y esperanza en los momentos buenos y malos en la vida. Me mostró también el valor del dinero y el buen manejo de este. Aprendí al verla, a equilibrarlo bien al no darle demasiada importancia ni pensar tanto en ello, y mucho menos preocuparme por él.
Su ejemplo me enseñó el valor del matrimonio y los hijos. No puedo contar el número de veces que escuché decir a diferentes personas dentro y fuera de nuestra familia, lo exitosa que hubiera sido como autora o conferencista, inventora, o en el mundo de los negocios. Y el dinero y estatus que pudo haber obtenido. Pero después escuchaba la respuesta poco diplomática y muy segura de mi mamá, diciendo que su matrimonio y nosotros, sus hijos, éramos la inversión más importante de su vida.
Es curioso pensar que mi mamá pudo haber sido tantas otras cosas que la gente hubiera admirado, y de todas formas eligió ser una esposa, una madre y una maestra.
Como su hija y principal beneficiaria de esa decisión, no puedo agradecerle lo suficiente que nos valorara tanto. No porque cualquiera de esas aspiraciones estuvieran mal o fueran dañinas sino porque ella fue sensible a lo que Dios tenía para ella en México, era fiel a su llamado y como resultado estaba satisfecha con ese papel.
Ella siempre estuvo al lado de mi padre. Durante los momentos más difíciles y dolorosos, lo respetó y lo apoyó con amor. Con gusto se unió a él en sus pasiones y fue un instrumento al traer las Buenas Nuevas de Jesús a Cuajimalpa y a construir la Iglesia ahí. Nunca esperó que la vida fuera fácil. Creo que eso la hizo ser increíblemente resiliente y estar llena de esperanza.
También fue la persona más peculiar que he conocido. Ella lo sabía y no tenía ningún problema con eso, pues sonreía cuando nos reíamos por algo que había hecho o que había dicho. Eso hizo que nuestra niñez fuera divertida y no demasiado seria.
Le encantaba contar historias. Me hizo disfrutar la lectura y me dio un aprecio especial por las biografías, lo cual me permitió tener impresionantes modelos a seguir al ir creciendo.
Algunas de las conversaciones más largas y reveladoras que he tenido en mi vida fueron con ella. Dio lo mejor de sí misma y yo fui bendecida por eso. Lo que más voy a extrañar serán nuestras conversaciones. No he tenido a nadie en mi vida como mi madre: que escuche todo, acerca de todo, a cualquier hora del día, y que me de su perspectiva tan sabia, tranquila, llena de ánimo y apoyo en oración, así como ella lo hizo.
Al acercarse el nacimiento de nuestro tercer bebé, que es una niña, pienso seguido en mi mamá. Su vida y muerte fueron para gloria de Dios y una bendición para aquellos que la conocieron. Al ver su vida, me siento honrada y retada por la responsabilidad y el privilegio que se me ha dado y se me ha confiado como esposa y madre.
Estoy en duelo por la muerte de mis padres porque cada uno jugó un rol único e irremplazable en mi vida pero estoy eternamente agradecida por el tiempo que los tuve y por lo que dejaron detrás.
Con amor, en memoria de mi mamá, quien fue una humilde seguidora de Jesucristo y una poderosa influencia, oro que ustedes sean animados y retados a vivir por lo que realmente importa.