La leyenda de Lucanor, una parábola de los Andes
El más valiente guerrero solo pudo ser vencido en nombre del amor
Por Víctor A. Vázquez
Lucanor, el noble y valiente guerrero araucano, ha logrado llegar a la cumbre de la imponente montaña.
Muchas horas de fatigosa ascensión hubo de necesitar para ver coronado su esfuerzo. Ahora, después de un breve descanso, con el sigilo de un puma al acecho, Lucanor se coloca bajo el enorme nido que con paciente empeño construye una pareja de cóndores en la cúspide de un risco.
Es que el fuerte y osado guerrero pretende capturar, usando sus manos desnudas, al rey de la montaña, ¡al cóndor de los Andes! Solo así, cazando uno vivo y presentándolo ante el consejo de su pueblo, podrá ser nombrado caudillo de todos los guerreros y lograr que el padre de su amada acceda a concedérsela como esposa.
Tensos los músculos y el oído atento, Lucanor espera. De pronto, escucha el batir poderoso de unas alas que raudas se aproximan al nido. Con veloz movimiento, producto de una temeraria determinación, atrapa al cóndor por las patas. Este se revuelve furioso y trata de librarse. Se entabla entonces una sorda lucha entre el hombre y el ave.
Cuando todo parece perdido para el guerrero en la fragosa batalla, con un supremo esfuerzo, hijo de la desesperación y el coraje, Lucanor logra atrapar las alas del ave y por fin, la inmoviliza, la ata fuertemente y se yergue altanero.
Por toda la montaña resuena el grito del vencedor: —¡He triunfado!
Sangrante, cansado pero satisfecho, con el ave vencida y humillada sobre sus hombros, inicia el descenso hacia su pueblo en donde lo espera la gloria. Pero en eso aparece la hembra del ave capturada, quien desde las alturas lanza fuertes chillidos:
—Lucanor, ¡coma tine modu! —que en el lenguaje de las aves significa: —Lucanor, déjalo en libertad. Si lo haces, prometo enseñarte el lugar en que los antiguos enterraron sus tesoros. Serás inmensamente rico.
El triunfador sigue el descenso, pero vuelve a escuchar:
—Lucanor, ¡coma tine modu! Déjalo libre y te daremos a comer la fruta del árbol sagrado; con ella serás el hombre más sabio de todos los tiempos.
Lucanor sigue su camino. Y por la montaña resuena el grito, ahora furioso, ahora triste, ahora implorante:
—Lucanor, ¡coma tine modu! Lucanor. . .
Llegan al pueblo. Los miembros del consejo acogen con júbilo al héroe. Bellas doncellas lo ungen con hierbas aromáticas y lo visten con espléndidos ropajes, como corresponde al caudillo más valiente de todos los araucanos.
El cóndor es colocado en una fuerte jaula en el centro del poblado. El más anciano de los consejeros de la tribu ofrece al ave el corazón de un ciervo recién muerto pero con orgulloso gesto, desdeña la ofrenda y eleva sus ojos al cielo donde revolotea su amada compañera.
Lucanor es declarado caudillo de los más bravos guerreros. Va ahora a matar al cóndor, pues con su plumaje deberá fabricarse un penacho majestuoso, símbolo de su rango.
Se levanta la mano firme y decidida, empuñando el hacha ceremonial con la que cercenará el cuello del ave, cuando se escucha un grito de mujer:
—Lucanor, ¡coma tine modu! —Es su amada, la dulce muchacha que será su esposa, quien le hace esta súplica: —Déjalo libre y te enseñaré el amor.
Lucanor rompe la jaula y el imponente cóndor vuela alto, muy alto, y se reúne con su hembra. Juntos regresan a su montaña, uniendo sus cuellos allá en el aire.
Y cuenta la leyenda que Lucanor llegó a ser rey de su pueblo y vivió feliz rodeado del cariño de sus hijos, siempre al lado de la mujer amada. Cuenta también que mandó grabar en su escudo la inscripción: “Lucanor, coma tine modu” para que la posteridad supiera que el más valiente guerrero solo pudo ser vencido en nombre del amor.