Mi niño se fue

Mi niño se fue.png

De la desobediencia y el dolor al gozo

Por Cynthia León Caballero

Yo amaba a mi esposo, pero él no me amaba a mí. Llevábamos 13 años de casados y teníamos dos hijos: Cathia la primogénita y Roberto Carlos. Mi esposo me engañaba y teníamos pleitos y situaciones que me denigraban como mujer, esposa y madre. Él siempre estaba fuera de casa trabajando. Me dejaba sola con los niños y los pocos momentos que tenía libres los dedicaba a sus padres. Yo no era feliz y no entendía por qué tenía esa tristeza, ese vacío.

Provengo de una familia cristiana. Me casé a los 19 años con un varón incrédulo, en desobediencia abierta a Dios. Al año, cuando nació mi hija, la presenté en la Iglesia y me alejé de Dios. A mi esposo no le gustaba que yo asistiera y yo me acomodé.

El trabajo era mi escape de todo y sin darme cuenta empecé a descuidar a mis hijos. Un poco antes de que cumpliéramos 15 años de casados, nuestro matrimonio ya estaba tan mal que ni hablábamos. El día del padre discutimos y yo lo ofendí.

Por la mañana le pedí perdón, pero él se volvió en mi contra así que le dije: “Ni un día más”. Peleamos tanto que ya cuando tenía que irme a trabajar, me golpeó. Yo decidí dejar que me golpeara pues esto sería lo último que él me haría.

Salí de casa y llevé a mis hijos a la escuela llorando en el camino. Les pedí que no comentaran nada de lo que había pasado en casa. Me abrazaron y me consolaron. Me había apretado tanto que, si mi hija no hubiera gritado y golpeado a su papá, no sé qué hubiera pasado.

Ese día él salió de casa para ya no volver. Mis hijos destrozados, aunque no lo decían, me preguntaban con frecuencia por su padre. Durante 15 años yo les había enseñado a amarlo. Él era su padre y ellos lo necesitaban.

Transcurrieron casi 3 meses de nuestra separación. El día que me dieron la noticia de que ya estaba legalmente divorciada fui muy feliz. Planeé salir en diciembre con mis hijos, pero nada se pudo concretar. Carlitos había enfermado de gripe y tenía mucha temperatura. Ese día fuimos a comer juntos pero salimos pronto a comprar medicamentos. Carlitos no quería comer, se sentía muy mal.

Fuimos al médico y le solicité análisis completos de sangre para el niño. El médico respondió que no era necesario, pero yo insistí y me preguntó el por qué. Le dije que yo sentía que algo no estaba bien: “Mire sus dedos, las uñitas están moradas a la mitad y creo que algo pasa”.

Cuando el médico me llamó para darme los resultados, me dijo: “Señora tenía razón. ¿Tiene servicio médico para el niño?”, “Sí” contesté. “Lléveselo por favor, es urgente que lo vean. El niño está muy grave y se puede morir. Tiene leucemia”.

Buscamos otra opinión con un médico amigo de su papá, quien confirmó el diagnóstico. “¡Llévenlo al hospital!” dijo. Subí a mi hijo al coche y empecé a platicar con él. No quería ir. Armándome de valor le dije: “Mi amor, no te preocupes. Todo estará bien, no tengas miedo. No me voy a separar de ti. Dios no nos va a dejar. Solo te pido que seas muy fuerte y valiente”.

En el hospital fue una locura. Mi hijo estaba muy asustado. En un momento me solicitaron que saliera de la habitación del niño para hacerle más estudios. Caminé y me detuve en una pequeña capilla en el mismo piso. Entré y clamé: “Padre Santo ¿qué he hecho o qué dejé de hacer? ¿Por qué todo esto?”.

Comprendí que yo había fallado en todo. ¿Con qué cara pedía si me había alejado de Él hacía tanto tiempo? “Padre, perdóname” le dije, “no tengo derecho a preguntar nada ni mucho menos reclamar. Gracias por darme a mis hijos. Por prestarme 9 años a este ángel. Hoy yo te lo devuelvo, es tuyo. No sé cuánto tiempo más lo dejarás. Si te lo vas a llevar está bien, solo te pido que sea rápido, Señor. No permitas que sufra. No podré soportarlo. Yo no te reclamo nada, tú sabes lo que haces. Por favor que no sufra”.

A los 2 días nos fuimos a la Ciudad de México. Sabía que tenía mucha familia ahí, pero ¿en dónde? No tenía direcciones ni teléfonos. Conocí a un matrimonio joven que era de Minatitlán que nos ayudó. Él trabajaba en el Ejército y pertenecían a una Iglesia en México. En diferentes Iglesias oraban por él.

Me dijeron: “No te preocupes, ¿qué necesitas?”. Les pedí sangre y plaquetas. Ellos convocaron a los soldados y dos días después había una gran fila de donadores. “Ven con nosotros a la Iglesia” me invitaron, “ahí están orando por tu hijo”. Acepté. Al llegar una mujer se acercó y me dijo: “No te preocupes, todo estará bien. Ya estás en el lugar de donde nunca debiste haber salido”.

Empecé a llorar. Me sentía tan sucia delante de Dios. Nunca le había dado gracias por todo lo que me había dado. A partir de ese día el Señor me permitió ver su mano, su amor y su misericordia. Empecé a leer la Biblia con mi hijo y soñábamos con salir de ahí y ayudar a otros niños. Ahí mismo mi hijo empezó a orar por otros niños y hablar del amor de Dios.

Salimos después de un mes. Carlitos estaba respondiendo al tratamiento. Al siguiente sábado, como había prometido, lo primero que hicimos fue ir a la Iglesia. Él agradeció que habían estado orando por él y dijo: “Doy gracias a Dios por esta enfermedad, porque no se la dio a cualquiera. Yo soy fuerte y por eso me la dio”. Todos comenzamos a llorar.

Al siguiente día fuimos a la Iglesia en donde mi tía Esther era pastora. Parecía fiesta ver a Carlitos ahí. Ellos también oraron por la salud de Carlitos. Lo invitaron a salir con el grupo de niños. La maestra estaba impactada por la manera en que él daba testimonio de lo que pasaba en su vida.

Más tarde le dio mucha temperatura. Regresamos al hospital y lo internaron, ya que en el último tratamiento antes de salir del hospital al ponerle una inyección le infectaron el brazo. Se hinchó tanto que él me decía: “Mamita, mi brazo está negro ¿verdad que no me lo van a cortar?”.

“No, mi amor, Dios está contigo. No, Él no va a permitir que eso suceda” le aseguré.  Cuando podía me metía al baño a llorar y a orar pidiendo que no le fueran a cortar su brazo.

Quería volver a casa a celebrar su cumpleaños. Hablé con la Doctora y le dije: “Carlitos cumple años el 29 de noviembre. ¿Nos dejará ir a Minatitlán? Por favor déjelo ir y volvemos el día que nos indique”. Gracias a Dios superó la infección y le volvieron a aplicar el siguiente tratamiento.

El día 29 de noviembre volvimos a casa. Él estaba contento pero se sentía mal. Hacía su mejor esfuerzo. Toda la familia extendida lo recibió en casa con un pastel. Se habían rapado para unirse a él. Llorando dábamos gracias porque Dios nos había permitido volver a casa.

Al siguiente día empezamos los preparativos para el décimo cumpleaños de Carlitos. El sábado amaneció con mucha temperatura. Comió muy poco y me pidió que lo subiera a su recámara. Se sentía cansado. Partimos el pastel y abrimos sus regalos con mi familia. Él los veía, pero sin ninguna emoción. Me dolía el corazón al ver su carita triste. 

Pasaron varios días más. Él me había pedido que no lo llevara al hospital, quería estar en casa. Logré que fueran a casa a tomarle las muestras para los análisis, pero él seguía con mucha temperatura. Recuerdo sus ojitos llenos de dolor.

Su estado de salud empeoró y lo internamos. Esto lo enojó mucho porque no quería regresar al hospital. Pero era necesario. Cada día que pasaba empeoraba.  Pedí al doctor que lo mantuviera dormido para que no sufriera. Por momentos yo salía a mi trabajo y regresaba lo más pronto pues él quería tener cerca a su mamá.

Su papá se quedaba con él por las noches. Mi hermana Heidy, me ayudaba a cuidarlo mientras yo salía por momentos a mi trabajo. Me llamaba diciendo: “Carlitos pregunta por ti. Quiere que estés con él”. Antes de regresar al hospital me armaba de valor para estar a su lado. Lloraba y le decía a Dios: “Señor aquí estoy yo, te doy mi vida a cambio de la de él. Por favor, ya no puedo verlo así”.  

Era el viernes 7 de diciembre. Carlitos anhelaba bautizarse y días antes le había pedido a mi tía Esther la pastora que lo hiciera, pero ella no había podido ese día. Regresamos a Minatitlán donde llegó al hospital mi primo José de Jesús que también es pastor. Me dijo: “Vine porque sé que él quería ser bautizado. Consigue agua, lo voy a bautizar”. Carlitos ya no se levantaba. Yo creía que ya no me escuchaba.

Carlitos aceptó al Señor y José de Jesús lo bautizó. 

Sucedió algo increíble: al momento mi hijo se levantó de la cama. Yo no podía creer lo que pasaba y mi primo menos. Me di cuenta que era el momento en que él partiría a la presencia de Dios. Hablé con uno de mis primos y le pedí que trajera a Cathia al hospital a despedirse de su hermano.

“Hija, tu hermanito está muy mal, yo creo que él ya se irá. ¿Quieres despedirte de él?” le dije. “Sí” asintió.  “Entonces debes ser muy fuerte, no quiero que llores. Él debe estar seguro que tú y yo estaremos bien. Dile que ya debe irse, que tú cuidarás de mí”.

Entró a ver a su hermano y platicó con él. Después se fue a casa. Luego hablé con mi ex esposo.  Volví al lado de Carlitos y le dije: “Hijo, estoy muy orgullosa de ti, Dios no me pudo bendecir más. Me dio al mejor hijo. Eres tan fuerte y valiente, el mejor regalo de Dios. Yo estaré bien y tu hermanita estará conmigo. Creo que ya has luchado mucho, mi niño. Ya cumpliste, mi amor. Ya es tiempo de irte. Allá estarás mejor, ya no te dolerá nada mi amor. Ya es tiempo.  Ya me demostraste lo fuerte y valiente que eres. Yo estaré bien, te lo prometo mi niño”.

Le pregunté que si quería que lo arrullara y me contestó que sí. Le cantaba y me decía, esa no, y pregunté: “¿Quieres que te cante la alabanza que canta abuelita?” “Sí” respondió.  Llamé a mi mamá y le dije: “Mamita, Carlitos quiere que le cantes la alabanza”. Ella empezó a cantar. Él se quedó quieto y dejó de moverse. Poco a poco dejó de respirar. 

“Mi niño ya se fue”, le dije a la enfermera. Ella llamó a la doctora de guardia para que revisara a Carlitos y solicitó los aparatos para dar electrochoques. Tomé su mano y pedí: “No lo toque, déjelo por favor. Él ya ha sufrido mucho. Ya está bien, déjelo ir. Ya por favor”.

“Si señora. Declaro que Carlitos ya falleció siendo las 15:00 del día 7 de diciembre del 2007. Espere afuera, lo prepararemos para que se lo podamos entregar”. Salí y llamé a su papá: “Mi niño ya se fue, avísales a los demás. Necesito que vengas, hay que firmar documentos”.

El sábado lo sepultamos y el domingo nos reunimos a comer con la familia que había venido a apoyarnos. Luego Cathia y yo nos quedamos solas.

Empezamos a ir a la Iglesia Faro de Gracia en Coatzacoalcos, Veracruz donde asistían mi madre y mis hermanas. Me tomé de la mano de Dios de una manera increíble. Todos los que me veían decían: “No entiendo ¿cómo puedes ser tan fuerte? Yo ya me hubiera vuelto loco de dolor. ¿Cómo puedes?”  Yo sonreía: “Es Dios. Me dio el mejor regalo del mundo, dos meses al lado de mi hijo. Como nunca jugué con él, nos divertimos y reímos. Creo que nunca antes en toda la vida de mi hijo estuve con él como lo hice ahora y eso me dejó en paz. ¿Crees que tengo algo que reclamarle a Dios? Vi su mano, su amor y su misericordia en todo momento”.

Yo trabajaba mucho para poder mantener a mi hija y pagar todos los gastos derivados de la enfermedad de Carlitos. Me tomé de la mano de Dios. Él se volvió el centro de nuestras vidas y gracias a eso superé mi gran pérdida. Renové mis votos con Dios y decidí ayudar a otras personas, pero primero amar más a mi hija.

Le pedí perdón por no ser mejor madre. Nos comprometimos a luchar juntas, a amarnos, levantarnos y no dejar de buscar a Dios. El 29 de noviembre del 2008, cumpleaños de Carlitos, entregué a un grupo de mujeres necesitadas todas sus cosas. Esa fue la mejor manera de celebrar y recordarlo: ayudando a otros.

Cuando Cathia cumplió sus XV, recordándole que a su hermano le hubiera gustado verla celebrar, le hice una pequeña y hermosa fiesta al lado de nuestra familia. Ahora estaba Dios en nuestras vidas y había comenzado a restaurarnos.

En mayo del 2010 me enfermé. Requería una cirugía y regresé al hospital. No quería ir por mis recuerdos. Me operaron en octubre del 2010. En el proceso conocí a una persona con la que me identifiqué. Le pedí a Dios, que si Él me daba la oportunidad de formar una nueva familia, fuera al lado de un hombre que no me separara de Él. Tenía miedo de fracasar.

Un día este varón me propuso matrimonio. El pastor de mi Iglesia me dijo: “Cynthia, haz las cosas correctas, conforme a lo que Dios quiere. ¿Cómo darás ejemplo a tu hija?”. Decidí obedecer y después de la ceremonia civil Dios me dio la oportunidad de cumplir mi sueño de casarme por la Iglesia.

Mi esposo y yo estudiamos más la Palabra, nos preparamos y comenzamos a servir juntos a Dios, quien nos restauró con amor y misericordia. Hoy mi vida tiene un gran propósito: dar testimonio de su amor. Soy feliz y doy muchas gracias porque sirvo al Rey de Reyes.

Anterior
Anterior

El veracruzano que vivió 128 años

Siguiente
Siguiente

Cómo ahorrar gasolina