Una abuelita renovada
¿Cómo puede una mujer sola como tú confiar en Jesús?
Por Ana Aurora Olivares Hernández
La escuela se acercaba. Las clases comenzarían y con ellas, los libros, los cuadernos, los uniformes.
—¿Cómo lo lograré? —se preguntaba María tronándose los dedos. Poco sueldo, muchos gastos, dos hijos y un marido desaparecido.
—Oh, Dios, ¿qué haré? Ya no quiero ir con mi madre a pedirle apoyo porque otra vez se va a enojar conmigo.
La noche avanzaba. María reflexionaba, oraba, lloraba.
Temprano por la mañana su teléfono sonó y al contestar se sorprendió al escuchar la voz de su madre: —Buenos días, hija.
—Mamá, ¿estás bien?
—Sí, hija. Te llamo para decirte que estuve leyendo tu famosa Biblia.
—¿En serio? ¿Qué leíste? —dijo María asombrada.
—Una parte que me hizo pensar en ustedes, donde Jesús dice que dejen a los niños acercarse a Él. Y me puse a pensar en ti, en tus hijos, mis nietos.
Temblando, María preguntó: —¿Qué fue lo que pensaste?
—Recordé que últimamente me has pedido ayuda con tus gastos y yo te he regañado. Creo que a Jesús no le gusta mi actitud. ¿Por qué no vienes y desayunamos en casa?
Días después una María renovada iba en el autobús hacia su casa, cargando los nuevos útiles escolares de sus hijos. Reflexionaba en lo sucedido. La noche de intensa angustia para ella, fue la misma noche en que su madre abrió sus ojos a la verdad del Evangelio.
Todas las veces anteriores que había intentado convencerla de orar y refugiarse en Cristo, la respuesta de su madre había sido: —¿Cómo puedo confiar en ese Jesús en el que tú confías, si siempre te falta dinero, o trabajo, o ropa? ¿Cómo puede una mujer sola como tú o como yo confiar en Él?
Ahora María recordaba el resultado de la dulce voz de Jesús en el corazón de su madre. —Hija, no estoy muy segura, pero creo que si Jesús, que no tenía casa ni dinero ni nada, pidió que unos niños que andaban por ahí que no eran sus parientes se acercaran a Él para bendecirlos, a mí no me debería causar problema acercarme a ustedes. Yo soy tu madre y tus hijos son mis nietos.
—Mamá,—le quiso interrumpir María— por favor no te preocup…
—No me interrumpas, hijita. Mientras llegabas, estuve pensando cómo apoyarte, así que te propongo que mientras encuentras un mejor trabajo y te nivelas, puedo «becar» a mis nietos y quitarte ese problema de encima. ¿Qué opinas?
—Muchísimas gracias mamá.
María sonrió para sí. Sabía que Jesús es un Dios vivo que está presente en cada necesidad de nuestra vida. Escucha el corazón de los que confiamos en Él a pesar de los problemas, la angustia y el temor. Es un Salvador que actúa de maneras que no imaginamos ni esperamos.
Incluso su madre, una mujer mayor que se resistía a mostrar amor por sus nietos y no quería tomarse el trabajo de leer la «famosa» Biblia de su hija, fue envuelta en la gracia y amor de Dios. Sus manos fueron el medio del cual Jesús se valió para proveer a su familia.
Sin duda Dios, para el cual no existen imposibles, intervino con dulzura y perfección para solucionar los problemas cotidianos de María y sus hijos, fortalecer su fe y transformar a toda la familia.
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