Comunicación en familia
Cinco consejos prácticos
Por Laura Castellanos
En un pequeño pueblo compuesto en su mayoría por católicos había un pequeño grupo de judíos. Como las cosas no marchaban bien entre ellos, los católicos decidieron que lo mejor sería pedirle a los judíos que se marcharan. Cuando el sacerdote se reunió con el rabino, el rabino retó al sacerdote a un debate. Si el rabino ganaba, los judíos podían quedarse. El sacerdote aceptó pero insistió que el debate fuera «no verbal».
El día llegó. El sacerdote se puso en pie y extendió los brazos en su totalidad. El rabino respondió señalando vigorosamente con una mano hacia el suelo. El sacerdote le mostró tres dedos. El rabino respondió mostrando solo uno. El sacerdote entonces alzó una manzana. El rabino tomó la manzana y se la empezó a comer. Al ver esto, el sacerdote habló y dijo: «No hay nada más que hacer. El rabino ha ganado. Los judíos se quedan».
Más tarde, el sacerdote dio su versión de los hechos: “Cuando extendí los brazos indicando que Dios está en todas partes, el rabino apuntó al suelo diciendo que también está aquí. Cuando mostré tres dedos para declarar la trinidad, el rabino respondió con uno, aseverando que Dios es solo uno. Finalmente alcé la manzana para mostrar que Dios puso a prueba al hombre, pero el rabino, al comerla, dijo que el hombre reprobó la prueba. Entonces me di cuenta que sus argumentos eran convincentes y ganó».
El rabino dio su propia versión: «Cuando el sacerdote extendió los brazos para mostrar que debíamos irnos, le señalé el suelo para que comprendiera que aquí nos quedaríamos. Luego me mostró tres dedos, indicando tres días para nuestra partida. Yo le mostré un dedo para insistir que nos diera un mes. Luego me ofreció una manzana como muestra de generosidad, y yo la tomé y me la comí. No sé porqué en ese momento me declaró el ganador».
Esta pequeña historia ficticia nos muestra la importancia de la comunicación. La definición de comunicación eficiente es: el proceso de compartir información con otra persona de modo que el que recibe el mensaje lo comprenda tal como el emisor lo pretendía.
En pocas palabras: en la buena comunicación, tanto el que emite como el que recibe el mensaje, entienden lo mismo.
A. Comunicación no verbal
Existen muchas formas de comunicarnos sin decir palabras. Comunicamos con nuestros ojos, con nuestras expresiones faciales y el modo en que vestimos. Comunicamos con la forma en que nos sentamos, nos paramos, e incluso en cómo usamos nuestro tiempo. Comunicamos con nuestras manos y brazos.
El poder de este tipo de comunicación es tremendo.
Por ejemplo, el esposo llega del trabajo. Tuvo un día terrible y hace gestos, no habla y se cruza de brazos. La esposa tuvo un día pésimo y está llorando. Ella cree que a él «no le importa». Él cree que ella «de todo se queja». Este malentendido no es culpa del uno ni del otro; ambos han pasado un día difícil. El problema ha sido la falta de clarificación que ha estropeado la comunicación.
La solución es clarificar. Cuando sospeches que tu comunicación no verbal está siendo malinterpretada o tus emociones se han desbordado sin razón aparente, da una explicación.
B. El silencio
El silencio es saludable en muchas ocasiones. Pero en la familia, nos referimos a esos silencios que matan, a esas conversaciones monosilábicas que erosionan la comunicación y relación familiar. Este silencio se manifiesta de varias maneras:
1. Falta de palabras
Aunque parezca increíble, hay familias en las que durante días nadie se dirige la palabra. Otros hablan solo cuando se les hace una pregunta directa, y aún así, usan la menor cantidad de palabras posibles. A veces uno piensa que tal vez él o ella «es así», pero solo basta verlos en otro ambiente para saber que esto no es cierto. Con sus amigos, por ejemplo, hablan bastante.
2. Evitar el tema
En otras ocasiones, se evita el tema. Estas frases son las que revelan este síntoma: «No quiero hablar de eso ahora», «Mañana platicamos» o el frustrante, «No sé». Por lo general, aunque uno diga que no sabe, todos tenemos una opinión.
3. Apatía
El mensaje es: «No me importa lo que dices». A veces, esto se dice de manera literal, o se muestra por una expresión en blanco. Esto sucede cuando los hijos hablan con la mamá o el papá y él o ella sigue cocinando, en el teléfono, mirando la computadora o leyendo un libro. La respuesta: «Mmm» o «Qué bien», en vez de: «Dime más. ¿Cómo puedo ayudarte?» es parte de este problema.
4. Cerrarse
Muchos solo hablan de las noticias y el clima, pero no de lo que piensan, lo que sueñan o lo que sienten. Me refiero al esposo que no comparte con la esposa las cosas importantes de su trabajo y siempre le va «bien». O la esposa que nunca expresa sus ganas de volver a estudiar. O el hijo que no platica lo que realmente pasa en la escuela.
Puede haber muchas causas o excusas para no hablar: fatiga, egoísmo, ganas de castigar al otro, un sentimiento de inferioridad, miedo, hábito o estar demasiado ocupados. Pero recordemos: el cambio empieza en nosotros.
¿Cuál es la solución? Si tú eres quien habla poco, proponte hablar más y piensa en una lista de preguntas que puedas hacer a los demás de la familia. Si anhelas que el otro hable más, escucha.
5. Las muchas palabras
Por supuesto que está el otro extremo. Mientras unos hablan poco, otros hablan demasiado y también rompen la comunicación. Veamos algunos ejemplos:
a) El que monopoliza. Tiene tanto que decir que no permite que nadie más hable. Cuando alguien interviene, quizá lo permite unos minutos, pero luego regresa a ser el centro de atención. ¿Has estado con una persona así? ¿No es frustrante?
b) El que se queja. También está el que solo dice cosas negativas de otros, de sí mismo, del gobierno, la sociedad o el clima. Escuchar este tipo de conversaciones puede resultar una pesada carga.
c) El que solo habla de sí mismo. Comienzas a compartir una experiencia cuando el otro te interrumpe: «A mí también me pasó», y de ese modo, «tu» historia pasa a segundo plano y «su» historia se vuelve el centro de atención.
¿Por qué las personas hablan de más? Podría tratarse de orgullo, aunque a veces más bien es inseguridad. Necesitamos que alguien nos escuche, y queremos validar lo que somos y hacemos. La soledad o el miedo al silencio también son ingredientes de esto.
¿Qué hacer? Evalúa si este es tu caso. Oblígate a hablar menos y pide ayuda a tu familia. Si alguien más lo hace, pídele que se detenga un momento y te escuche a ti.
No olvidemos que tenemos dos oídos, pero una sola boca. Entonces, escuchemos con el oído externo, relajando nuestro cuerpo y haciendo contacto visual y con el oído interno, usando nuestra mente (comprensión) y nuestros sentimientos (empatía).
Comunicarse bien requiere práctica y compromiso, pero vale la pena el esfuerzo. El beneficio es para toda la familia.
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