De huérfana a hija

Foto por Marian Ramsey

Del abandono a la pertenencia

Por María José Castro

Mi infancia fue muy dura. Mi familia biológica era totalmente disfuncional: abuelos alcohólicos, mamá drogadicta y papá ausente. Mis dos hermanas y yo crecimos viendo cosas que no eran correctas como prostitución, alcoholismo, drogadicción, brujería y abandono.

Una de las cosas que marcó mi vida fue cuando mi abuela materna nos dejó en nuestra casa bajo llave sin comida ni agua por días. Los vecinos tenían que pasarnos alimentos y agua por la ventana. En ese tiempo yo tenía entre 4 y 5 años, pero lo recuerdo muy bien. 

En ese momento no entendí lo que ese acto de irresponsabilidad significaba, pero al ir creciendo, me di cuenta de cuánto había lastimado mi corazón. Esta era una de las razones principales por las que le tenía tanto miedo al abandono y al rechazo.

A los 11 años llegué por primera vez a una casa hogar para adolescentes.

Fue un tiempo difícil para mí. Me sentía muy sola, enojada, confundida y sin identidad. Viví toda mi adolescencia creyendo que no pertenecía a ningún lado, que nadie me quería y nadie se preocupaba por mí. En ese tiempo, aprendí a sobrevivir día tras día; eso implicaba tomar malas decisiones como ser deshonesta y probar drogas, entre otras cosas. 

A los 14 años entré a un programa de acogimiento, en el cual una familia capacitada por una institución me recibió en su hogar. Ahí comencé a entender más el significado del amor y de una familia. Por primera vez alguien se preocupaba por mí y se quedaba conmigo de manera incondicional.

Los papás de la casa eran cristianos. Yo odiaba escuchar de Dios pues no tenía sentido para mí. Nunca había experimentado lo que era un papá en la tierra, así que para mí era imposible creer que había un Papá, Creador del universo que me amaba. Me enojaba muchísimo porque sentía que era como una burla. 

Pasé una etapa de mucha rebeldía con mis papás de acogimiento (actualmente mis papás adoptivos) y sentía que la posibilidad de relacionarme con Dios era lejana.

Después de haber pasado circunstancias muy difíciles, me di cuenta de que no era necesario luchar contra los demás. Aunque había aprendido a sobrevivir sola al crear una burbuja a mi alrededor, en realidad estaba cansada de vivir peleando contra la voluntad de Dios. Me sentía vacía. 

El amor de mis papás fue la razón principal por la que decidí «darle una oportunidad» a Dios. Comencé a tomarme en serio la Biblia y lo que aprendía sobre Él. Todo comenzó a tener sentido y me rendí, lo conocí. Fue algo muy bueno para mí ya que encontré mi identidad y no fue tan complicado como creía. 

Mi experiencia con las drogas fue el golpe más grande que pude haberle dado a mis papás adoptivos. Aún así me amaron y siguieron orando por mí. Mi vida es una respuesta a esas oraciones.

Mis papás y mi iglesia fueron mi más grande apoyo para que mi relación con Dios creciera. Por fin entendí el verdadero significado del amor y que Dios jamás me había dejado sola. Siempre estuvo cuidando de mí y esperándome con sus brazos de Papá. 

Actualmente soy misionera en Jucum Tijuana, México. Mi vida cambió totalmente, gracias a una familia que decidió obedecer el mandato de Dios:

«Aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia y ayuden a los oprimidos. Defiendan la causa de los huérfanos y luchen por los derechos de las viudas» (Isaías 1:17).

Doy gracias a Dios por mis padres adoptivos que abrieron las puertas de su hogar y su corazón para mí. 


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