Tú y tu casa

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Es un gozo extraordinario saber que Dios tiene el control de las cosas y los tiempos

Por Gilberto López Ríos

Un hombre serio y reservado que hablaba solo lo necesario y con mucha sabiduría. Amó a su esposa, cuidó de ella y le fue fiel hasta que la muerte los separó. Vivió para sus cinco hijos.

Aparentaba ser muy duro pero era muy positivo y noble. Siempre recordaré su actitud humilde y sensible con la gente que lo rodeaba. Profesor de escuela primaria, también dio clases a adultos en escuela nocturna. Respetado por demostrar una tremenda genialidad para resolver las cosas. Sus pasatiempos eran escuchar música, la electrónica, la mecánica, la carpintería, la computación y las matemáticas aplicadas.  Así fue Gilberto López Rasgado: mi padre. 

Murió el lunes 26 de enero del 2009 a las 5 de la tarde. No tuve la oportunidad de estar ahí cuando sucedió, sin embargo mi hermana y mi mamá fueron testigos de un milagro de Dios. Aquel día, en la mañana para ser exactos, una mujer nutrióloga perteneciente al hospital llegó al cuarto donde mi papá estaba internado para preguntar sobre lo que le gustaría comer. 

Me imagino que los doctores ya habían evaluado su estado de salud y diagnosticado que pronto fallecería. La nutrióloga después de hacerle unas cuantas preguntas a mi mamá salió del cuarto. Minutos después volvió. Mi papá estaba demasiado débil para hablar pero estaba despierto y podía escuchar. La doctora le preguntó en voz alta y muy cerca de su oído:

—Don Gilberto, ¿Le gustaría recibir un regalo de Dios?  —a lo cual mi papá asintió con un movimiento de su cabeza.

—Entonces lo primero que debe hacer es arrepentirse de todos sus pecados, ¿se arrepiente Don Gilberto? —le preguntó la mujer y mi papá después de un momento consintió.

La doctora al ver una respuesta positiva le dijo: —Ahora usted debe hacer una oración conmigo. No importa si usted no la puede repetir en voz alta pues puede hacerla en su mente.

Entonces ella oró en compañía de mis padres para que mi papá pidiera perdón por sus pecados, aceptara a Cristo como su Salvador y recibiera el regalo de la vida eterna.

Mi mamá quería estar segura de que mi papá hubiese estado lúcido en ese momento por lo cual le preguntó: —¿Escuchaste todo lo que la doctora te dijo? 

Él contestó que sí. 

—¿Aceptaste? —le volvió a preguntar mi mamá y él asintió. 

Cuando escuché este relato de parte de mi hermana no pude contenerme. Saqué toda mi angustia, miedo e impotencia en llanto junto a ella; sin embargo, por dentro estaba lleno de paz y alegría porque mi papá por fin había aceptado al Señor Jesucristo como su Salvador personal y yo volvería a verlo. 

Mientras lloraba le decía a mi hermana una y otra vez: —Ahora ya todo está bien.

Las últimas ocasiones en que hablé con mi papá sobre Dios y su plan de salvación sentí que lo que había dicho había caído en oídos sordos. Tuve que rendirme ante Dios y suplicarle que algo de lo que había escuchado sirviera para que él reflexionara. 

En el pasado me había sentido muy mal porque estaba convencido de que si yo no hacía algo mi papá moriría sin ser salvo, pero no fue así. Dios escuchó mi oración.

Es un gozo extraordinario saber que Dios tiene el control de las cosas y los tiempos. Mi papá murió de la forma más pacífica y agradable en la que uno puede hacerlo ya que no sufrió ni sintió dolor. Solamente se quedó dormido y no volvió a despertar. Tuve la oportunidad de mirarlo una vez más después de su partida y lo que vi fue el cuerpo de mi papá con una leve sonrisa y un gesto de inmensa tranquilidad.

Nunca pasé de la etapa de los niños cuando piensan que su papá es maravilloso y lo admiran como un héroe, porque él siempre fue así: Un padre amoroso, buen hombre, maestro admirable, esposo amado, una persona genial y ahora estoy seguro un hermano en Cristo, al cual sé que volveré a ver otra vez. Aunque lo extraño mucho y siento su ausencia, pero doy gracias a Dios porque me ha dado consuelo y tranquilidad. 

La promesa bíblica es fiel: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos capítulo 16, versículo 31).

Tomado de la revista Prisma Vol. 43 No. 5, sep-oct 2015.

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