El tiempo perfecto

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Oré al Señor para pedirle que se manifestara en esta situación que por el momento no comprendía

Por Elizabeth Ochoa

Crecí en un hogar en el que se me enseñó a amar a Dios, estar en comunión y clamar a él en toda circunstancia. Por tanto, desde pequeña tuve la oportunidad de experimentar a través de diversas circunstancias incluso sobrenaturales, que la presencia de Dios era real. Sin embargo, reconozco que en algunas ocasiones tomé en cuenta primero mi voluntad y esas decisiones me llevaron a atravesar por desiertos, con sufrimientos que hubieran sido innecesarios si desde el principio hubiese reconocido la soberanía de mi Padre Dios. 

Hace unos meses fui citada por parte de mi trabajo a una junta en la que se me informó que en cinco días, la institución para la que laboraba daría por terminada la función y categoría en la que me estaba desempeñando.  Al principio me sonó como algo totalmente imposible y descabellado ya que estas plazas se obtenían por concursos de oposición y en cierta forma, representaban una seguridad, estabilidad económica y posición social para los que las ganaban. 

Realmente era difícil creer que fuera cierto; sin embargo, cuando unos licenciados, representantes de la autoridad mostraron cartas de suspensión laboral, hojas de servicio y algunos cheques, ya elaborados de antemano, con sorpresa lúgubre entendí que no había vuelta de hoja.  No estaba sola, éramos un grupo de 150 profesionistas.

Confieso que al inicio esta inesperada noticia me trastornó tremendamente. Ya en casa oré al Señor para pedirle que se manifestara en esta situación que por el momento no comprendía. Recibí el apoyo de mi familia, quien me recordó las palabras del apóstol Pablo cuando en la epístola a los romanos asegura que todo obra para bien si amamos a Dios. 

En ese momento experimenté una inmensa paz que es imposible de explicar y vinieron a mi mente diversos versículos que encontramos en el Libro de los libros. Entre ellos recordé al profeta Jeremías que advirtió: “maldito quien confía en el hombre”, al salmista al afirmar que si el “Señor es mi pastor nada me faltará” y las promesas que Jesús refirió en relación al cuidado especial que el Padre tiene de la naturaleza y por todos aquellos que depositan su confianza en él.

Todas estas enseñanzas cobraron vida de manera muy especial para mí durante esos días.  Mis planes eran otros y según yo no era el momento para tramitar un retiro, pero sin duda mi Señor tenía un mejor propósito para mí. Mi vida dio un giro repentino y estoy disfrutando una nueva etapa que no hubiera sido posible de otra manera.

Hoy, estoy feliz con los planes que él tiene para mí y no me cabe ni la menor duda de que Dios es el dueño del tiempo.

Tomado de la revista Prisma Vol. 43 No. 5, sep-oct 2015.

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