Azotada por el dolor

Parecía que la muerte se había empecinado con Elizabeth

Por Natalia Campos

El 22 de enero de 2015, Elizabeth comenzó el día con los preparativos del cumpleaños once de su hija menor. Su esposo, José Luis, había salido a supervisar una obra. A su regreso, estaría todo listo para el festejo.

Sonó el teléfono y se detuvieron los planes. Su marido se había caído desde una gran altura. Yacía en una cama de hospital en coma. El cuadro era crítico. Solo se podía orar y esperar un milagro, pero este nunca llegó. A los dos días partió. Y Elizabeth, de cuarenta y cuatro años, quedó viuda con tres hijas. Tenía su propia peluquería en un barrio carenciado de la ciudad de Buenos Aires y pudo salir adelante. Con la ayuda de Dios, estaba decidida a no dejarse caer.

Gabriela, la hija mayor, había nacido con neurofibrosis. Por medio de ella, toda la familia había llegado a conocer a Jesús. A sus dieciséis años el Señor la había sanado. Emparejó el largo de sus piernas que tenían tres centímetros de diferencia. Él hizo lo que cinco operaciones previas ese año no habían podido lograr. 

A causa de la muerte de su papá, Gabriela tomó un camino diferente. Tiempo después, se encontraba embarazada. Los cambios hormonales fueron el terreno fértil para que crecieran varios nódulos y un tumor. Meses más tarde nació Nehemías, prematuro pero en perfectas condiciones.

Elizabeth y yo éramos parte de la misma congregación. Corrí de inmediato al hospital cuando me enteré de que el estado de Gabriela era delicado. El papá de su hijo no estaba. Ni siquiera se había enterado de que un bebé venía en camino.

La conocí en terapia intensiva. Cruzamos pocas palabras. Oré por ella y salí. Abracé a Elizabeth muy fuerte. La vi bastante entera y me despedí. 

Una semana después, el 6 de abril de 2017, Gabriela se fue de este mundo. Nuevamente esta familia había sido azotada por el dolor. Parecía que la muerte se había empecinado con Elizabeth. 

¿Cómo hace una mujer, que perdió a su esposo y a su hija, para seguir viviendo? ¿Cómo pueden esas hijas soportar la pérdida de su papá y de su hermana? ¿Es justo que un bebé pierda a su mamá a los días de nacer? Y peor aún, ¡quién sabía si algún día podría conocer a su padre! El trabajo de reconstrucción de esta familia diezmada parecía una obra monumental. 

Al mes siguiente, Nehemías, fue dado de alta. Su nombre significa: Jehová ha consolado. Y así fue. Él ha sido el instrumento que el Señor usó para consolar y devolver la alegría a Elizabeth y a sus dos hijas. A partir de ese momento, mi relación con ella se hizo más estrecha. Mi esposo y yo nos convertimos en los «tíos» de corazón de ese principito que hoy tiene tres años.

Elizabeth ha demostrado ser una mujer esforzada y valiente. Ejemplo de resiliencia. Testimonio viviente de que ni la vida ni la muerte nos pueden separar del amor de Dios, en Cristo Jesús. 


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