Lecciones en el hospital

Foto por Marian Ramsey

Dios a veces teje la trama con pasadas de hilos que aprietan

Por Carmen Quero

«Médicos y hospitales hacen subir peldaños espirituales; pues lo que aprendes internado no lo aprendes en otro lado».

Por raro que parezca, esta frase de mi autoría nació durante mis años «verdes», en la culminación de mi vida universitaria, entre el ambiente resguardado de la iglesia, las amigas y los hobbies. Vivía en la ignorancia más cándida acerca de cómo la realidad podía pasar de carrusel musical a montaña rusa, todo en el lapso de un par de semanas.

Acababa de padecer el fracaso en la última materia del Traductorado: Lengua Inglesa. Larga. Ardua. La había preparado con tiempo para presentarla a fin de año. Con confianza me veía celebrando el final de la carrera junto con las fiestas decembrinas. Pero a un centímetro de cumplir el sueño llegó la noticia: Reprobada. No hallaba consuelo.

La profesora del gimnasio nos había pedido que lleváramos una copa para un brindis, ya que era la última clase antes de Navidad. La guardé en el canasto de la bici y pedaleé las diez cuadras de siempre. 

Algo me molestaba en la barriga, sobre todo en los ejercicios boca abajo. Y cuando estaba boca arriba se me marcaba un bulto. Me esforzaba sobre todo con la rutina de abdominales, pero cuanto más estos estilizaban mi cuerpo, más se notaba la pancita. 

Una médica que entrenaba allí, me tocó y dijo: —Parece que estás embarazada. 

Me atravesó un frío por la espalda. Yo estaba segura de que eso era imposible. Estaba muy asustada, pues había notado que eso que tenía era denso y duro. Así que, con la cabeza dando giros volví a casa.

No tenía un médico de cabecera, así que recurrí a Bienestar Estudiantil, el sistema de salud gratuito para universitarios. Como era fin de año, gran parte del personal especializado había salido de vacaciones. En el departamento de Maternidad me atendieron dos ginecólogas, quienes me enviaron al ecografista. La imagen: una masa de unos doce centímetros de diámetro que obstaculizaba la visión de mis órganos.

—Compatible con mioma, posiblemente haciendo cuerpo en el útero.

Escuchaba ese detalle como un bramido en las sienes. Al salir al pasillo, la doctora, como si me diera una sorpresiva noticia, me dijo:

—No estás embarazada.

—Ya lo sabía. ¿Y ahora qué? 

Una semana después, ya no había motivos para ofuscarme. Pasó el peligro y todo resultó benigno. Cada parte interna de mi cuerpo volvió a su lugar y con la ayuda de Dios, esta situación no se repitió. 

De haber aprobado aquella materia, automáticamente dejaba de ser alumna del claustro, perdiendo todo el privilegio que gocé en medio del trago amargo. No hubiéramos tenido lo suficiente para pagar el mejor lugar donde fui internada y operada: el Hospital Privado de Córdoba. Dos meses después me recibí de traductora.

Me queda en el recuerdo el buen sabor del desayuno en la cama del hospital, una ducha asistida por la enfermera, un camisón nuevo color verde manzana, mi mamá relatando los interminables detalles de la Gracia sublime para conmigo y mi familia en la fe agradeciendo el fruto de haber velado fervientes en oración. Un nuevo salmo en el corazón.

Dios a veces teje la trama con pasadas de hilos que aprietan. Aun así, no hay tapicero más hábil. Si decido verlo así, volverá una y otra vez a demostrarme que solo Él es quien me corona de favores y misericordias.


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