La cárcel de los celos

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¿Cómo soltar lo que estaba tan arraigado en mi vida al grado de que ya no sabía vivir sin él?

Por Julia de la Vega 

Nunca había tenido razón para estar celosa y de repente todo cambió. Segura de la relación estable y sana que había tenido por muchos años, nunca imaginé que me atacarían con tal agudeza. No podía dormir, no podía ver a mi amado a los ojos, todo a mi alrededor estaba pintado de celos. Y eso sin tomar en cuenta los pensamientos que tenía en relación a la culpable de mis desvelos. 

Hasta que Dios me hizo ver mi pecado. Ciertamente tenía razones para mi desasosiego, pero Jesucristo dijo claramente: “Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso”. 

La invitación estaba ahí sobre la mesa, pero en un momento de extraña lucidez vi que más bien era un mandamiento. Yo ya estaba muy cansada de llevar esa carga tan pesada, pero no sabía cómo soltarla. 

Estaba pecando al seguir llevando a cuestas lo que Dios quería cargar por mí. Creía ilusamente que podía seguir adelante, pero cada día que pasaba incrementaba aquella pesada roca de celos e incertidumbre. Y eso, afectaba todo. 

¿Cómo soltar lo que estaba tan arraigado en mi vida al grado de que ya no sabía vivir sin él? ¿Cómo pasar mi carga a los brazos de Cristo? Por fin, con el corazón apretado, no queriendo soltar y a la vez desesperada por ser libre de esa pesada cruz, obedecí. “Vengan a mí”, era la invitación.

Yo fui y Él hizo lo demás. Tomó mi carga, quitó mi pecado y salí de la cárcel. Mi situación no había cambiado, pero yo sí.

Con el tiempo vino sanidad a mi mente, cuerpo y espíritu y hubo restauración en la relación con mi amado. El mandamiento/invitación sigue abierto: “Vengan a mí”, dijo Jesucristo “...y yo les daré descanso” (Mateo 11:28).

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