Actitud ante la enfermedad

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Unos días después, le confirmaron el temido resultado

Por Priscilla Lara Valverde

Laura, acompañada de su mamá y hermanas, fue a hacerse la mamografía y el ultrasonido de rutina. Antes de ir, le había pedido a Dios que si tenía algo, se lo mostrara. Le tocó el último turno y cuando le dieron los resultados estaba sola. 

La forma en que hablaba la doctora la impactó. Le contestaba con evasivas y la mandó a consultar a un oncólogo; pues según dijo, a ella no le correspondía darle el diagnóstico. En ese momento infirió que se trataba de cáncer.

Unos días después, le confirmaron el temido resultado. Tenía cáncer de mama. Fue un duro golpe para ella y su familia. Estaba casada y tenía cinco hijos, tres de ellos aún jóvenes.

Me contó que lo más duro que vivió fue la quimioterapia: «Te sientes mal, te dan náuseas, sientes que la cabeza te va a estallar». La radioterapia no era tan dura, incluso podía ir ella sola a recibirla. 

Recuerdo que en lugar de «echarse a morir», como la mayoría de las personas haría en una situación similar, decidió usar esta circunstancia como una oportunidad de crecimiento.

Recibía tratamiento en un hospital público. Estando allí, se dio cuenta que en el salón donde se aplicaba la quimioterapia, el aire acondicionado estaba muy frío. En ese hospital, se atendían pacientes que venían de zonas alejadas de la capital, donde no se utiliza ropa abrigada porque el clima ahí es cálido. También identificó que, dados sus limitados recursos económicos, estas personas tampoco podían comprar los suplementos alimenticios recomendados durante el tratamiento.

Entonces, se dedicó a ayudar a aquellos que estaban en su misma situación. Cuando se acercaban sus sesiones de quimioterapia, solicitaba donaciones entre sus amigos y familiares: suéteres, bufandas, cobijas y suplementos alimenticios para dar a los pacientes que lo requerían. En el transcurso de la sesión de tratamiento, ofrecía apoyo y oración a los otros pacientes que se encontraban allí.

A pesar de esa prueba tan dura, se sentía muy cerca de Dios. Lo que más disfrutó de ese tiempo fue ese servicio que podía realizar en el hospital, hablando con la gente y repartiendo versículos. Su trabajo ahí la llenaba, sentía que estaba cooperando con Dios. Percibía que en el hospital había mucha oscuridad, dolor y tristeza y, a la vez, sabía que ella podía ser luz e impactar de manera positiva la vida de otros.   

He conocido otras personas que han tenido un diagnóstico similar, pero adoptaron otra actitud.  Pienso que eso influyó para que su experiencia fuera mucho más difícil.

Admiro la fortaleza y actitud de servicio con que Laura enfrentó esta enfermedad. Un día me relató que se sentía honrada de que Dios la hubiera considerado digna de sobrellevar esta prueba.

Muchos creemos que tenemos toda una vida por delante, pero eso puede cambiar de un momento a otro. No podemos hacer nada para evitarlo. Sin embargo, como Laura, todos tenemos la oportunidad de escoger cómo enfrentar cada circunstancia. Confiando en Dios y viendo por las necesidades de otros o ensimismados en nuestra propia tragedia. La decisión es nuestra. 


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