Condicional o incondicional
Foto por Diana Gómez
¿Cómo es el amor de los padres?
Por Laura Castellanos
«El amor de los padres es incondicional». ¿Será cierto? ¿Así lo sentimos de nuestros padres al ir creciendo? ¿No será que a veces transmitimos un mensaje diferente aun cuando creamos que amamos a nuestros hijos por sobre todas las cosas?
Se cuenta que en una escuela de Estados Unidos, un grupo de chicos de primaria pasó a recitar. Entre ellos estaba un niño con una joroba prominente. El chico caminaba temeroso y se acercó al micrófono titubeante. Entonces alguien del público gritó: «¡Quítate la mochila antes de comenzar!».
El niño se quedó petrificado hasta que un hombre se subió a la tarima, abrazó al chico y dijo frente al micrófono:
«¿Quién se burló de este pequeño? Seguramente alguien que, además de cobarde, no tiene un defecto que salte a la vista. Pero yo quiero informarles que este niño es mi hijo. Y lo amo así como es y siempre lo amaré. Estoy orgulloso de él».
La joroba de este niño era de nacimiento y no había nada que los padres pudieran hacer para remediarlo, salvo buscar una operación o algún tratamiento médico moderno.
Me pregunto qué haríamos nosotros si nuestro hijo pasara frente a todo un auditorio y alguien enumerara todos sus defectos, visibles y no visibles.
Me imagino que nunca diríamos: «Este niño es grosero, desobediente y miedoso. Sus berrinches son legendarios. Por las noches se pasa a la cama de sus padres. Ha reprobado cinco materias. Se junta con vagos...».
Hay defectos que son de nacimiento, otros de conducta. Ningún niño es perfecto, pero la incógnita radica en si nosotros nos pararíamos frente a ese auditorio y reafirmaríamos nuestro amor por él.
«Este es mi hijo y lo amo tal como es».
Eso es amor incondicional. No porque solapemos sus defectos, ni porque queramos que se queden «imperfectos» para siempre, sino porque el amor se da sin condiciones.
Tristemente, nuestros hijos pueden recibir otro mensaje: «Si te portas bien, te quiero... cuando saques buenas notas, iré a la escuela y diré que estoy orgulloso de ti... si te comportas como tu primo que es un genio, hablaré de ti frente a los demás... te compro juguetes como chantaje para que mejores tu conducta».
El amor incondicional es una necesidad primordial para todos, aun para nosotros como padres. Imaginemos la misma escena. Estamos frente a un auditorio de amigos, familiares, conocidos y desconocidos. Entonces se exhiben todas nuestras carencias como padres, nuestros errores pasados y presentes, aquellas cosas que lamentamos haber hecho o las que no hicimos. Luego percibimos el más profundo silencio. Nadie sale en nuestra defensa.
¿Qué sentiríamos? Desconsuelo, desilusión, ganas de llorar y de rendirnos.
No estoy diciendo que por eso dejemos de corregir la conducta incorrecta de nuestros hijos. El amor exige también que disciplinemos e instruyamos, pero el amor incondicional está allí «a pesar de», no «porque». A final de cuentas, ¿existe un niño que jamás falle, que jamás mienta, que jamás haga enfadar a sus padres? Supongo que no, ya que no hay ningún padre perfecto que siempre ame, que siempre trate bien a sus hijos, que siempre esté allí para ellos.
¿Podría alguien defendernos como los padres que somos, imperfectos y con errores? Quizá nuestro cónyuge vendría a nuestro auxilio: «La amo como es» o «lo amo como es». Tal vez desconocemos lo que es el amor incondicional. Pero eso no impide que lo practiquemos desde hoy.
Amemos a nuestros hijos «a pesar de» y no «porque» o «cuando». Y en el camino, estoy segura de que Dios nos dirá: «te amo como eres, pero te amo tanto que no te dejaré así, sino que haré lo que sea necesario para que seas transformado».
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