Cómo educar con éxito a los hijos
Para todo hijo hay esperanza
Por Vidal Valencia A.
Jesucristo vive cerca de nosotros para ayudarnos en la hermosa tarea de educar cristianamente a nuestros hijos. Por eso aseguramos que para todo hijo hay esperanza. Dejémonos ayudar por Él. Oigamos su Palabra y obedezcámosla.
En el libro de Deuteronomio en la Biblia dice: “Amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y toda tu alma, y con todo tu poder. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón: Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes: Y has de atarlas por señal en tu mano, y estarán por frontales entre tus ojos: Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus portadas”. (Deuteronomio 6:5-9)
Consideremos algunas magníficas reglas que de aquí se desprenden:
En primer lugar, la base de toda obediencia es el amor de Dios. Nosotros lo amamos a Él solamente cuando comprendemos que Él nos amó primero. Por lo tanto, del hijo no convertido, no esperemos buenos resultados.
Cerciorémonos de que nuestros hijos tienen a Cristo en su corazón. Qué pocos testimonios hay de personas que han sido convertidas en sus casas por sus propios padres. El padre cristiano debe evangelizar a su hijo. ¡Llevarlo a la Iglesia no es evangelizarlo, comprarle Biblia e himnario tampoco, celebrar el culto familiar no lo es! Evangelizarlo significa hablarle de su necesidad de recibir a Jesucristo en una experiencia personal de arrepentimiento y fe en la obra del Calvario.
La segunda cosa es guiar a los hijos con el ejemplo vivo: “Estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón”. Si primeramente aplicamos las enseñanzas de Dios a nosotros mismos, estaremos siendo buenos maestros de los hijos.
Desde el nacimiento todo se aprende por imitación: a caminar, a hablar, a utilizar los objetos de tocador y de la cocina, etc. El ser humano nunca termina de aprender: “Ejemplo os he dado”, dijo el Señor a sus discípulos, “para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Y aquellos hombres que ya tenían su carácter formado, aprendieron una nueva manera de vivir, triunfando sobre su propio carácter y malas costumbres pasadas.
¿Cuánto más el niño está preparado para aprender? Se dice: “El alma de los niños es de cera para recibir impresiones y de acero para conservarlas”. Recordamos también que “la palabra conmueve, pero los ejemplos arrastran”.
En tercer lugar el Señor nos dice: “Y las repetirás a tus hijos”. La repetición es una de las siete leyes de la enseñanza, muy recomendada. Pero Dios desde hace muchos años, está instando a los padres a repetir a sus hijos sus palabras.
A veces los hijos creen no necesitar que les digan las cosas dos veces, pero, ¡Cuántos hombres maduros hemos oído testificar con gratitud sobre la insistencia de sus padres sobre esta o aquella cosa!
El Salmo 78 enfatiza la necesidad de que los padres repitan a sus hijos la Fortaleza, las Maravillas y los Mandamientos de Dios. Los judíos sabían de memoria el Pentateuco, con excepción de algunas generaciones que se olvidaron de hacerlo, las cuales sucumbieron en el pecado. Por ejemplo, la generación que fue sacada de Egipto, que murió en el desierto sepultada por su incredulidad.
La cuarta regla se relaciona con el lugar adecuado para educar a los hijos cristianamente: “Hablarás de ellas estando en tu casa”. El hecho de que exista la Escuela Dominical, la Iglesia impartiendo clases para niños, hace que los padres descarguemos una hermosa y difícil responsabilidad que nos corresponde, la de “repetir” a nuestros hijos las grandezas de Dios en casa todo el día, pues dice: “Andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”.
Por otra parte, nos engañamos si creemos que nuestros hijos se están preparando para enfrentarse a los problemas de la vida en los templos.
¿A cuántos cultos llevamos a nuestros hijos cada semana? ¿Cuántos minutos de ese tiempo oyen verdaderamente la Palabra de Dios? ¿Qué tan bien explicada fue? ¿La maestra conoce bien la Biblia? ¿El niño puso atención a todas las palabras? ¿Cuánto de lo que escuchó comprendió? ¿Cuánto de lo que comprendió tenía en verdad que ver con sus problemas de niño? ¿Hay en la Biblia algún pasaje que diga que nuestros hijos deben ser llevados a la Iglesia para su instrucción cristiana?
¿Cuántos padres podíamos ser acusados de observar una actitud criminal contra nuestros hijos al dejarlos abandonados en manos de amiguitos que les dedican más tiempo que nosotros, enseñándoles quién sabe cuántas cosas, y también en manos de maestros en el kinder, primaria, secundaria, inculcándoles cuántas ideas se les venga en gana, o bajo la corrompida influencia de la televisión por cientos o miles de horas cada año, sin que tengan nuestra debida atención bíblica?
Por último, la Santa Palabra de Dios debe ser puesta en lugares visibles de casa. “Las escribirás en tus portadas”. Un pastor fue a casa de su hijo recién casado y después de haber pasado por las habitaciones le dijo: “Es cierto que tienes un hogar muy bello, pero no hay nada en él que indique si eres de Dios o del diablo”. Entonces colocaron en la pared unos bonitos textos bíblicos.
Los adornos más visibles y quizá también los más bonitos y costosos de una casa cristiana, deberían ser textos que puedan leer propios y extraños.
El que escribe, sabe lo que le sirvieron dos textos muy conocidos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16); y “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Pues, cuando llegué a la edad de escapar del dominio de la madre y tomar caminos extraviados, recuerdo bien que veía por todas partes como si fueran letras de fuego, estas divinas palabras.
En el cielo, en las montañas, en los edificios, en lugares impropios, nada podía quitarlos de mi mente, pues las había leído y releído miles de veces en el comedor de la casa, donde manos sabias las habían colocado.
Demos gracias al Padre celestial por los innumerables recursos que nos ha dado para dirigir a nuestros hijos y saciar el hambre y sed de justicia, que tienen sus almas inmortales.