Una madre instruida

Foto por Gilberto López

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Recordemos que el que no pregunta, no aprende

Por Laura Castellanos 

Encontré un libro antiguo de alrededor de 1878, escrito por un médico inglés de renombre, con consejos para las madres. Cuando una mujer le preguntó a través de una carta si era importante estar informada sobre las enfermedades y el cuidado de un niño, el doctor respondió con vehemencia: «¡Por supuesto! Considero que es su imperante obligación el estudiar estos temas».

Me pregunto cuántas madres modernas nos tomamos el tiempo para leer e informarnos sobre el cuidado de los hijos. El médico de aquella época lamentaba que muchos padres descuidaran estos asuntos, pero supongo que si aún viviera, continuaría decepcionado.

¿Por qué nos resulta más sencillo aprender otro idioma o tomar clases de cocina que asistir a las charlas escolares sobre padres e hijos?

Quizá tenemos miedo de afrontar nuestras debilidades o creemos que no hay receta para una familia modelo. Si bien es cierto, no todo en la crianza de los hijos se basa en la intuición o el instinto, ni siquiera en el afecto. Una madre instruida es una joya en casa.

Napoleón dijo: «El destino de un niño está en el trabajo de su madre». Y es que él insistía en que su llegada al poder era producto del esfuerzo de su madre. Sin embargo, sin ir más allá, sabemos que el carácter de la madre es la influencia principal sobre los hijos, porque es quien pasa más tiempo con ellos.

El médico del tratado que menciono concluyó: «Es la madre quien debe velar por todo lo concerniente al cuidado de su propio hijo». Y esto requiere tiempo, dinero, y ciertamente, sacrificio de parte de la madre. Pero, ¿no es acaso el bienestar de nuestros hijos lo que nos mueve a hacer muchas cosas más?

Entonces procuremos prepararnos para lo que viene. Solas no lo podemos lograr. Oremos pidiendo sabiduría y entendimiento a Dios. Busquemos información y libros que nos nutran. Hablemos con madres experimentadas y acudamos a los más ancianos por consejo y ánimo. Estemos dispuestas a invertir en nuestra preparación para así ayudar a nuestros hijos.

Quizá hoy creemos que hay más información certera que en el pasado. A fines del siglo XVIII se creía que si se lavaba la cabeza de un bebé con brandy, se evitaba una gripe. ¡Qué tontería! pensamos. Sin embargo, hoy seguimos estando expuestas a muchas ideas y filosofías de la crianza que no están basadas en la experiencia o en el amor o en la Verdad. Por lo tanto, debemos estar dispuestas a escuchar, entender y cuestionar.

No quiero concluir este tema sin recalcar la importancia de preguntar. A final de cuentas, al analizar mi propia vida, me parece que no me acerco a otros por la pena de parecer ignorante. ¡Qué triste que esa razón me haga guardar silencio y provoque equivocaciones en el trato hacia mis hijos!

Entonces, busquemos espacios seguros: grupos de hermanas y amigas, páginas web, libros o foros, donde podamos preguntar lo que sea sin recibir rechazo, escarnio o lástima. Aún existen esos lugares y esas personas donde uno puede ser uno mismo, con toda su ignorancia a cuestas. Recordemos que el que no pregunta, no aprende.

¿Qué pequeña nimiedad (en nuestra opinión) nos está causando angustia? Preguntemos, investiguemos, dialoguemos, indaguemos. Esa pequeñez puede ser el factor que haga que en nuestro hogar reine más amor, más paz y más esperanza.

La capacitación es primordial. Invirtamos en ella.


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