Creí que no volvería a ver mi hijo

Foto por Armando Lomelí

Foto por Armando Lomelí

«Aquí debe estar, seguro solo se alejó un poco, esto no puede estar pasando...»

Por Elsy Amezcua

No olvidaré la horrible sensación de darme cuenta, y a la vez negarme a aceptar, que mi hijo se había perdido en la playa.

Disfrutábamos como familia de una hermosa mañana en las tranquilas playas de Veracruz.

Mi esposo, junto con nuestro hijo de cinco años, estaba en la playa cerca del oleaje, disfrutando de la arena y buscando conchitas de mar. Cuando encontraban algunas, mi esposo venía rápido a dejarlas y regresaba con el pequeño.

Yo platicaba con mis otros dos hijos, de 13 y 16 años. Estábamos un poco más alejados de la playa, lo suficiente para que las olas del mar no mojaran nuestras pertenencias.

De pronto me di cuenta de que mi esposo buscaba algo, pues volteaba incesante de un lado a otro. Intrigada, me levanté y caminé hacia él. Pálido como vela, me dijo: —¡Kevin no está! ¡No lo encuentro!

Recuerdo que respiré profundo mientras me venían ráfagas de pensamientos como: «Aquí debe estar, seguro solo se alejó un poco, esto no puede estar pasando...». Aún parada, miré hacia todos lados tratando de conservar la calma, creyendo que en cualquier instante lo vería. Pero eso no sucedió. 

Mis otros hijos se dieron cuenta de la situación y al confirmar que Kevin no aparecía, comenzamos a gritar su nombre buscándolo en diferentes direcciones. 

Pasaron los minutos y no lo encontrábamos; mi hija comenzó a llorar. La abracé diciéndole que lo íbamos a encontrar, aunque en mi interior dudaba que eso realmente pasaría. Seguimos buscando y mientras gritaba su nombre, solo clamaba en mi mente: “¡Ten misericordia de nosotros Señor! No permitas esto, por favor. ¡Ten misericordia!”.

Mi angustia creció cuando vi que una camioneta blanca tipo van, se alejaba de la playa. Pensé: «¿Y si se lo llevaron y lo tienen ahí?». Quise correr hacia la camioneta, pero ya estaba lejos. Tanta delincuencia, violencia y secuestros han permeado a nuestro país a través de los años, que no era histeria pensar en esa posibilidad. 

Los minutos de búsqueda se hicieron eternos. A la fecha no recuerdo cuánto tiempo pasó hasta que vimos que se acercaba un Jeep hacia la playa. Eran policías de seguridad y... ¡traían a mi hijo! Una señora lo había encontrado llorando mientras él nos buscaba y lo llevó a los oficiales. ¡Gracias a Dios mi pequeño estaba bien!

Una desorientación momentánea lo llevó a correr en sentido contrario a donde estábamos, aun así él fue capaz de dar datos precisos de su familia que ayudaron a localizarnos. El Señor guardó la vida de mi hijo.

Pude sonreír, pues teníamos tanto que agradecer,  en especial por las personas bondadosas que lo auxiliaron.

Oré, con más conciencia y sensibilidad, por aquellas familias que han perdido a sus seres queridos por motivos similares.

Son experiencias que no deseamos vivir, pero estoy agradecida de que el Señor siempre está ahí, tanto en las buenas como en las malas. 


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