La maternidad y la tarta de manzana
Debemos sembrar el trigo y esperar que crezca para luego cosecharlo
Por Laura Castellanos
Las recetas más largas y de preparación más compleja son, por lo general, las que culminan en los platillos más deliciosos. Sin embargo, pareciera que en cuestiones de la maternidad preferimos la comida instantánea. «Saque la bolsa, colóquela hacia abajo, encienda el microondas y en tres minutos ¡listo! ¡Usted tiene un niño que ya no hace berrinches!» «Ponga agua caliente en el recipiente y ¡listo! ¡Su niño sacará buenas calificaciones!»
Nuestra comodidad doméstica nos ha llevado a comer «menos sabroso» pero también a creer que la crianza de los hijos puede darse en los mismos términos de prontitud. Y si bien algunas recetas de 1, 2, 3, parecen funcionar en momentos, no dan resultados duraderos y nos dejan peor que antes.
La maternidad, más bien, es como hacer un tarta de manzana desde cero. Y al decir desde cero, me refiero a desde cero.
Debemos sembrar el trigo y esperar que crezca para luego cosecharlo, llevarlo al molino y así sacar la harina que usaremos para la tarta.
Para conseguir azúcar hay que sembrar la caña. La caña se almacena, se pica, se muele, se refina, se evapora, se cristaliza, se centrifuga, se seca, se enfría, se envasa y se usa.
Se debe sembrar un manzano y esperar a que crezca. Cinco años después podemos esperar a disfrutar de su fruto.
Después de conseguir la gallina, debe poner un huevo.
De la vaca —que hay que comprar— se ordeña la leche. La leche se enfría y día a día vamos sacando la nata hasta conseguir medio litro. La nata se pone en una botella limpia, se tapa, se agita, se vuelve a agitar, se cuela, se hace una bola, se moja y se guarda.
¿Y la canela?
Creo que ya comprendimos el punto del que podemos desprender algunas pautas básicas de la maternidad.
Toma tiempo.
La crianza de los hijos toma tiempo, pero si no sembramos la semilla nunca veremos el árbol. La semilla del amor, por ejemplo, se debe regar todos los días. La pregunta quizá es qué hemos sembrado. Así como el amor se solidifica con el interés diario, del mismo modo el desinterés se cultiva día a día.
En nuestra cultura de «todo rápido», hemos perdido la noción del tiempo. Pero los valores son esas semillas que esperamos que germinen y crezcan. Éstos se deben reforzar día tras día, mes tras mes, con palabras, con actitudes, pero sobre todo, con el ejemplo.
Se puede disfrutar.
Cuando hemos probado la lasaña de un experto, ya no nos conformamos con una pobre imitación. Conozco a una mujer que hace el mejor guiso de pollo que he probado. Un día le pregunté cuál es el momento más importante para ella. Imaginé que diría: «Cuando los comensales me felicitan”. Pero no, ella sonrió y respondió: «Disfruto todo el proceso».
Como madres, a veces olvidamos disfrutar el proceso. Es cierto que no es emocionante esperar a que la semilla germine o que la vaca paste antes de dar su leche, pero no por eso es aburrido. Si aprendemos a disfrutar a nuestros hijos sin importar que aún no se vean los resultados, sembraremos —sin querer— un mensaje de vital importancia: eres importante para mí.
Vale la pena.
Cuando mi suegra anuncia que preparará mole poblano todos nos emocionamos. Ella compra los ingredientes. Pasa horas tostando todo, luego va al molino. El mole se deja hervir, luego pasa a fuego lento durante mucho tiempo, pero cuando baña el pollo con esta salsa, nadie se queja que tomó mucho trabajo, dinero y esfuerzo. Todos nos chupamos los dedos.
Como madres, debemos confiar en que un día veremos a nuestros hijos volverse adultos responsables y sanos, íntegros y preparados para aportar a sus propias familias, Aunque este tiempo de crianza nos parezca largo, difícil y eterno, vale la pena.
Lo mismo pienso cuando pruebo una sabrosa tarta de manzana.
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