Las Nubes

Foto por Armando Lomelí

Foto por Armando Lomelí

No hay pena ni tristeza ni dolor, que Dios no pueda consolar

Por Mirna Sotomayor Lechuga

Las nubes son el anuncio melodioso y fresco que envuelve con vida y esperanza a los campos, los bosques, las flores, los animales y a los hombres. 

Traen los aguaceros que abrillantan los colores y nos permiten mirar con claridad el contorno de las hojas, de los árboles y de las casas.  

La vereda y los caminos ya bañados nos llaman a recorrerlos. Sentimos que la vida nos sonríe en el aroma a tierra fresca que impregna los sentidos. Y al mirar el cielo azul —inmenso como el tiempo— y las nubes a lo lejos, el pincel de la memoria atrapa ese momento para siempre.

Mas cuando las nubes bajan y la neblina nos rodea, el temor nos paraliza y las dudas nos acechan. Todo parece diferente. Sin embargo, el paisaje no ha cambiado, sigue ahí.

Quizás la neblina aparece a la vuelta de una curva o se anuncia poco a poco. Quizás llega de repente, y al tocar a la puerta y a las ventanas de la vida, nos ahoga en un instante en el silencio y la ceguera.

Aguzamos los sentidos y nos hacemos mil preguntas. La neblina de la vida ha llegado, como huésped no invitado, arrastrando desconcierto, enfermedad, una pena, la desgracia o la muerte del ser amado. ¿Qué hacer? ¿A quién buscar? ¿A dónde ir?

«¡Las nubes son el polvo de los pies de Dios, quien marcha en la tempestad y el torbellino!», clama el anuncio milenario del profeta. 

Dios es eternamente bueno. Las nubes son el polvo de sus pies porque Él camina sobre ellas y no hay pena ni tristeza ni dolor, que Dios no pueda consolar.

Entonces, cuando llegue la tormenta y la neblina de la vida —porque llegará—, dale la bienvenida, no le temas.

Voltea tus ojos al Dios de la vida, al Señor Resucitado. Jesús conoce quién eres y tu corazón atormentado. Jesús conoce el camino, porque Él es el Camino y conoce tu destino porque te lleva en los brazos. 

Ve a Dios, refúgiate y confía en Él. Volverá a salir el sol y tu risa será más rica y profunda, porque caminaste acompañado en la tormenta.


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