¡Los niños aprenden jugando!

¿Pasas suficiente tiempo jugando con tus niños?

Por Ricardo Lozano Enríquez 

No es una coincidencia que nuestros niños aprendan jugando. El juego como tal, satisface la necesidad de expresión y reacción espontánea en el niño. Además, le permite conocer un sin fin de conceptos para su desarrollo. 

Una vez que el pequeñín ha descubierto su esquema corporal y sus posibilidades, es prioritario que aprenda a utilizar su cuerpo para comunicarse, expresar sentimientos y adentrarse a nuevos retos. 

Los maestros de la educación física, buscamos dar forma a lo que se comprende y a lo que se siente, mostrarlo y saber comunicarlo, tanto individual como de manera colectiva por parte de nuestros párvulos. Las actividades que se manejan para el niño de cuatro a seis años, en su expresión corporal, están diseñadas para que descubra sus habilidades expresivas, los movimientos, la mímica y el gesto, que le permite su cuerpo. 

En el juego el niño se comunica, se divierte y dramatiza situaciones propias de su edad. Afirma sus actitudes, capacidades motrices y estados de socialización, para la formación de la personalidad y la evolución de la imagen y conocimiento de su naturaleza. 

El apoyo del maestro y del padre es vital, pero nunca se debe ejercer presión en el niño, sino a través de un modo suave pero firme, orientándolo para que encuentre sus propios recursos y pueda trabajar al máximo sus posibilidades expresivas. Por ejemplo se les puede pedir que simulen los pasos de un gigante, y los pequeños lo transforman en un elefante. La espontaneidad es esencial. 

Tales actividades ayudan a desarrollar también la imaginación. En las clases infantiles en nuestras Iglesias vemos escenificaciones sencillas de algún pasaje bíblico, con comedias, dramas, juegos de integración grupal y participación individual, respetando la personalidad del niño, con lenguaje llano y accesible. Del mismo modo es recomendable integrar cantos, ritmos y juegos conforme al desarrollo de los asistentes. 

Ahora bien, si en casa no juegan los papás o mamás con sus hijos, las consecuencias se traducen en baja autoestima, deficiente desarrollo motor, inseguridad y carencia de avances significativos en el lenguaje, así como de actitudes y acciones negativas. Los hijos se vuelven tristes, melancólicos, apagados y poco menos que autómatas dóciles sin chispa de vida. 

Por ello es importante pasar por lo menos una hora especial al día para imaginar ser un león o cualquier otro animal de su elección, con todas las representaciones de sonidos, acciones y actitudes, dando ejemplo al niño, para que él los imite, siempre con risas y sin exigencia.  

Estos tiempos dan pie a la convivencia, caricias y besos que son igualmente importantes como tomar el agua todos los días. ¡Juguemos en la familia, en la Iglesia y en la escuela, para bien de todos!

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