El toque divino que hace la diferencia
Cada historia es especial y la nuestra no es la excepción
Por Sally Isáis
Dicen que la mejor vista es la que tenemos en retrospectiva. Muchos invertimos (o perdemos) tiempo en revivir momentos pasados, con la ilusoria fantasía de cambiar el escenario y actuar en función de lo que ahora sabemos y que en ese momento ignorábamos.
Quizá tenemos muy presentes algunos momentos en donde no pudimos hacer nada, fuimos víctimas o incluso victimarios. Aunque teníamos en nuestras manos la solución, no actuamos, nos paralizó el temor, no nos importó, queríamos vengarnos o sentíamos que ya no valía la pena luchar.
La Biblia relata en Lucas, capítulo 8, la historia de dos mujeres. Una que había estado enferma por doce años con un flujo de sangre y otra pequeña que había vivido esos mismos doce años en salud pero que ahora estaba al borde de la muerte.
Una había buscado respuesta por todos lados y la otra quizá ni sabía de la existencia de Jesús y de ninguna manera podía ir a buscarlo. Una tenía toda una experiencia amarga de vida y la otra había crecido bajo el amparo de un padre amoroso.
La primera mujer vivía como muerta en vida y la niña murió antes de disfrutar una larga vida.
Ambas llegaron a esta encrucijada en el mismo momento y se encontraron con Jesús. El padre de la niña había buscado al Maestro para pedirle ayuda para su pequeña, pero la otra mujer interrumpió su camino al tocar su manto.
El Maestro preguntó: «¿Quién me tocó?». Y con eso retrasó, aún más, el traslado hacia la casa de este padre afligido. La mujer, que había buscado por años la solución a su enfermedad, por fin se identificó y entonces Jesús se tomó el tiempo para hablar con ella antes de seguir. Mientras tanto, el padre recibió la noticia de que ya no valía la pena molestar al Único que podía sanar a su pequeña, puesto que ella ya había fallecido.
¡Qué frustración! Estar tan cerca de la respuesta, pero ser interrumpido por una total desconocida. Estar frente a la solución, pero perderla porque alguien más «se llevó» el milagro. Sin embargo, Jesús siguió su camino y llegando con la niña, que ya estaba muerta, le habló y ella resucitó. ¡Qué maravilla! Solo nos podemos imaginar la montaña rusa de emociones que experimentó el papá.
No tenemos más datos de lo que sucedió después, pero tratemos de imaginar, ¿cómo recordarían los protagonistas ese día de encuentro sobrenatural?
Cada historia es especial y la nuestra no es la excepción. Sin importar las preguntas que tengamos sobre nuestro pasado y las oraciones que pensamos que no han sido contestadas; si hemos conocido y recibido el toque divino del Señor Jesús, con seguridad podemos reconocer ese encuentro como un parteaguas en nuestro caminar.
Quizá nos gustaría cambiar algunas situaciones que vivimos, pero es imposible regresar al pasado. Sin embargo, Dios promete que «todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios y son llamados conforme a su propósito» (Romanos 8:28). ¿Quién más puede hacer eso?
En retrospectiva, es el Maestro y su toque divino lo que hace la diferencia: ayer, hoy y por siempre.
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