Impresionantes por fuera pero vacíos por dentro
Aunque nuestros padres invirtieron años en diseñar, moldear y conseguir los recursos para levantarnos, hoy muchos de nosotros nos vemos como esos nuevos rascacielos, es decir: estamos vacíos
Por Luis Cetina Quijano
Los que trabajamos en la zona de Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México, hemos sido testigos silenciosos de la construcción de múltiples torres de oficinas en los últimos años. Con el esfuerzo de obreros, supervisores, contratistas e ingenieros se ha levantado cada uno con base en una adecuada combinación de varilla, perfiles metálicos, ladrillos, cemento, ductos hidráulicos y eléctricos.
Al ver la ola masiva de hermosos y modernos edificios, con diferentes estilos de fachadas y acabados, cualquiera diría: ¡Qué fabuloso crecimiento y pujante dinamismo se está generando en nuestra majestuosa ciudad! Sin embargo, si somos curiosos y observamos con mayor detenimiento, muchos de esos majestuosos edificios, a pesar de las ventajas y comodidades que pudieran ofrecer, están parcial o totalmente vacíos. Todo esto afecta no solo el esfuerzo, créditos, permisos y más para obtener los fondos para construirlos, sino también las ilusiones y metas de sus constructores.
De la misma manera, nuestros padres soñaron e invirtieron su vida, esfuerzos y recursos para edificar hijos cristianos. Hijos que tengan los más hermosos “acabados” y posibilidades.
Es importante notar que no estuvieron solos en esta importantísima decisión, sino que contaron con la participación de diferentes actores y profesionales como los abuelos, pastores, maestros escolares y de iglesia, familiares y laicos. Cada quien aportó experiencia y mejoras para que tuviéramos un majestuoso diseño capaz de ofrecer las más avanzadas funciones y servicios como amor, perdón, ayuda, luz, confianza, lealtad, compromiso, interés por los demás y alegría, entre otros.
Aunque nuestros padres invirtieron años en diseñar, moldear y conseguir los recursos para levantar nuestro “edificio/cuerpo”, hoy muchos de nosotros nos vemos como esos nuevos rascacielos, es decir: estamos vacíos. Los materiales utilizados en nuestro desarrollo fueron de alta calidad. Los procesos de diseño, construcción y funcionamientos fueron revisados y probados con sumo detalle para ofrecer una obra muy completa, que se ocupara (rentara) inmediatamente.
¿Entonces por qué, como esos edificios vacíos, nosotros también lo estamos? Tal vez, nos creemos tan exclusivos y selectos que no estamos al alcance de los demás. Puede ser que como no reflejamos el amor y la misericordia de nuestro Dios, otros nos perciben fríos y desangelados.
¿Será que estamos tan abrumados, que nuestra actitud y comportamiento estorban la presencia de Dios en nosotros? Nuestra vida como un vitral, debe permitir que la luz de Cristo ilumine a los demás. Quizá somos demasiado egoístas para compartir las buenas nuevas, de lo que Jesucristo ha hecho y sigue haciendo en nuestra vida. O estamos tan ciegos que no nos percatarnos de ningún regalo de Dios.
En el caso de un edificio, no basta con tener una hermosa fachada con sistemas automatizados. Se necesita agua, electricidad, jardinería, vigilancia y limpieza para que se pueda mantener operando en buenas condiciones.
En el caso de nuestra vida esos suministros se pueden conseguir completamente gratis, si nos entregamos a Jesús. Él pagó un precio muy alto por nosotros y nos ofrece todo lo necesario para que nuestro edificio espiritual se mantenga en óptimas condiciones.
Acerquémonos a Él todos los días con agradecimiento, en oración, leyendo su Palabra, estudiando sus preceptos y reuniéndonos con otros que van en el mismo sendero. Si lo hacemos, derramará abundantes bendiciones en nuestra vida y nos ayudará para que nuestro edificio espiritual perdure.
Ocupémonos de nuestra vida espiritual, hoy y siempre. No seamos como esos edificios, impresionantes por fuera pero vacíos por dentro.