El tesoro

Foto por Gilberto López

Foto por Gilberto López

¡Qué inútil resulta un tesoro cuando solo se almacena!

Por Enid Madai Chávez Argott

Se dice que hace mucho tiempo, había una tierra no explorada llena de fauna, vegetación y minas de todo tipo de metales y piedras preciosas. Un día, aquella tierra fue descubierta por un grupo de buenas personas, quienes a su vez eligieron al más sabio de entre ellos para ser su gobernante. Aquel hombre reinó su pequeña comunidad con justicia por muchos años. 

A pesar de ser un país tan pequeño, era muy conocido y muchos venían de tierras lejanas porque se sabía que el pueblo gozaba de tantas riquezas que no dudaban en ayudar a quien lo necesitara. El pueblo creció feliz, próspero y en armonía hasta que un día triste, el sabio gobernante murió. 

Al día siguiente, un hombre ambicioso, al ver las riquezas que podía poseer, no dudó en tomar el poder por la fuerza. Desde aquel momento, el pequeño país cerró sus fronteras a todo el mundo, ya que su nuevo gobernante no estaba dispuesto a permitir que toda su riqueza siguiera escapándose a manos llenas por doquier. Incluso prohibió a sus habitantes que salieran de los límites de la ciudad por temor a que llevaran consigo parte del tesoro. Su contacto con el resto del mundo se perdió por completo. 

Hoy de aquel lugar no queda más que una leyenda y sus ruinas. Nadie sabe lo que pasó y en cuanto al tesoro. . . nunca se supo nada de él.

¡Qué inútil resulta un tesoro cuando solo se almacena! Lo mismo sucede con el amor que aseguramos llevar en nuestro corazón; si no hace algo por quien decimos amar, ¡entonces simplemente no existe! 

El apóstol Pablo nos recuerda que todo aquello que se haga sin amor, ¡no sirve para nada! Dice la Biblia que “Dios es amor”. Cuando hemos conocido al Amor en persona, encarnado, humillado, muerto y resucitado para darnos vida como prueba de un amor vivo y real, podemos aspirar a amar así. ¿Lo conoces? ¿Lo amas?

“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1ª carta de Juan capítulo 3, versículo 16). 

Tomado de la revista Prisma Vol. 43 No. 5, sep-oct 2015.

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