Relaciones de mentoría tóxicas 

Foto por Anna Catherine McGraw

Cómo prevenirlas o salir de ellas

Por Andrea Hernández de del Rivero

Es un alivio saber que no fuimos creados para recorrer nuestro camino solos y que somos más plenos cuando servimos a los demás. 

Dios ha dado a cada persona diversos dones para ser de influencia y una manera de hacerlo es invirtiendo tiempo personalizado y de calidad con otros. Eso significa imitar a Jesús del modo más natural, bello, vulnerable y trascendente posible. 

En mi caso, he aprendido a tomar mejores decisiones, profundizar en mi relación con Dios y madurar en mi fe, gracias a la mentoría de personas clave que han caminado conmigo y que son un ejemplo. Transferir vida, brindar amor, empatía y acompañamiento a otros es medicina para el alma y es la voluntad de Dios. 

Sin embargo, aunque Dios usa esos lazos para edificar y transformar, puede suceder que en una relación de mentoría se distorsionen las intenciones y se vuelva tóxica, pues somos humanos y debido a nuestra inmadurez y debilidad, tendemos a pecar y a corrompernos.

Para reflexionar más a fondo, a continuación comparto cuatro preguntas y algunas características y ejemplos que pueden ayudarnos a identificar si una relación de mentoría está en peligro de volverse tóxica y si ya lo es, salir de ahí. 

 ¿Se está buscando en primer lugar la sanidad y vivir en santidad?

Para que una relación de mentoría fluya de manera sana, ambos deben ser intencionales en vivir en integridad. La santidad es un proceso de toda la vida, sin embargo está en nosotros buscar cada día crecer en madurez, sabiduría, sanidad de nuestras heridas y libertad de nuestros pecados. 

Cuando somos transparentes y vulnerables, podemos compartir nuestras luchas y rendir cuentas unos a otros al ir venciendo lo que nos hace daño. Así seremos buenos modelos a seguir pues más que nuestras palabras, es nuestra manera de vivir que inspira a otros hacia la sanidad y santidad. 

En cambio, si en una relación, ambos están atrapados en un mismo vicio y ninguno de los dos está buscando ayuda, se abre un hueco para que la relación se distorsione en algo dañino y destructivo. 

¿Está definida la relación?

Es sabio establecer desde un inicio el tipo de interacción que se tendrá ya que existen algunas diferencias entre los diversos acercamientos (terapia, consejería, mentoría, discipulado): ¿Habrá una reunión semanal para leer la Biblia o algún libro de estudio? ¿Las sesiones serán de consejería bíblica, coaching o dirección espiritual? ¿Se busca solo una reunión entre  amigos que se animan, apoyan y divierten juntos? ¿Habrá algún proceso estructurado de aprendizaje o será solo una reunión intencional pero relajada?

Esa conversación es importante porque cada persona tiene expectativas diferentes y no definir bien el propósito puede causar frustración o decepción en el camino. Por ejemplo, se puede dejar en claro la disposición de abrir el corazón y permitir un acompañamiento en el crecimiento espiritual al compartir experiencias de la vida cotidiana y conversaciones intencionales, siendo sinceros y buscando juntos a Dios.  

Es crucial aclarar lo anterior porque algunas personas solo buscan alguien que las escuche y no tienen ninguna intención de dar pasos hacia el cambio y el crecimiento.

Es muy desgastante cuando uno busca al otro excesivamente o por el contrario muestra desinterés o indiferencia. Ambos extremos son insanos y la causa puede ser que no se establecieron límites y acuerdos de la relación de mentoría desde el principio. 

¿Se han trazado límites claros y sanos?

Para amar a nuestro prójimo de una manera correcta, es necesario establecer límites. Tendemos a creer que nuestro llamado es a tener los brazos abiertos todo el tiempo, dar ilimitadamente sin recibir nada a cambio y caminar  la milla extra por nuestros hermanos sin excepción. Pero a la larga esa tendencia no es sana para nadie, pues se puede fomentar una relación codependiente que limite el crecimiento de ambos.

Si ponemos el amor de Dios como la misión más importante, no haremos nada que afecte la integridad física, mental y moral de los demás. Por tanto, poner límites en una relación de mentoría implica amar a la persona como lo necesita, cuidar la propia salud integral y proteger el lazo entre los dos.

Es válido construir una relación estrecha y profunda en el amor de Dios, pero es inadecuado permitir que se desarrollen dinámicas donde uno instruye y el otro solo obedece. También es peligroso que alguno de los dos o ambos demanden demasiado tiempo del otro o tengan reacciones que caigan en el chantaje, manipulación, agresión pasiva y otros comportamientos perjudiciales. 

Es posible que los límites que necesite cada persona sean diferentes, pero se podrían hacer algunas de las siguientes preguntas para definirlos: ¿Cuánto tiempo a la semana pasarán juntos? ¿Aceptarán hacer negocios o prestarse dinero? ¿En qué horarios no podrán hacer o recibir llamadas? ¿Se harán favores personales? ¿Qué tanto se involucrarán en las rutinas personales y familiares del otro? ¿A qué lugares no será adecuado ir juntos? 

¿Se está generando codependencia?

Todos estamos llamados a servir y amar a nuestro prójimo. Nuestra misión por siempre será mantener y crecer en una relación íntima con Jesús, guiar a otros a reconocer su voz y seguirlo solo a Él. Pero para que este crecimiento espiritual sea genuino, tenemos que hacernos responsables de nuestras decisiones y aprender en el camino, aun cuando fallemos.

Cuando dos adultos tienden a sacrificar tiempo, dinero, salud u otras necesidades personales por buscar siempre el bienestar del otro o son tan exclusivos entre ellos que no permiten opiniones externas o no hay libertad de decisión propia, se crea una codependencia. 

Puede parecer que son ejemplos puros de amor fraterno e incondicional por haber tanta preocupación y entrega el uno por el otro, pero en realidad están atrapados en una relación tóxica muy dañina. En estos casos, es posible que poner límites ya no sea suficiente y que convenga más salir por completo de esa relación. 

Recordemos que somos individuos con necesidades e historias distintas y Dios trata con nosotros de manera personalizada. Nunca es tarde para volver a empezar y enderezar nuestras relaciones, romper nuestros patrones dañinos, perdonar o buscar ayuda y sanar. Sí hay esperanza y es posible volver a confiar. 

Podemos poner límites sanos de ahora en adelante, precisamente porque tenemos un Dios al cual imitar, que obra en nosotros y nos da nuevas oportunidades. 

Dejemos a Dios actuar a través de nosotros y Él hará grandes cosas en la vida de otros. Busquemos la integridad y transfiramos luz. Seamos sal y vida. Hablemos con honestidad al definir las expectativas de nuestras relaciones y al poner límites. Y caminemos junto con otros reconociendo que todos necesitamos madurar en nuestra relación con Dios para crecer y avanzar en su Reino.


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