Cómo ser feliz
La felicidad de una persona no consiste en un cambio de vida ni en los bienes que posee
Por Juan M. Isáis (1926-2002)
Personalmente creo que el hombre tiene derecho de ser feliz. Pero sin duda es este principio lo que nos lleva a formar ideas erróneas desde nuestra infancia. Mas de una vez las circunstancias de la vida nos obligan a pensar que otros son más felices que nosotros y que algún día, tarde o temprano, alcanzaremos también la meta.
Así las cosas, el niño razona: Yo no soy feliz porque tengo que levantarme temprano para ir a la escuela, tengo que ayudar a mi mamá a lavar los trastos y cuidar a mis hermanos. Pero cuando termine mi primaria ya seré más grande y entonces seré feliz.
Empieza la secundaria y la preparatoria. Los problemas aumentan porque ya las clases de español son más fuertes y se tiene que ver con doña álgebra, sus hijas ecuaciones y la abuelita trigonometría. Los dolores de cabeza crecen y nuestro consuelo se cifra en el fin de cursos cuando nos entreguen el diploma de bachiller.
El día llega, el momento solemne, nos emocionamos y nos sentimos felices. Pero terminada la fiesta, los papás nos llaman y nos preguntan: “Bueno, ¿y ahora qué profesión piensas seguir o a qué universidad quieres entrar?
¡Más estudios! ¡Se vuelve a ir la felicidad! Entonces decimos que seremos felices al graduarnos de la universidad. ¡Qué orgullosos nos vamos a sentir! ¡Qué alegría! Para muchos ese día llega, pero pronto el título llega a ser como cualquier otra cosa y la felicidad se nos va.
Ah, pero es que seremos felices cuando nos casemos, cuando vayamos hacia el altar al compás de la marcha nupcial. Tarde o temprano llega ese día también, y una vez que ha pasado la luna de miel, empiezan los problemas de adaptación en el matrimonio. Hay que aprender a pensar junto con la esposa o el esposo y no es tan fácil. Entonces dicen el uno al otro: “¿Sabes por qué no somos felices? Porque nos hace falta una flor en nuestro jardín, un niño que alegre la casa.
Aparece el niño, y entonces empiezan a levantarse a medianoche, a correr a la farmacia, ver al doctor, cambiar pañales y la felicidad desaparece. ¿Ahora qué? Pues los jóvenes padres deciden que lo que falta es otro niño para que se entretengan los dos y los problemas se duplican.
Los esposos siguen razonando y piensan que la causa de su frustración es que los hijos son pequeños, pero cuando sean grandes, será distinto. Efectivamente, entonces los problemas son más grandes porque ya son independientes.
Dice un refrán que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Sí, la felicidad no consiste en un cambio de vida.
Por otro lado, el pobre piensa que la felicidad está en ser rico y tenerlo todo. La persona que renta desea tener su casita. Lo interesante es que entre tanto que el pobre piensa que la felicidad está en la riqueza, el rico mira por la ventana de su mansión y dice: “¿Ves a ese recogedor de basura? Es más feliz que yo, pues no tiene que pensar en las leyes sociales, en si baja la moneda o no, que si entra un ladrón por la noche…
Esto es real. Ciertamente, la felicidad del hombre no consiste en los bienes que posee. Así lo dijo Jesucristo.
Otros se imaginan que para ser feliz, lo ideal es viajar, conocer y luego hablar con la experiencia propia. Cuando visité la Argentina y los amigos allá supieron que era mexicano, me dijeron: “Ay, dichoso de usted, es tan lindo México. Mi sueño es hacer un viaje hasta los Estados Unidos. ¡Qué feliz me sentiré encontrarme allá!
Pero en México me dicen: “¡Qué lindo debe ser Argentina! ¡Sur América! Dichoso usted que conoce a los gauchos.
Los del norte creen que la felicidad está en el sur y los sureños lo contrario.
Un tercer grupo cree que lo mejor es no creer nada. Dicen: “Muerto el perro se acabó la rabia”. Según ellos, Dios no existe, el alma es una fábula, lo mejor es no creer nada. Francamente, no estoy de acuerdo. La negación de las realidades es negativa y no puede producir felicidad que es positiva.
Ciertas personas llegan al extremo de quitarse la vida. Las cartas dejadas por ellas hacen pensar en distintas razones, pero el fondo es uno: No son felices. Desgraciadamente, quitarse la vida pensando en dejar de sufrir es una mentira, porque cuando se es infeliz aquí en la tierra, seguirá igual en la eternidad aun cuando se entre por la puerta del suicidio.
Los que creen que un cambio de vida les traerá lo que han anhelado, están equivocados, pero sí, existe la felicidad. El secreto está en lo que dijo el obispo de Hipona: “Oh, Dios, tú nos hiciste y nuestras almas no descansarán hasta que se encuentren en ti”.
El hombre es una vasija de Dios y solo cuando la ocupa Jesucristo es feliz. La felicidad está en tener a Cristo en el corazón, no al teórico, no al histórico ni al gran maestro, ¡no! Debemos tenerlo como el Cristo vivo y resucitado, amarlo con todas las fuerzas del alma y seguir sus mandatos.
Esa es mi experiencia. Yo anduve desconsolado, sin rumbo, pero un día di con Cristo y Él llenó mi corazón de gozo. Usted puede descubrir el mismo secreto para llegar a ser como yo, un hombre feliz.
La felicidad se halla en la fe del Hijo de Dios.