La verdad a pesar de las consecuencias

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En tiempos de crisis, es más importante que nunca, que seamos conocidos por nuestra honradez absoluta

Por Elisabeth F. de Isáis (1925-2012)

Era una situación muy difícil. El niño de diez años de edad había robado un libro casi sin darse cuenta. Era un fanático de la lectura; su madre decía que la casa se podía caer por un incendio o un terremoto y su hijo seguiría leyendo como si nada. Y ahora de repente lo tenían fuertemente agarrado de un brazo y lo estaban acusando:

“Gerardo, ¿sí o no tomaste este libro de la maestra?

“Sí, pero es que me confundí”, se defendió Gerardo... “Tengo uno igual y creí que era el mío. Se lo regreso de inmediato”. 

“Pero robar un libro es igual que robar cualquier cosa, tienes que entenderlo”, insistió la voz implacable de la directora de la escuela.

“Sí, señorita, nunca lo volveré a hacer”. Gerardo estaba realmente apenado y avergonzado. Aceptó su castigo reconociendo su culpabilidad de manera sincera.

¿Verdad que es muy difícil confesar la verdad en ciertas situaciones? Pero es una excelente cualidad de carácter que todos debemos practicar siempre. ¡Qué maravilloso sería, si pudiéramos confiar en la palabra de todas las personas sin excepción! 

Pero desgraciadamente, parte del deterioro de nuestra sociedad hoy en día es la falta de valor para decir la verdad a cualquier precio. Las consecuencias pueden ser penosas, pero es mejor enfrentarlas que vivir con la conciencia manchada o apagada.

El niño de nuestra anécdota estaba diciendo la verdad y el robo del libro había sido sin intención debido a una confusión. Pero ¿cuántos habrían actuado como Gerardo? Muchos niños y también adultos, usarían cualquier pretexto para evitar las consecuencias de sus acciones. 

Antes los hombres ni siquiera necesitaban un papel firmado, mucho menos ir con un notario, cuando daban su palabra acerca de un contrato, se sabía que lo iban a cumplir cabalmente. ¡Hermosa confianza!

Pero ya no vivimos en esos tiempos. Sería muy bueno que pudiéramos ejercer nuestra influencia para bien de nuestra comunidad al ser un ejemplo de confiabilidad. Al pasar el tiempo poco a poco todos se darían cuenta de que nuestra palabra es segura. 

Jesucristo dijo en su famoso Sermón del Monte: “Sea vuestro hablar: Sí, sí, no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:37). 

Uno de los grandes líderes del cristianismo del primer siglo, Santiago, escribió: “Que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigan en contradicción” (Santiago 5:12).

Nuestros amigos y otros contactos nos tendrán mayor respeto cuando comprueben que nuestra palabra sí vale, que nunca decimos mentiras ni siquiera a medias, y que pueden contar con nosotros sin importar las presiones en contra. 

Muchas personas se olvidan de que lo que vale es nuestro buen nombre a largo plazo, no lo que se dice en el momento.

Abraham Lincoln dijo: “Puedes engañar a parte de la gente todo el tiempo, y a toda la gente parte del tiempo, pero no puedes engañar a toda la gente todo el tiempo”. 

Tarde o temprano nos descubren si no somos genuinos, si jugamos un poco con la verdad, si nuestros juramentos no son confiables. Y cuando eso sucede, ¡estamos arruinados en verdad! Nadie querrá ayudarnos cuando tengamos problemas si saben que no hemos mostrado perfecta integridad en el pasado.

En tiempos de crisis, es más importante que nunca, que seamos conocidos por nuestra honradez absoluta. Aun dentro de la familia, es un asunto básico. ¡Qué terrible que un hijo pierda la fe en su padre o en su madre porque le ha dicho una mentira o viceversa! 

Todavía peor, cuando una esposa descubre que su marido la ha engañado en un detalle pequeño. Para tener éxito, seamos íntegros en todo.  

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