El regalo de los enfermeros

Foto por Isaac Arteaga

Su presencia era como la de un ángel guardián

Por Adaía Sánchez Martínez

Un precedente digno de imitar

Para la mayoría de las personas, los hospitales representan un lugar que no deseamos frecuentar. Son sinónimo de enfermedad, incertidumbre y a veces, de muerte. 

El año pasado tuve que visitar hospitales más de lo que me hubiera gustado. Sin embargo, una de las formas en las que Dios mostró su gracia y misericordia durante estos episodios fue a través de la atención de excelentes enfermeros y enfermeras. 

Recuerdo una vez en que mi esposo tuvo que ser trasladado en ambulancia al hospital por lo que pensamos que era un infarto. Él me contó que lo que le transmitió un poco de calma en esa noche de susto, fue la presencia de un enfermero que lo recibió en el hospital. Le habló con una voz suave explicando lo que estaba sucediendo y asegurándole que todo iba a estar bien. Tan grande fue el impacto de ese pequeño acto que estábamos seguros de que se había tratado de un ángel enviado por Dios.

Mi bebé recién nacido tuvo que pasar casi 15 días en el hospital en su primer mes de vida, y Dios proveyó de manera increíble para nosotros al asignarnos al mejor enfermero de la NICU (Unidad de Cuidados Intensivos de Neonatos). 

Se refería a mi bebé como «el príncipe» y lo trataba de esa manera. Se tomó el tiempo de explicarnos para qué servía cada máquina alrededor de la incubadora, lo que agradecimos infinitamente como padres primerizos. Siempre procuraba darnos unos minutos extras en la hora de visita y nos mantenía al tanto de los resultados de los estudios y procedimientos que los doctores dictaban.

Fue una gran bendición saber que mi pequeño estaba en manos de un enfermero tan amable y empático, cuando yo no podía estar a su lado. Su presencia era como la de un ángel guardián que velaba por el bienestar de mi hijo en ese punto tan crítico de su corta vida.

También viene a mi memoria cuando me estaba preparando para el nacimiento de mi bebé. Como mujer organizada, busqué en internet listas de las cosas que debía llevar en la maleta del hospital. Todas sugerían llevar «regalos para tus enfermeras». Cuando llegó el momento, pude entender por completo la razón de este consejo. 

Son las enfermeras las que conocen los detalles íntimos de los cuidados que requiere una nueva mamá, sobre todo después de una cesárea. Ellas son las que te ayudan a levantarte y caminar por primera vez después de la cirugía, literalmente son las encargadas de llevarte al baño, cambiarte y bañarte, como si tú fueras el bebé.

Una amiga que tuvo cáncer de mama, me contó que cuando la iban a operar de una mastectomía, un enfermero se acercó a ella. Aparte de tomarle los signos vitales quiso prepararla mentalmente y brindarle apoyo emocional a ella y a su familiar, ya que conocía el proceso tan fuerte que estaba por venir.

Se tomó un buen tiempo para preguntarle cómo se sentía en realidad, no físicamente sino en el corazón, y le dio unas palabras de esperanza para el futuro con información práctica que él había adquirido por su experiencia. Fue muy conmovedor.

¿Cómo es posible que una persona cuide con tal dedicación y paciencia a alguien que ni siquiera es de su familia? ¡Qué vocación tan admirable! Los enfermeros están presentes en los momentos más vulnerables de la vida, en los nacimientos, la muerte, la enfermedad y la invalidez. 

Quizá en alguna ocasión nos ha tocado cuidar a algún ser querido enfermo, puede que haya sido sólo por algunos días o por una larga temporada. No podemos negar la pesada labor que conlleva estar disponible para una persona que no se puede valer por sí misma, ya sea de manera transitoria o definitiva. De hecho en muchos de estos casos, recurrimos a nada más y nada menos que a los enfermeros para esta tarea.

Como cristianos, la Biblia nos llama a ejercer este tipo de amor en acción. En Mateo 25 encontramos las palabras de Jesús: «Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; fui forastero y me dieron alojamiento; necesité ropa y me vistieron; estuve enfermo y me atendieron; estuve en la cárcel y me visitaron[...] Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí» (Mateo 25:35,40b).

Los enfermeros ejemplifican este concepto de manera admirable. Por eso, en su día, elevamos una oración para que el Señor los llene de paciencia, amor sacrificial y compasión, para que sigan iluminando con esperanza los pasillos de los hospitales, recordándonos la presencia cercana de Dios en medio de nuestra necesidad. ¡Dios los bendiga!


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