El camino hacia el contentamiento

Foto por Marian Ramsey

¿Qué hacer ante la insatisfacción, la queja y la comparación?

Por Sara Trejo de Hernández

Cuando era pequeña, mi mamá me decía: «Niña, siempre estás disgustada». No sé qué me pasaba, pero todo me molestaba. Cuando eso me sucedía, mi abuelita o mi mamá me decían: «Parece que te levantaste con el pie izquierdo». 

Como los niños son muy literales, yo pensaba que si me levantaba con el pie derecho lograría estar contenta. Así que aunque mi cama sólo me permitía levantarme con el pie izquierdo, porque del otro lado estaba la pared, me esforzaba por pisar primero con mi pie derecho.

Por supuesto, esto no funcionó. Por muchos años seguí siendo malgeniuda, enojona y malhumorada, en particular con mi familia. 

A los 18 años conocí el Evangelio. El gozo de la salvación inundó mi vida y Dios comenzó a transformarme. Estuve dispuesta a ser dócil con mi mamá y obedecerla. Sin embargo, todavía había en mí una actitud de insatisfacción, comparación y crítica, que seguía oculta. Aún tenía mucho que aprender de mí misma y el Señor me lo revelaría poco a poco. 

Dios me dio un esposo conforme a Su corazón, eso fue un gran regalo. Después llegó nuestro primer hijo y luego el segundo. Todo parecía ir bien hasta que mi esposo se quedó sin trabajo y cuando encontró otro, el salario no era tan abundante como antes. Por muchos años tuvimos que apretarnos el cinturón y fue entonces que mi insatisfacción, queja y comparación, surgió de nuevo. 

«¿Por qué si nosotros éramos fieles a Dios, trabajábamos para Él y lo obedecíamos, no nos daba un trabajo con un buen salario, como a otros de nuestros amigos?». Esta era una queja sin respuesta. Yo quería torcerle la mano a Dios, mostrándole todas nuestras buenas obras como quien entrega un magnífico currículum. 

Mi malestar permanecía, sin que lo compartiera con nadie. Sólo se ahondaba esa raíz de insatisfacción y disgusto. Teníamos que ahorrar en todo y aunque lo hacía, siempre me sentía incómoda, preocupada y molesta por la situación. 

En una ocasión, la predicación de mi iglesia se basó en el pasaje de Pablo que dice: «Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense!» (Filipenses 4:4), y la ilustración que compartió fue de un hombre ruso llamado Chejov, (la verdad no sé si se refería al dramaturgo). 

Chejov era un hombre al que no podían hacerlo quejarse por nada. Por ejemplo, si hacía mucho frío decía: «¡Qué maravilloso tiempo! Esto quiere decir que tendremos una estupenda primavera». Tanta positividad, molestó a unos jóvenes de su pueblo y buscaron cómo hacer que hablara mal de algo o se quejara. 

Encontraron un animal muerto que olía terrible y estaba agusanado. Fueron a buscar a Chejov para mostrarle el cadáver y ver qué cosa buena podía decir de esto. Cuando Chejov llegó les dijo: «¡Admirable! ¿Pueden ver qué dientes tan blancos tiene este animal?».

Cuando el pastor terminó la ilustración, yo me dije que quería ser como este personaje, pero aún tenía un largo camino por recorrer. Cada vez que había un problema económico volvía a las andadas, dudando, quejándome en mi interior y sintiéndome pobre e infeliz. 

En una de esas ocasiones, para mí fue muy claro que el Señor me decía: «Si no estás conforme con lo que tienes, puedes buscar otra forma de ingresos. Yo te tengo en donde estás, pero si quieres, eres libre para tomar otro camino». En ese momento entendí que estaba siendo malagradecida y necia. 

Dios me había mostrado que a pesar de los ajustes de cinturón, Él siempre nos proveyó para todo lo que necesitábamos y aún más.

Por fin descubrí que el contentamiento no tiene que ver con lo que tengo o recibo, sino con una actitud de agradecimiento, donde no cabe la comparación ni la queja. Él tiene un plan para mi vida y eso incluye el ingreso mensual, mis talentos y capacidades, mi relación con los demás y aun mis pérdidas (de objetos, dinero, salud y relaciones). 

Es mi decisión aceptar con agradecimiento todo lo que me toque experimentar, aunque sea «malo» y disfrutar al máximo de lo bueno. El contentamiento se basa en estar convencida de que Dios hace que todas las cosas cooperen para mi bien porque lo amo y soy llamada por Él (Romanos 8:28).

Solo así puedo decir como Pablo: «…he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» (Filipenses 4:11b).


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