¡Está conmigo!

Foto por Andrea Hernández

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Dios no nos asegura que evitará los momentos difíciles en nuestra vida

Por Enid Madai Chávez Argott

La próxima vez que acudas a un centro de salud observa con atención a los niños que muy a su pesar, y en contra de todo un sistema de creencias que dicta que la cura contra cualquier enfermedad consiste en un caramelo y un beso de mamá, son llevados para ser vacunados contra muchas enfermedades. 

No conozco a un solo niño que disfrute la sensación de una aguja clavada en su piel pero este es un tormento necesario para gozar de buena salud. Los he visto llorar, suplicar, patalear y hasta huir por los pasillos para burlar a los médicos, pero nunca funciona. 

El llanto es, en la mayoría de los casos inevitable y por más que mamá o papá lamenten presenciar el dolor de su pequeño, nunca he visto a uno tomar a su hijo y llevárselo para eludir el rato amargo. 

¿Qué ayuda a soportar esos acontecimientos en la niñez? La presencia de papá, mamá o ambos. Es cierto que el dolor no es menos intenso, pero la seguridad que da el saber que alguien que nos ama está ahí y que no dejará que pase nada malo, es lo suficientemente reconfortante para sobrevivir a la aguja enemiga. 

Mi parte favorita siempre es el apapacho post vacuna en el que se oye un: “ya pasó”. 

Al recordar mi propia infancia lo que ha permanecido con los años es la confianza en mis padres, que aumentó con cada experiencia. Entre más difíciles eran las circunstancias, más grandes se veían ellos a mis ojos, y mayor era la seguridad que me brindaban. No importaba lo que pasara, yo podía confiar en ellos. ¡Siempre estaban conmigo! 

Dios no nos asegura que evitará los momentos difíciles en nuestra vida. Es un hecho que entre más se angoste la senda frente a nosotros, mayores serán las pruebas. Lo que sí ha prometido es estar con nosotros para caminar tomados de su mano. Con cada experiencia, podemos estar confiados en que la siguiente vez aunque la prueba tal vez sea más dura, Él seguirá siendo el más poderoso y caminará con nosotros, sin importar qué haya de por medio: una aguja, un problema, una enfermedad o la misma muerte.  

 “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Isaías 43:2).


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