Un aborto en curso
Una historia de vida
Por Brenda Liz Rodríguez
Los nombres de las personas siempre han llamado mi atención. Cuando conozco a alguien, me pregunto por qué le nombraron así. ¿Por tradición, el calendario, alguien famoso, la moda, por los abuelitos?
Tan importantes me son los nombres que le puse a mi primera hija Xaris, que significa «gracia de Dios» en griego. Mi segundo hijo, Caleb, tiene el nombre más conocido, pues es el personaje bíblico que tuvo la bendición de ver la Tierra Prometida. ¿Y el tercero?...
Un embarazo lleno de incertidumbre
En el 2013 me embaracé de mi tercer hijo. Tenía tres meses cuando sentí que algo extraño estaba ocurriendo. Corrí al baño y apenas logré sentarme cuando vi una hemorragia, un sangrado fulminante.
Cuando llegué al hospital y el ginecólogo me revisó, me dijo: «Es un aborto en curso. La dejaré internada. Mañana vengo temprano para hacerle un legrado uterino». Suspiré y cerré mis ojos para orar. El médico, que decía ser ateo, me interrumpió y añadió: «Aquí no hay milagros; no moleste a su Jefe». Respiré profundo.
La lucha por la vida
Postrada en la camilla, le pedí que me revisara e intentara escuchar si aún latía el corazón de mi bebé. En el ultrasonido no se oía nada, así que pedí el intravaginal, donde se percibió un débil «tu-tún, tu-tún». El doctor dijo que le faltaban cinco centímetros «al producto» para salir y repitió que al otro día me haría el legrado.
Esa noche no pude dormir. Me daba vueltas la cabeza y pensaba en si había hecho algo para ocasionar la hemorragia. Le pedí perdón a Dios si en algún momento dije algo inapropiado sobre tener tres hijos. Me sentía asustada, triste y confundida. Me sentía sola, lejos de mi familia, mis amigos, mi país y mi estado. No tenía nada cerca que me brindara consuelo.
Una oración en medio del dolor
En ese momento sólo anhelaba un poco de paz y lo único que me vino a la mente fue alabar el nombre de Jesucristo, darle gracias por su cuidado y protección.
Postrada en la cama del hospital, busqué a mi Dios:
«Señor, te entrego a mi bebé. Reconozco que tu voluntad es perfecta y aunque me dolería perderlo, la acepto si es lo que quieres. Pero, si en tu hermosa, inigualable y soberana misericordia quieres usar todo esto para tu gloria y para que ese doctor vea que aún existen los milagros, por favor, Padre Santo, que mi bebé suba y se aferre a la vida».
El milagro inesperado
A la mañana siguiente, el doctor llegó muy temprano y me revisó. Yo seguía con el sangrado. Él dijo: «Haré un último ultrasonido antes de prepararte para el legrado».
Mucho frío recorría mi cuerpo, tenía sentimientos encontrados y mi rostro estaba serio como una tumba. No se veía la más mínima señal de mi bebé y en el intravaginal apenas se escuchaba su latido. «Qué sonido más hermoso», suspiré.
El doctor dijo que me daría dos horas más y me ordenó relajarme y dormir. Concluido el tiempo, el bebé ya se podía observar en el ultrasonido.
—¿Cuánto subió, doctor?
—Ay, mexicanita esta. Como unos diez centímetros. Ya se ve dentro —me contestó.
—¿No que no existen los milagros, doc?
Él hizo una mueca y me advirtió que tendría un embarazo de alto riesgo.
Un embarazo de alto riesgo
Estuve los siguientes seis meses en reposo absoluto. Cualquier movimiento brusco podría desencadenar un sangrado. No podía cargar ni atender bien a mis otros niños. Ellos sólo se acercaban para que los acariciara. Todos hicimos un gran esfuerzo y vimos la fidelidad de Dios el resto del embarazo.
El nacimiento de un príncipe azul
En el parto hubo una complicación. Tuvieron que reanimarme a mitad de la intervención y a mi bebé le pasaron más sangre por el cordón umbilical, pues se estaba tornando azul.
«Será mi príncipe azul», concluí.
El bebé pesó cuatro kilos. Era grandote, peludo y hermoso. No necesitó incubadora. Era el niño más grande de los cuneros y también tenía el llanto más fuerte.
El significado de Hesed
En una ocasión, como todo niño, se cuestionó si era adoptado y amado, y fue en ese momento cuando le platiqué acerca de su historia y de cómo su Padre celestial lo ama tanto que le dio fuerzas para nadar contra corriente y aferrarse a la vida.
¿Y cómo lo nombré? Hesed, que en hebreo significa «misericordia». Esta palabra hebrea no tiene una traducción exacta, pero se refiere al amor inigualable e incondicional de Dios. Así que cuando oí este nombre lo abracé en mi corazón y todavía hoy pienso que es perfecto para mi bebé.
Una historia de vida