Contemplación y asombro

Foto por Gilberto López

Una disciplina espiritual para practicar en cualquier lugar

Por Andrea Alves

«¡Ven papá! ¡Ven a mirar el mar conmigo! Es tan grande…», dijo el pequeño hijo de un amigo cuando estuvo por primera vez frente al océano. 

La reacción del pequeño me genera una mezcla de ternura y asombro. En su breve experiencia de vida, lo primero que hizo fue pedir la compañía de su padre para compartir aquella vivencia tan impactante.

Y es que el vasto mar; inmenso, azul, poderoso y enigmático, era demasiado sorprendente para él. Contemplarlo lo sobrepasaba.

Esta escena me lleva a imaginarnos a nosotros mismos cuando nos disponemos a contemplar al Dios Creador. Cuando somos conscientes de su grandeza, experimentamos algo parecido. 

Al acercarnos a alguien tan inmenso y poderoso que nos subyuga y nos abarca, y que nos rebasa por completo, nuestro espíritu exclama como ese niño: «Es tan grande…».

¿Qué significa contemplar?

La palabra contemplación, etimológicamente significa «estar en el templo» y templo a su vez significa «espacio sagrado». 

Es decir, que en cualquier lugar donde los hijos de Dios estemos dispuestos a contemplarlo (ya sea en la iglesia o sentados frente a la sencilla mesa de nuestra cocina), dicho espacio se transformará en un lugar sagrado.  

La contemplación no es unilateral, sino que permite que comience un diálogo entre Dios y nosotros. Él también nos observa y nos reconoce. Surge un verdadero encuentro que transforma nuestro interior y nuestro alrededor. Es una experiencia que resulta difícil definir con palabras humanas.

Ahora bien, si aún no hemos tenido esta experiencia no nos desanimemos ni nos sintamos incapaces de alcanzarla. Podemos hacerlo, es parte de nuestro diseño. 

La contemplación: un don de Dios para el hombre

La contemplación es un regalo generoso de Dios para los humanos. Sólo nosotros poseemos esa capacidad de asombro y deleite. En la Biblia, encontramos muchas invitaciones para practicar esta disciplina, por ejemplo, el Salmo 27 dice: «Sólo una cosa he pedido al Señor, sólo una cosa deseo: estar en el templo del Señor todos los días de mi vida, para adorarlo en su templo y contemplar su hermosura» (Salmo 27:4, DHH).

Como dice el salmista, tenemos nada menos que todo el resto de nuestra vida para contemplar la grandeza del Señor. Que este sea nuestro mayor deseo.

La contemplación como práctica comunitaria

Por último, invitemos a nuestro prójimo a compartir juntos esta vivencia de contemplar, como lo hizo el niño frente al mar. Animémonos unos a otros a admirar a Dios, a permanecer ante esa presencia que completa nuestro vivir. El Dios contemplado con seguridad hará el resto.

Tal vez también te interese leer:

7 pasos para meditar en la Biblia

6 consejos para cultivar una vida devocional


Además te puede interesar leer:

Siguiente
Siguiente

El deseo de protagonismo en la iglesia