Un ramo de dolor. La vida de Joni Eareckson Tada
En el hospital los doctores descubrieron que había quedado paralítica
Por Keila Ochoa Harris
Las flores cuentan con una gran tradición en las bodas. Sin embargo, solemos concentrarnos en los pétalos coloridos de las rosas y no en las espinas del tallo, las malas hierbas que trataron de ahogarla y en la muerte de la insignificante semilla.
También olvidamos la labor del jardinero que usó pesticidas, podó las hojas, regó con agua y atendió las necesidades más mínimas de la planta para que produjera perfección. No nos acordamos de que pasaron días, semanas, meses, antes de que finalmente el árbol floreara o el botón expulsara su sensual aroma.
Lo mismo pasa con nuestras vidas. La perfección del alma conlleva un proceso lento, fraguado de problemas y penalidades, invisible al ojo y conocido solo por Dios. El Jardinero por excelencia utiliza el sufrimiento como medio para podarnos. Joni Eareckson Tada comprendió esta lección a temprana edad.
Era una hermosa joven de diecisiete años, alegre y atractiva. Atlética, emprendedora, a punto de ir a la universidad, poseía amigos, una posición social estable y un futuro prometedor. De pronto, en el verano de 1967, nadando con sus hermanas, se tiró de cabeza al agua. Pero el fondo no estaba tan profundo como parecía y se golpeó la nuca.
Sus hermanas lograron rescatarla de ahogarse, llevándola al hospital donde los doctores descubrieron que había quedado paralítica. No volvería a mover los brazos ni las piernas. ¡Qué tragedia! Por casi seis meses, Joni permaneció tendida boca abajo en una cama especial. Durante ese tiempo, Joni oró por un milagro, pero la curación no llegó.
Aun así, su amor por la vida y su fe en Dios la sostuvieron y empezó a mostrar pequeños avances, como sentarse, manejar una silla eléctrica y pintar usando la boca.
Al principio vendió sus cuadros a familiares y amigos. Tiempo después escribió su autobiografía, que se ha traducido a más de treinta idiomas, y participó en una película que lleva su nombre.
El 3 de julio de 1982, Joni contrajo matrimonio con Ken Tada, con quien ha viajado, servido a Dios y compartido sus anhelos. Y aunque su historia suene a un cuento de hadas porque se “casaron y vivieron felices para siempre”, la realidad es que la discapacidad de Joni ha sido un constante recordatorio de la gracia de Dios. En medio de las aflicciones, Joni ha recibido una belleza muy superior a la de una modelo internacional.
Ella misma habla del sufrimiento en muchos de sus libros y nos enseña la sabiduría del Jardinero fiel. El dolor es un instrumento que puede producir dos resultados: moldear nuestro carácter o convertirnos en gente egocéntrica. Las que hemos convivido con personas hipocondríacas sabemos que resulta agotador y frustrante escuchar las mismas quejas día tras día.
Ninguna planta se salvará de las tijeras que podan. Cuando se siembra la semilla, no hay marcha atrás. Los experimentos genéticos que imitan la vida, no se aplican en el terreno de los corazones.
Joni nos dice: “No hay tal cosa como accidentes en la vida del creyente. Si Dios nos manda una prueba, en última instancia es para nuestro bien. Una de las cosas que podemos hacer para nuestros hermanos y hermanas en Cristo es obtener la victoria sobre nuestras propias pruebas”.
Finalmente, el propósito de una flor no es traer gloria para sí misma, sino para Aquel que la creó. Cuando sufrimos, el resultado debe ser que al ver los demás cómo soportamos la prueba, ellos busquen al Jardinero.
Joni no carece de fe, pero no ha existido ese milagro por el que ella ha orado. Sin embargo, ha entendido que la sabiduría de Dios es superior. ¡Qué error es tratar de armar el rompecabezas sin su ayuda! Ella nos cuenta que confía en Dios aun cuando las piezas no encajen.
Joni también explica que el sufrimiento se traduce en confianza. Hay lágrimas, desesperación y dolor, pero la planta sabe que sus pétalos se abrirán porque así lo ha prometido su Creador y Jardinero. No es cuestión de alteración genética ni de poderes sobrenaturales, sino de espera.
¿Esperar? La paciencia juega un papel fundamental en la botánica, pero también en la vida del hombre. Solo un loco se atrevería a sembrar una semilla con la seguridad de que por la noche hallará un árbol. ¿Por qué entonces suponemos que algo así ocurrirá en nuestra propia vida?
Se requiere de un tiempo que solo el Jardinero conoce. Él no lleva prisa y nos comprende porque Él mismo fue una semilla que murió para vivir. Por esa razón, nos dice: “Yo sé cómo y cuándo. Yo ya pasé por ahí. Te ayudaré a enfrentarlo”.
La pregunta no es si vamos a sufrir, sino en qué forma. Pero no vale la pena pasar los días con temor a las tijeras, sino en comunicación con el Jardinero, confiando en que Él sabe lo que hace y lo hará por nuestro bien.
Las palabras de Joni concluyen: “Realmente, si mi fidelidad a Dios mientras esté en esta silla de ruedas le trae gloria a Él, entonces no me importa la desventaja de vivir paralizada”.
Cada persona recibe su propia silla de ruedas, pero si el fruto final es una flor en plenitud, ¿acaso importa?
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