Grandes mujeres de la fe: Catherine Marshall

Entre sus libros más reconocidos resalta la novela Christy

Por Keila Ochoa Harris

Los sueños de juventud y su encuentro con Peter Marshall

A los quince años, Catherine Marshall soñaba con dos cosas: estudiar en el Colegio Agnes Scott y prepararse para el que sería su esposo. Cuando se dio cuenta de que el dinero no alcanzaba para pagar la universidad, su madre le dijo: «Cada problema tiene solución. Pidámosle a Dios que haga este sueño realidad».

Catherine comprendió que la única manera de obtener lo que deseaba era renunciando a ello. Al poner sus ilusiones en manos del Señor, recibió paz, alegría ¡y un sí! Finalmente, estudió en la escuela de su elección, donde conoció a Peter Marshall. 

Nuevamente se enfrentó con un dilema. El joven pastor se hallaba saturado de compromisos, así que su noviazgo se veía interrumpido por salidas y conferencias.

Catherine optó por el camino de la fe y entregó a Dios el amor que sentía por Peter. Tras tres años de espera y prueba, finalmente se casaron el 4 de noviembre de 1936.

No nos extraña que años después Catherine escribiera un libro sobre la oración, y en su capítulo sobre los sueños, dijera: «No cabe duda que es la voluntad del Creador que los deseos y talentos que Él mismo ha sembrado en cada uno de nosotros se realicen».

Superando la enfermedad con fe

A los veintitrés años, Catherine y Peter se mudaron a Washington, D.C., donde Peter presidiría la congregación presbiteriana de la Avenida Nueva York. En 1940, nació su único hijo, Peter Jon, y en la cúspide de la carrera de Peter, Catherine enfermó de tuberculosis. El único tratamiento en aquella época se resumía en reposo absoluto. Los doctores pronosticaron cuatro meses, pero a los dos años, Catherine continuaba enferma.

La frustración de tener un esposo ocupado, un hijo en crecimiento y un cuerpo inválido la forzó a buscar a Dios y aprender más sobre la oración. Leyó un folleto sobre una misionera enferma quien había orado: «Muy bien, Dios. Me doy por vencida. Si tú quieres que sea una inválida, es asunto tuyo. De todos modos, yo te amo a ti más de lo que amo a mi salud».

A las dos semanas la mujer se hallaba restablecida. Catherine comprendió que en su vida faltaba aceptación y paciencia.

La aceptación la distinguió de la resignación. La primera abre la puerta de la esperanza, la segunda la cierra. Pero aún más, debía acompañarla de paciente espera, pues en ese oscuro período donde cesa todo esfuerzo propio, ocurre un asombroso crecimiento espiritual.

Viudez y nuevo propósito en la escritura

Después de su recuperación, Catherine enfrentó otra dura prueba: su esposo Peter sufrió un infarto fatal mientras servía como capellán del Senado de los Estados Unidos. Con sólo 35 años, Catherine quedó viuda y con un hijo pequeño que criar.

En busca de sustento, comenzó a escribir. Su primer libro, Un hombre llamado Peter, una biografía de su esposo, se convirtió en un bestseller. Este fue sólo el inicio de su prolífica carrera literaria, en la que plasmó sus experiencias de fe y crecimiento espiritual.

Un nuevo matrimonio y nuevos desafíos

En 1959, reconoció su necesidad de formar una familia de nuevo y se casó con Leonard LeSourd. Atender de nuevo a un marido y criar a tres niños de corta edad trajeron nuevas pruebas. Entonces surgió de su corazón la oración de insuficiencia. 

«Este reconocimiento y confesión de nuestra insuficiencia es asimismo el medio más rápido para alcanzar la actitud correcta que Dios reconoce como esencial para la oración. Asesta un golpe mortal para el pecado más grande de todos: la independencia de aquel que ignora a Dios».

El legado de Catherine Marshall

Entre sus libros más reconocidos está Christy, basado en la vida de su madre y llevado a la televisión con gran éxito. Sus escritos continúan inspirando a miles de personas en su camino de fe.

Catherine Marshall falleció en 1983 debido a problemas pulmonares. No obstante, su legado sigue vigente a través de sus libros y enseñanzas.

Reflexión final: La verdadera razón de nuestra existencia

Catherine nos recordó que la vida es un don prestado. No tenemos asegurada la salud, ni el esposo, ni los hijos, ni el trabajo.

Agradezcamos a Dios por sus bendiciones, pero aprendamos que no nacimos para casarnos, ni para criar hijos, ni para ganar premios, ni para ser felices, sino como nos enseña Catherine Marshall: «La comunión con Jesús es el verdadero propósito de la vida y el único cimiento para la eternidad».


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