¡Cuidado! Iceberg a la vista 


A veces pensamos que «la ley del hielo» es una buena manera de castigar a alguien

Por Johanna Ochoa

¿Alguna vez aplicaste «la ley del hielo»? Es probable que, al igual que yo, lo hemos hecho más veces de las que nos gustaría admitir.

Para comprender mejor este tema, «la ley del hielo» es la acción de suspender la comunicación verbal con otra persona. Es un acto consciente y deliberado de ignorar a alguien más. Puede durar días, meses e incluso años.

Cuando estamos enojados, decepcionados o en desacuerdo con alguien, podemos llegar a pensar que aplicar «la ley del hielo» es una buena manera de castigar a alguien. Esta actitud refleja de manera indirecta que nos sentimos superiores a la otra persona. 

La indiferencia es sinónimo de menosprecio y va en contra de todo lo que Dios espera de nosotros. El Señor Jesús nos exhorta a «amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos» (Mateo 22:39). 

Cuando los problemas surgen en nuestras relaciones; familiares, amistosas o sentimentales, lo mejor que podemos hacer es buscar a la persona y hablar de ello. Bien dicen que «las cosas se resuelven hablando y no ignorando». 

Muchas veces, aplicamos «la ley del hielo» a personas que queremos, pero esa conducta no corresponde a lo que decimos sentir. Martin Luther King dijo: «Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos». 

Tenemos que ser conscientes de cómo nuestros actos pueden dañar a las personas que nos importan y del efecto que causan en ellas. Leí una frase que dice: «Ser indiferente ante alguien es condenarlo al peor de los desprecios. La omisión es más hiriente que cualquier acción». 

Cuando estamos molestos, decepcionados o irritados con alguien, seamos intencionales en no dejarnos llevar por nuestras emociones ni por el momento. De ser necesario, busquemos un tiempo para reflexionar y pensar con claridad. Es importante hacerle saber a la otra persona que tomaremos ese tiempo por el bien de la relación. No podemos nada más desaparecer e ignorarla. Esas conductas no son saludables ni maduras.  

Aprendamos a responsabilizarnos de nuestros actos y a tener una comunicación asertiva en nuestras relaciones interpersonales. No dejemos que el orgullo e indiferencia sean más grandes que el amor y la bondad. Busquemos siempre imitar lo bueno.

Sigamos el consejo de Juan: «El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos» (Juan 13:35) y seamos imitadores de Cristo.


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