Bienaventurados los mansos

Foto por Sergio Mendoza

La palabra manso no tiene nada que ver con concepciones peyorativas

Por Mirna Sotomayor Lechuga

¿Manso? Suena a algo difícil de desear, porque se tiene la idea de que una persona mansa es débil de carácter, sin personalidad o tonta. Sin embargo, no tiene nada que ver con esas concepciones peyorativas. 

 El origen de la palabra manso es muy honorable y admirado.  Es un término militar de caballería que significa «acostumbrado a la mano».

En el pasado, los caballos de guerra eran muy preciados, pues era complicado conseguirlos. De treinta o cuarenta caballos salvajes que se atrapaban, solo dos o tres eran aptos para la guerra. ¿La razón? Eran indomables, independientes y testarudos. Amansar un caballo con estas características era un arte de paciencia, dedicación, firmeza, disciplina, amor, castigo, sufrimiento y compromiso profundo.

Un caballo de guerra y su jinete tenían una relación única, ya que la vida de ambos dependía de cuánto se conocían. El caballo aprendía todos los movimientos de su dueño, desde los más bruscos hasta los más sutiles y casi imperceptibles. 

Además, debía entender la voz del jinete y sus silbidos. De igual forma, el jinete debía conocer a su caballo por completo y acostumbrarlo al toque y manejo de su mano, pero también al de su cuerpo; puesto que en el combate el jinete guiaba al caballo principalmente con sus piernas, pues sus manos estaban ocupadas con la espada, el arco y flecha o cualquier otra arma.

El caballo por su lado era un animal fuerte, ágil, inteligente, de trote ligero y agresivo. Debía ser capaz de mantenerse tranquilo en situaciones de ruido y confusión,  avanzar a gran velocidad por el campo de batalla y aprovechar el empuje de su carrera para arrollar al enemigo, haciendo la diferencia entre la victoria y la derrota.

La Biblia nos habla de dos hombres mansos: Moisés y Jesucristo. Ambos aceptaron con obediencia la guía y voluntad de Dios (esto es lo que significa manso en hebreo). Y por esa obediencia y sumisión a la mano de Dios, el Señor hizo cosas grandes y maravillosas. 

Con Moisés sacó de la esclavitud al pueblo amado de Dios, Israel, por medio del cual vino el Mesías. Con Jesucristo envió perdón, salvación y libertad a todo ser humano. Eran «caballos de guerra» que trajeron gloria a Dios.

Jesucristo dijo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mateo 5:5).

Dios nos llama a ser mansos para poseer la tierra, porque los campos ya están listos para la cosecha; es decir, que peleemos por las almas con las armas de nuestra milicia que no son carnales, sino poderosas en Cristo. Armas que ya nos entregó cuando venimos a Él.

Zacarías 10:3b dice: «Pero Jehová de los ejércitos visitará su rebaño, la casa de Judá, y los pondrá como su caballo de honor en la guerra». Reflexionemos, si estamos en el rebaño del Gran Pastor de las Ovejas, Jesucristo, somos llamados a ser un caballo de honor en la guerra. La pregunta es: ¿estamos acostumbrados a la mano de nuestro Señor?


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