Sobre la fe y lo imposible

Descubrí que la imposibilidad más importante, tiene que ver con nuestra relación con Dios

Por Susana Chow Pangtay

“Las cosas difíciles las hacemos primero. Lo imposible toma un poco más de tiempo”.    

¿Suena a broma? La palabra imposible, significa simplemente: “no es posible, no se puede hacer”. Tiene que ver con nuestras limitaciones. En el mundo en que vivimos es un reto constante tratar de lograr lo que se considera como imposible.

En un tiempo escalar a la cúspide del Everest se consideraba como algo imposible de lograr. Sin embargo, ahora sabemos que muchos hombres y mujeres han experimentado el estar parados en la cima del mundo. Caminar sobre la luna ya no es una imposibilidad. Hasta hace unos cuantos años se consideraba que la clonación era algo imposible, pero obviamente ahora ya no lo es.    

Por otro lado, es curioso que somos muy rápidos en admitir la imposibilidad del cambio cuando se trata de asuntos del corazón y del alma. La psicología popular de nuestros tiempos nos ha convencido de que somos lo que somos, debido a factores deterministas que tuvieron lugar durante nuestros años de formación, además del código genético trasmitido por nuestros padres. Y no debemos esperar que las cosas cambien.    

Pensando en estas ideas, me cuestionaba sobre qué es lo que la Biblia tiene que decir sobre las imposibilidades. Descubrí que la imposibilidad más importante, tiene que ver con nuestra relación con Dios. “Sin fe es imposible agradar a Dios: porque para acercarse a él, uno tiene que creer que Dios existe y que recompensa a los que lo buscan”, dice Hebreos 11:6.    

¿Cómo se pueden obtener las recompensas o galardones de la fe?

Muy simple. Pero no sin esfuerzo. El término fe está conectado a la expresión de una búsqueda diligente, o sea, completa.    

¿Cuál es la naturaleza de la fe?

Solamente aceptar la realidad de Dios y construir nuestras vidas en ese estado de conciencia. En el mundo actual, no es una tarea sencilla, ya que todo el tiempo nos rodea el mensaje de que lo “real” es solo lo que podemos ver, oír, oler, saborear y sentir. Pero en la mayoría de los casos, ninguno de estos cinco sentidos puede aplicarse a nuestra experiencia con Dios.    

Jesús llamó sabia a la persona que “oye sus palabras y las pone en práctica” (Mateo 7:24). Usó la analogía del fundamento, algo que está abajo y no se ve, igual como la base de la fe.    

Me pregunto: ¿Qué estamos haciendo para fortalecer este fundamento? La fe cuando es contraria al sentido común, se convierte en fanatismo. El sentido común cuando es antagónico a la fe se vuelve racionalismo. Y la vida de fe une a ambas en una relación correcta. El sentido común no es fe, y la fe no es sentido común, ya que se relacionan con lo que es natural y lo espiritual, lo impulsivo y lo inspirado.   

Nada de lo dicho por Jesucristo es sentido común. Más bien es sentido revelado, y alcanza la orilla en donde falla el sentido común. La fe requiere ser probada antes de que la realidad de la fe sea un hecho. 

Dice la Biblia que “Sabemos que todas las cosas son para el bien de los que aman a Dios” (Romanos 8:28), por lo que no importa qué suceda, la alquimia de la providencia divina transforma la fe ideal en realidad ideal. La fe siempre trabaja en la línea personal. El propósito de Dios es poder ver la fe ideal realizada en sus hijos.    

Por cada detalle en la vida del sentido común, existe un hecho revelado a través del cual podemos experimentar prácticamente lo que creemos que Dios es. Es un tremendo principio activo que siempre coloca primero a Cristo como Señor.    

Jesús nos dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Parece locura, pero yo me aventuraré a confiar en su Palabra. Convertir la fe en una posesión personal, es siempre una lucha. Dios nos trae a circunstancias difíciles para educar nuestra fe, porque la naturaleza de la fe es poder hacer el objeto real.    

Hasta que conocemos a Jesucristo, Dios es una mera abstracción. No podemos tener fe así. Pero en el momento que escuchamos a Jesús decir: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, entonces tenemos algo que es real y la fe no tiene límites.    

La fe es la totalidad del hombre, relacionada con Dios por el poder del Espíritu de Jesucristo. Entonces podremos experimentar lo que significan sus palabras: “Todo es posible para aquel que cree”. Podremos poner en práctica su gran promesa:  “Pedid y se os dará;  buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. ¡Nada será imposible!

Anterior
Anterior

Suicida, invidente, feliz

Siguiente
Siguiente

El impacto de una película