Eclipses proféticos

La Iglesia, como la luna, no tiene luz propia. Solo refleja la luz del Sol. ¿Cómo influye sobre el mundo?

Por Susana Chow Pangtay 

Nuestra tierra recibe la luz del sol en el día y el de la luna en la noche. La luna tiene un efecto muy poderoso sobre todo lo que tiene agua. De allí vemos su efecto sobre las mareas, y en los seres humanos que contienen un alto porcentaje de agua. No solo nos afecta físicamente, ya que el ciclo de reproducción de la mujer es lunar, sino también de manera psicológica, de donde se acuñó el término lunático. 

Un fenómeno de la luna es lo que llamamos un eclipse lunar rojo, que ocurre cuando la tierra pasa entre el sol y una luna llena. Entonces se bloquea la luz del sol y causa una sombra sobre la luna, produciendo un eclipse lunar.

A menudo durante un eclipse lunar total, la luna no está completamente obscura, sino que está débilmente iluminada con una luz roja debido a la refracción de la atmósfera de la tierra que filtra los rayos azules del sol. En estos tiempos modernos, la alta concentración de dióxido de carbono en la atmósfera contribuye a darle ese color rojo tan espectacular a la luna. 

A veces ocurre un eclipse lunar cuando la tierra está cubierta con una gruesa capa de nubes que evitan la refracción de la luz. Esto provoca que la superficie de la luna esté completamente obscura (como tela de cilicio).

El eclipse lunar rojo es una de las señales mencionadas en la Biblia como preámbulo de la segunda venida de Jesucristo, porque dice: “Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto y el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvió toda como sangre” (Apocalipsis capítulo 6, versículo 12). 

Otro tipo de eclipse es el solar, cuando la luna se sitúa entre el sol y la tierra.  

En 1996 hubo dos eclipses lunares sobre Jerusalén y cayeron precisamente en dos fiestas importantes en el calendario judío. Una luna como “tela de silicio” (totalmente obscuro) apareció el sábado de Pascua, el 3 de abril, y otro eclipse lunar rojo sangre apareció el 26 de septiembre, exactamente en la noche de la fiesta de los Tabernáculos. Pero el 22 de marzo de 1997, en el día festivo del Purim, ocurrió un eclipse lunar de 90 por ciento. Y el 16 de septiembre de 1997 justo a la mitad de los días de Teshuva (arrepentimiento), sucedió otro eclipse. 

Pensando en esto, ¿qué probabilidades existen de que cuatro eclipses lunares ocurran sobre Jerusalén exactamente en fechas tan significativas para el pueblo judío? ¿Acaso esto puede ser accidental, o son señales de Dios? 

Si consideramos que el mes judío Nisan es el primer mes del año, de acuerdo al Éxodo capítulo 12, entonces los primeros tres eclipses ocurrieron en un período de justo un año bíblico, de abril 1996 a marzo 1997, lo cual seguiría el patrón de las Escrituras que establece el hecho de tener “dos o tres testigos”.

El profeta Joel nos dice: “Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová” (capítulo 2, versículos 30 y 31). 

Asombrosamente, ocurrió un eclipse solar catorce días después del eclipse lunar rojo. ¿Por qué en tales días festivos? Las tres fiestas más importantes en el calendario judío son la Pascua, el Pentecostés y los Tabernáculos. ¿Acaso puede haber alguna duda de que estos eclipses lunares sean mensajes de Dios y que señalan un significado para cada uno de esos días festivos? 

I. La Pascua

Jesucristo fue crucificado hace cerca de 2,000 años en el día de la Pascua. Los detalles de su muerte corresponden a los rituales de la Pascua del Antiguo Testamento, o sea el sacrificio del cordero pascual. En la primera Pascua, el ángel de la muerte alcanzó a todos los primogénitos de Egipto. En la segunda Pascua, el Primogénito de Dios murió en la cruz del Calvario. 

II. Día del Pentecostés

Cincuenta días después, en la fiesta del Pentecostés (también conocida como la fiesta de las Semanas), el Espíritu Santo se derramó sobre los discípulos de Jesús por primera vez, iniciándose así la era de la Iglesia. La Iglesia Primitiva fue sellada por el Espíritu Santo. ¿Acaso es posible que en algún Pentecostés venidero los 144,000 judíos sean sellados? 

III. Los Tabernáculos

Esta fiesta celebra las primicias de la cosecha. Fue durante la fiesta de los Tabernáculos cuando el rey Salomón dedicó el gran templo en Jerusalén. ¿Acaso será posible que el tercer templo sea dedicado en alguna fiesta de los Tabernáculos venidera? ¿Acaso nos lo declara la luna? 

En los eclipses tenemos una metáfora teológica. En Malaquías capítulo 4, versículo 2, vemos que uno de los muchos nombres que se le dan a Jesucristo, es el de Sol de Justicia. “Pero para vosotros, los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá sanidad”. 

La Iglesia, como la luna, no tiene luz propia. Solo refleja la luz del Sol. ¿Cómo influye sobre el mundo? La Iglesia está formada por todos aquellos que han sido redimidos por la sangre de Jesucristo derramada en la cruz del Calvario.

Cada miembro que la constituye, recibe la luz del Sol de justicia que es Cristo mismo, en la medida que se niega a sí mismo. Así obtiene las características de lo que en física se denomina el Cuerpo Negro, o sea una naturaleza capaz de absorber todas las radiaciones, no importa cuál sea su longitud de onda o su ángulo de incidencia (de la riqueza o la pobreza, de la salud o enfermedad, de los débiles o de los fuertes). 

Una vez que llega al equilibrio, el cristiano empieza a irradiar esa energía, pues “Vivo, no ya yo, sino vive Cristo en mí”, por lo que puede cumplir con el mandamiento de Jesucristo que dice: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, de modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Evangelio de Mateo, capítulo 5, versículo 16). 

Como cristianos debemos ser la luz del mundo, pues nuestra vida en Cristo es visible y permite advertir contra el peligro que se cierne sobre la humanidad si continúa sin el Señor. También somos usados por Dios para indicar la ruta hacia Aquel que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Evangelio de Juan, capítulo 14, versículo 6). Además compartimos al mundo la seguridad de una vida redimida, perdonada y transformada por la luz del Sol de justicia que es Jesucristo. 

Proclamemos la Palabra con denuedo: “He aquí el tiempo aceptable, he aquí el tiempo de salvación”. Maranatha, ¡Ven Señor Jesús!

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