El niño valiente

Foto por Cynthia Ramírez

En aquella ciudad, si alguien no caminaba bien, no podía trabajar

Por Elisabeth F. de Isáis (1925-2012)

Tim era un niño muy diferente a los demás, porque venía de un hogar donde su mamá y su abuelita creían en algo que se consideraba extraño en su pueblo. Casi toda la gente tenía ídolos, pero eso no le gustaba a la familia de Tim. Trataban de proteger a su pequeño de las malas influencias. ¡Imagínate la burla que le hacían algunos de los otros chicos!

Tim tenía un vecino que se dedicaba a pedir limosnas día tras día, porque nunca había podido caminar, pues era cojo desde bebé. A veces Tim platicaba con él y sentía mucha lástima por su sufrimiento.

En aquella ciudad, si alguien no caminaba bien, no podía trabajar y el cojo (llamado Alejandro) estaba desesperado porque quería sentirse normal como cualquier otro. Por supuesto, era un sueño imposible.

Tim siempre andaba brincando y corriendo y se gozaba en ello, excepto cuando miraba a Alejandro sentado con su cara triste. Entonces Tim corría a su lado y lo acompañaba un rato, como un buen amigo.

De pronto, ocurrió algo inusual, y de verdad, así fue. ¡Tim no podía creerlo! Dos extranjeros iban caminando por el pueblo, y cuando vieron a Alejandro, se pararon en seco. Naturalmente él les pidió una limosna, pero no le dieron nada. Entonces uno de los hombres le preguntó que si le gustaría caminar. ¡Eso ni se pregunta! Alejandro, por supuesto, dijo que deseaba estar sano ¡con toda su alma!

Entonces, el extranjero dijo unas palabras especiales y,  aunque no lo creas, ¡Alejandro se levantó y empezó a andar y a brincar por primera vez en toda su vida! ¡Y nadie tuvo que enseñarle! Muy pronto una multitud llena de emoción los rodeó. Nadie había visto semejante milagro jamás.

Y como el pueblo creía en un montón de deidades alguien dijo que, los que habían sanado a Alejandro, tenían que ser dioses. A uno, que tenía un rostro muy bondadoso, lo querían llamar Júpiter. Y al otro, un hombre más bajito y que parecía no ver muy bien, lo llamaron Mercurio porque era el que hablaba más. Trajeron un toro y muchas flores. Estaban bailando y celebrando con la idea de matar al animal como un sacrificio a Júpiter y Mercurio.

Pero los dos extranjeros protestaron que no eran dioses, que más bien habían llegado a Listra con la idea de enseñar a la gente acerca del Dios verdadero y de su Hijo Jesucristo. Los líderes sintieron mucha confusión, hasta que llegó otro grupo de personas que dijo: «¡Estos dos hombres son malos! ¡No les crean nada!».

Y así, tan pronto como habían sido impresionados con la sanidad del cojo, la gente cambió y empezó a atacar a los dos visitantes que habían hecho algo tan maravilloso. ¡Cómo es la gente de olvidadiza y mal agradecida!

Tim estaba ahí, en medio de todo este alboroto. Para su sorpresa, vio cómo sus vecinos empezaron a tirarle piedras a los dos extranjeros que habían hecho el milagro. Al que habían llamado Mercurio, le dieron tan duro que parecía estar muerto y su compañero, al que habían llamado Júpiter, había quedado casi igual. Después de un rato, cuando las multitudes se aburrieron de tirar piedras, se fueron.Tim y Alejandro tomaron a los dos hombres y los llevaron fuera del lugar para ver qué sería de ellos.

Entonces Tim corrió a su casa para contarle a su mamá y a su abuelita todo lo que había pasado. Ellas le preguntaron muchos detalles y finalmente dijeron: «Parece que son siervos de Dios y de Jesucristo. Debemos ir a orar por ellos».

Juntaron a algunos otros creyentes de Listra y salieron a donde estaban los cuerpos tirados. Allí un hombre del grupo oró con mucha fe y ¡los dos hombres se levantaron! ¡Otro gran milagro! Tim no sabía cuál sorpresa era mayor. 

Resulta que los verdaderos nombres de los extranjeros eran Pablo y Bernabé. Eran misioneros que viajaban por muchos países hablando de Jesús. Ambos agradecieron a los que habían orado por ellos y decidieron que lo mejor sería viajar aquella misma noche a otro lugar.

Alejandro no dejaba de darles las gracias por haberlo sanado y le animaron: «Sólo vive para Jesucristo y su causa, y ayuda a dar las buenas nuevas a otros». Tim estaba muy feliz porque su amigo ya no tendría que pedir limosna. Ahora podía trabajar.

Cuando Tim creció y a pesar de haber visto cómo la gente de su pueblo quería matar a los misioneros, llegó a ser un gran ayudante en el ministerio de Pablo. Él se refería a Tim con mucho cariño  y le decía «hijo». Nosotros lo conocemos como Timoteo. Toda su historia está en la Biblia, en el libro de los Hechos y las dos cartas a Timoteo. ¿Verdad que es emocionante?  


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