El ratón que quiso ser oso
Descubre lo que aprendió este pequeño ratón
Por Patricia Pérez Briones
Aquella mañana fresca de verano, el sol bañaba las ramas de los robles, pinos y sauces. Casi todo en el bosque lucía normal; casi todo expresaba gratitud hacia la mano creadora del Señor. Solo Bizni, un pequeño ratón de campo, no estaba conforme con ser solo un ratón. Deseaba ser algo grande y novedoso, así que decidió cambiar y decir que era un oso hibernando.
—¡Pero Bizni! Tú no eres un oso ni estamos en invierno, —dijo Lory, su hermana mayor. Continuó con entusiasmo: —¡Salgamos a correr entre las flores! ¡Brinquemos entre la espesura del pasto! ¡Juguemos a las escondidas entre las piedras! ¡Vamos Bizni! Busquemos comida en el bosque como todos.
Bizni sin moverse siquiera, exclamó furioso: —¡No! ¡No puedo salir porque soy un oso hibernando y no un ratón! Lory, puedes marcharte y dejarme en paz.
Lory, después de acariciar las rosadas orejas de su hermanito, lo cubrió con una cobija de lana gris claro. Ahogando un sollozo, bajó la cabeza y salió del agujero arrastrando su larga cola. También llevaba los bigotes para abajo.
Bizni, tres noches atrás en su acostumbrado paseo por el campo, estaba escuchando atentamente los conciertos de los grillos y la música de las alas de luciérnagas cuando oyó una plática fascinante. Un viejo búho decía con ronca voz: —¡Sí, cof, cof, pequeño Coch! Esos osos pasan todo el tiempo en su madriguera cuando llega el invierno, cof, cof.
—¿Y no salen ni a jugar? —quería saber el más joven de los búhos. Había siete alrededor del ancianito, trepados en los sauces.
—¡No, Coch! No salen de su cueva en todo el invierno. ¡Son en verdad admirables! Aunque también son muy lentos.
—¡Ahhh! —exclamaron todos. Eso fue lo que hizo a Bizni desear ser un oso y vivir en invierno. Desde aquel momento se abrigó, acomodándose en un cálido rincón de su cueva. Esa madriguera solo tenía dos salidas: la principal, que siempre usaban ya que los llevaba a un hermoso campo, y la segunda que se encontraba después de recorrer un largo, obscuro y lodoso túnel para llegar al borde de un precipicio.
Chocaban las primeras gotas de lluvia como perlas contra la espesura de hojas verdes y secas. ¡Tin, tin! Algunas se escuchaban caer sobre el espejo de los charcos.
Lory regresó al agujero con comida para Bizni. Entró buscando una toalla. —¡Brrr! Qué mojada me dio el tigre cuando pasó veloz junto a mí pisando charcos. Los pájaros y las ardillas ya se prepararon para el aguacero que se avecina, Bizni. Espero que hoy sí comas algo. Esto se ve ¡riquísimo! Además creo que...
Bajó la voz para escuchar mejor. Algo sucedía...
¡Tzzz, tzzz! Una serpiente se acercaba peligrosamente a la cueva de los ratoncitos. Lory abrió enorme sus ojos, negros como el fondo del hocico de la culebra venenosa, y dio un grito angustiado:
—¡Sígueme, Bizni! ¡Salgamos de prisa!
Pero Bizni estaba entumido. Lory quiso ayudarle a levantarse, solo que Bizni suplicando le decía: —Es inútil, Lory. ¡Déjame! Y ponte a salvo por favor.
Por un milagro de Dios, Lory logró escapar ante que la serpiente como lengua de dragón asomara la cabeza por la cueva.
—Tzzz, tzzz, —silbaba. —¡Je, je, je! Creo que saborearé un rico ratoncito, tierno y gordito.
De pronto, Bizni arrojó la cobija contra el ropero.
—¡Dios mío, ayúdame! —clamaba en su interior. Sin más pérdida de tiempo corrió por el túnel. Se oían sus patitas sobre el lodo como un niño pequeñito corriendo sin zapatos. Cuando casi lo alcanzaba, la serpiente se atoró en la parte más baja. Mientras luchaba por zafarse para continuar la persecución, Bizni llegó al final del túnel. No tenía mucho qué escoger: o saltaba al abismo para deshacerse en el choque brutal contra las piedras, o era cena de la serpiente venenosa.
Como un rayo de sol descubrió en un instante la montaña, Bizni vio abajo un arbusto. Se arrojó decidido sobre él. Como papalote volaba por el aire y como calabaza cayó sobre la planta.
—¡Por la gracia de Dios soy un ratón de campo! —exclamó feliz, colgado de sus patas traseras y enroscada la cola en una vara donde la serpiente no lo podía alcanzar.
Tomado de la RP 43-4, julio-agosto2015