Puff y Rex

Foto por Andrea Hernández

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Considera con cuidado de quién te dejas impresionar

Por José Arturo del Rivero

Un borrego llamado Puff corría por la pradera feliz por estar en el campo. Sus padres lo veían dando saltos por todos lados. Las demás ovejas, más grandes que Puff, solo se dedicaban a comer el pasto que estaba a su alrededor. Mientras el pastor, tendido en la hierba, dormía con el sombrero tapando su cara.

Puff veía a todos tan tranquilos que se desesperó. ¡Él no quería ser como ellos! Deseaba estar con ovejas más rudas y menos miedosas, así que cuando sus padres se distrajeron, salió hacia el bosque para ver si podía encontrar a alguien con quien jugar. Saltó y corrió por todo el lugar pero no encontró a nadie atemorizante o valiente. Solo vio a un par de mariposas, unas hormigas y a una ardilla más miedosa que él. 

Desilusionado, emprendió el regreso. De repente una ramita cayó de un árbol y se enredó en la lana del asustadizo Puff. Sin éxito se sacudió de un lado a otro para quitársela. De repente oyó una voz: —¡Ándale toro! Que te voy a domar. ¡yajuuuuuuu!

—Y una lagartija cayó de su espalda al piso riendo a carcajadas. 

El asustadizo Puff le preguntó: —¿Qué eres? 

La lagartija se puso de pie y mientras hacía poses para enseñar sus pobres músculos, gritó: —Soy Rex, el aventurero legendario y lo único que quiero es divertirme. 

Puff se sentía muy feliz por su nuevo compañero y quería ser igual que él. Le pidió que le mostrara las cosas grandiosas que podía hacer. Rex lo miró con arrogancia y le señaló un árbol frente a ellos. Salió corriendo y subió hasta la copa en segundos. Ya arriba, Rex le gritó: —Bola de algodón, ahora te toca a ti. 

Puff impresionado trató de hacer lo mismo pero sus patitas no le permitían escalar.

Después de varios intentos logró subir un poco tratando de abrazar el árbol, pero pronto cayó al suelo como un costal de papas. Una carcajada burlona resonó por todo el lugar. Rex bajó del árbol tan rápido como la risa se lo permitió. Ya en el suelo se acercó a Puff y le dijo al oído: —Si de verdad quieres ser mi amigo tienes que ser tan bueno como yo, pero lo dudo mucho,  —y desapareció.

Puff lloró por no ser tan diestro como su héroe. Al regresar al rebaño su papá lo vio triste y le preguntó: —¿Qué te pasa? 

Puff mintió y dijo que se sentía mal por comer unas hierbas raras.

Al día siguiente el corderito corrió hacia el árbol donde estaba la intrépida lagartija. Rex lo estaba esperando para presumirle su próxima hazaña. Tomó su cola con las dos patas delanteras y la jaló tan fuerte que se la arrancó. Puff asombrado no podía creer que alguien hiciera eso sin demostrar ni un poco de dolor. 

Rex lo retó: —Tienes un día para hacer lo mismo. Solo así seremos amigos. 

Puff preocupado decidió intentarlo. Pero ¿cómo se cortaría el rabito?   

—Hasta para eso soy un inútil —pensó. 

Cuando regresó a la granja vio un hacha clavada en una pequeña mesa de madera. Tenía miedo, pero la decisión estaba hecha. Puso su cola sobre la mesa. Con el hocico levantó el hacha. Quería dar un solo corte para así ganarse el respeto de su amigo. Ya no estaría solo aunque eso implicara quitarse su esponjada colita. 

A punto de dejar caer la afilada cuchilla, sintió un golpe en la cabeza que le hizo soltarla. Era su padre, quien en tono preocupado, le preguntó: —¿Qué haces?

Puff le explicó que Rex era muy valiente y le había hecho una propuesta para poder ser parte de su grupo de amigos. —A ese tipo de personas, —le explicó su papá—, solo les gusta presumir y siempre terminan mal. Un verdadero amigo te acepta tal como eres sin ponerte a prueba ni exigir que hagas cosas peligrosas. 

Puff se sintió mucho mejor y al día siguiente fue a ver al malvado reptil. Le dijo todo lo que le había enseñado su padre y que ahora entendía que Rex era un cobarde al que solo le gustaba presumir. Rex se enojó tanto, que para demostrar su valor, retó a Puff a entrar a una cueva que estaba cerca de allí. 

Como Rex decía que no le tenía miedo a nada, entró corriendo a la cueva. Pasaron unos segundos cuando se escuchó un gran rugido. La lagartija salió disparada gritándole a su mamá. Puff, asustado lo siguió pero se detuvo al escuchar una voz risueña: —¡Puff, soy yo! 

Asombrado vio a su papá salir de la cueva. Se había escondido ahí para darle una lección al presumido de Rex. 

Puff aprendió a ser él mismo y a divertirse con los nuevos amigos que llegaron al rebaño. En cuanto a Rex, nunca lo volvieron a ver.

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