Nido vacío
En esta etapa, la pareja queda sola
Por Jenny Rodríguez Nava
“Se acabó, ya no tengo razón para vivir. No puedo con esta soledad. ¿Ahora qué será de mí?”.
¡Qué reacción tan llena de dolor! Quizá pensemos que es una persona que acaba de perder a su prometido, esposa(o) o padres. En realidad, nos estamos refiriendo a una persona que ha iniciado lo que llamamos la etapa del “nido vacío”.
Fue McIver (1937) quien hizo popular este término para denominar así a la fase en que los hijos salen del hogar y dejan a la familia de origen para conformar su propia vida. Aunque es más común que se presente el síndrome del nido vacío en mujeres por su rol de cuidadoras, también le sucede a los hombres.
El nido representa seguridad y calidez, el sitio donde los hijos reciben todo lo necesario para su crecimiento y desarrollo de parte de sus progenitores, y así una vez listos, puedan volar y hacerse cargo de su supervivencia y formar nuevos nidos.
Entonces cuando el nido se queda vacío, ya no hay a quién alimentar, cuidar y proteger. La pareja queda sola para emprender nuevos vuelos.
En este periodo se necesitan hacer cambios y renegociaciones, o retomar planes y proyectos que quizá se quedaron guardados en un cajón mientras se ejercía el rol de padres. De lo contrario la persona puede experimentar una serie de síntomas físicos y emocionales como: soledad, tristeza profunda, vacío, falta de propósito, desánimo, sentimientos de culpa, falta de concentración, resentimiento contra los hijos por su “abandono”, o pensamientos como: ya no soy necesario y ya no sirvo para nada.
También en esta etapa de la vida pueden resurgir conflictos no resueltos porque se descuidó la relación de pareja durante los años de crianza de los hijos. Es por esto que el reencuentro puede ser complicado y desencadenar una crisis individual o en el matrimonio.
Es normal sentir tristeza y en ocasiones nostalgia de las risas y llantos infantiles, de las discusiones con los adolescentes, de las noches de insomnio o preocupación por una enfermedad o las fiestas familiares. Sin embargo, es una etapa más que debemos vivir con aceptación y la satisfacción del deber cumplido.
No es el fin. Es el comienzo de algo nuevo que nunca hemos experimentado, pero la actitud con la que lo enfrentemos será determinante para seguir adelante con gozo.
Consideremos las ventajas:
Más tiempo libre
Menos gastos
Reencontrarse con la pareja
Más posibilidades para viajar
Oportunidad de realizar algunos sueños pospuestos
Crear nuevas amistades y actividades
Cuidarse e invertir más en uno mismo
Servir y darse a otros
Meditemos en qué actitud adoptar cuando nuestros hijos se marchan de casa. Debemos establecer nuevas metas y agradecer a Dios por habernos permitido completar la tarea de ser padres y expresar: ¡Misión cumplida!
Después de un breve periodo de tristeza y nostalgia, preguntémosle al Señor: ¿Qué sigue? ¿Qué tienes para mí? Entonces sí, ¡disfrutemos la nueva etapa!
“Todo tiene su tiempo” (Eclesiastés 3:1).
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