¿Y después de la jubilación?
Todo tiene su tiempo
Por María Guadalupe García Monterrubio
A más de treinta años de servicio docente, me resistía a la jubilación. Mi trabajo como profesora de español y teatro en nivel secundaria me había dejado hermosas experiencias con mis alumnos y mis compañeros maestros.
Lamentablemente, a fines del 2009 recibí el diagnóstico de diabetes, y mi ánimo y productividad comenzaron a declinar. En febrero del 2010, una prima de mi esposo me invitó a su iglesia (en la cual todavía me congrego). Yo acudí en un principio con la intención de pedir a Dios que aliviara mis síntomas.
Ahí conocí a varias personas con la misma condición que la mía, incluido el pastor. Así encontré en la diabetes la oportunidad de entender cómo funciona mi cuerpo, y la fortaleza para ejercitarme en la disciplina. Me quedó claro el significado de 2 Corintios 12:7-10, donde el apóstol Pablo pide a Dios que le quite un aguijón de la carne, a lo cual el Señor le contesta que debe bastarle su gracia.
Encontré el segundo gran aprendizaje en Eclesiastés 3:1-9, donde habla acerca de que hay un tiempo para todo. Había disfrutado el tiempo de trabajo, pero ya era momento de soltarlo y vivir el tiempo de reposo. Durante los cuatro años siguientes, agregué a mis actividades el aprendizaje de aplicaciones de las tecnologías en el aula. No tenía idea de lo mucho que me serviría eso.
Por fin me jubilé en julio del 2014. Unos días después fui invitada a dar clase durante una semana en la Escuela Bíblica de Vacaciones a niños de 11 y 12 años. Tuve esta misma bendición en 2015 y 2016.
Pero el ministerio que me ha exigido mayor compromiso ha sido el de dar clase de discipulado a un grupo de adultos a partir de septiembre del 2015, gracias a la invitación de una maestra en la iglesia. Terminamos los cursos de discipulado básico y ahora estamos con cursos avanzados.
También he podido dedicar tiempo al coro de la iglesia, a participar en las reuniones de mujeres y a recibir a personas que asisten por primera vez al templo.
En la pandemia, los cursos de discipulado y las reuniones de estudio bíblico migraron de lo presencial a lo virtual. Dios tenía un plan para mí y me había preparado con anticipación. Ahora también tomo clases virtuales de historia e interpretación de la Biblia.
Dios ha puesto en mi corazón el sueño de ser consejera bíblica, para ayudar a personas con problemas de depresión o ansiedad a encontrar sentido a su vida, como yo lo he encontrado en Cristo.
El Señor ha sido bueno. En su voluntad agradable y perfecta me ha dejado, junto con la jubilación, tres maravillosas bendiciones:
Liberación de mis afanes. Con frecuencia olvido mi condición de diabética, así que me esfuerzo en cuidar mi alimentación y mis hábitos.
Aprovechamiento de mis dones. Sigo ejerciendo la profesión que Dios me permitió estudiar.
Tiempo para la convivencia y el servicio. Sin la presión de los horarios que me imponía la escuela, puedo estar dispuesta y disponible tanto para los ministerios como para los festejos.
«En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:35).
Recuerdos de mi infancia