El cáncer, mi maestro

Foto de la familia Palumbo

Ha sido un camino difícil y a la vez una experiencia fascinante

Por Tami M. de Palumbo 

Nunca olvidaré el día 15 de enero, porque recibí de mi médico la noticia más temible de todas las que he podido escuchar: «El cáncer ha invadido su hígado y no es operable. Podemos aplicarle tratamientos más fuertes de quimioterapia con la esperanza de que extienda su vida algunos meses. No le puedo ofrecer nada más».

Aunque ha sido un camino difícil, al mismo tiempo ha sido una experiencia fascinante. Dios me ha enseñado acerca de su fidelidad, su bondad y su amor. Quiero dar testimonio de la verdad de las palabras de Romanos 8:28: «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados».

 Te comparto siete áreas en las que el cáncer me ha enseñado cosas importantes:

  1) El cáncer me ha acercado más a Dios. En lo espiritual, no soy la misma persona que fui hace casi siete años. Como dice Oseas 5:15: «En su angustia me buscarán».

Todo empezó en el verano del año 2001. Mi esposo Miguel estudiaba y yo visitaba a mis padres junto con nuestros cinco hijos, en aquel tiempo de entre cuatro y catorce años de edad. Como los abuelitos los llevaron a una escuela bíblica de vacaciones, yo aproveché las mañanas para prolongadas sesiones de estudio bíblico y oración.

En aquella época sentía que mi vida espiritual no iba muy bien, pasaba más tiempo en el «hacer» que en el «ser». Recuerdo que clamaba al Señor, quería conocerlo más a profundidad y ver su gloria. Le rogaba que usara mi vida para darle honra y gloria. Inclusive repetía la oración de Jabes: «¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio!» (1 Crónicas 4:10).

No me imaginaba que en agosto de aquel mismo verano emprendería un viaje nuevo y temible, aunque a la vez ha sido una experiencia increíble con Dios, para amarlo y conocerlo más íntimamente.

  2) El cáncer me ha enseñado a practicar estar en la presencia del Señor. Durante un retiro reciente, nuestro director Javier Voelkel nos recordó una promesa que todos conocemos pero que a veces olvidamos: «Nunca estoy sola».

Varias semanas antes de mi primer diagnóstico, enseñaba una clase bíblica a las mujeres de nuestra iglesia acerca del Salmo 23. La mañana de mi biopsia, antes de salir para el hospital leía el Salmo de nuevo y oraba. Sentí que el Señor me decía: «Toma mi mano, Tami, yo te guiaré. Te llevaré despacio para que no te caigas y no esperaré que vayas rápido porque no conoces el camino o lo que viene adelante. Pero yo te guiaré con ternura y amor».

Dios nunca me ha dejado.

Mi esposo ha sido un ejemplo increíble de fidelidad durante estos años. Me ha acompañado a mis citas y múltiples tratamientos, aunque en ocasiones no puede estar conmigo. 

Por ejemplo, durante las radiaciones me acostaban medio desnuda en un cuarto frío y estéril, sobre una cama de acero inoxidable con una pequeña almohada para mi cabeza. Después de alinear mi cuerpo, los técnicos se escabullían hacia fuera antes de cerrar la gruesa puerta y que la luz roja empezara a relampaguear: «Peligro, radiación».

Era un tiempo solitario y espantoso para mí. Una vez al estar así, sintiéndome humillada, empecé a imaginarme cómo habría sido para Cristo estar sobre la cruz. Pensé: «Yo no escogí tener cáncer, pero Él sí escogió sufrir, morir y ser humillado sobre la cruz por mis pecados». Aquel día mi corazón se desbordaba de gratitud y sentí la presencia de Dios de manera poderosa.

Algunos de los mejores tiempos de alabanza y adoración de mi vida, han ocurrido al estar sentada en un cuarto oscuro y frío esperando por una hora para que el material radioactivo inyectado en mi cuerpo tuviera tiempo para asimilarse y entonces hacerme un escaneo PET. He sentido su presencia a la medianoche cuando el sueño se me escapa y mis pensamientos me llevan a muchas partes. El Salmo 23:4 ha llegado a ser una realidad en mi vida:

«Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento».

  3) El cáncer me ha enseñado que Dios es soberano. Hace como seis meses, Miguel me sugirió que viera un programa sobre la salud en la televisión. Pobre de mi esposo, no se imaginaba cómo reaccionaría.

Era una entrevista con una mujer acerca de su batalla con el cáncer de seno. Su caso y el mío eran muy similares: nuestra edad, el tipo de cáncer, el diagnóstico primario, etcétera. Ella recibió su tratamiento en un importante centro de cancerología y una amiga nutrióloga le hizo una dieta específica para su caso. Siete años después escribió un libro; estaba totalmente curada y yo no.

Empecé a llorar. ¡No era justo! Ella ni siquiera tenía hijos. Aquel día en mi cocina al preparar los alimentos, sollozaba. Entonces Dios impactó mi corazón con un pensamiento: ¿Quién era yo para cuestionar lo que el Alfarero hizo con el barro? Hizo con ella lo que Él consideraba mejor y conmigo también.

Pocos días antes había leído en mi Biblia: «¡Qué modo de pervertir las cosas! Como si el barro fuera igual a aquel que lo trabaja. Un objeto no va a decir al que lo hizo: “Tú no me hiciste”, ni una pieza de barro al que la fabrica: “No sabes lo que estás haciendo”» (Isaías 29:16 DHH).

Las palabras de Javier Voelkel en aquel retiro resonaron conmigo al recordar que no debemos comparar nuestras circunstancias a las de ninguna otra persona. Dios tiene un plan específico para cada uno. No debo envidiar la buena salud y el cuerpo fuerte de nadie más. Dios tiene un propósito para mí.

  4) El cáncer me ha enseñado acerca del «sacrificio de la alabanza». No recuerdo el origen de lo que sigue, pero lo apunté en mi diario en julio pasado:

«Cuando pienso en un sacrificio de alabanza, pienso en la palabra “abrazar”. El abrazar la voluntad de Dios aunque los sentimientos no están allí, es ofrecer al Señor mi corazón totalmente dedicado a sus propósitos. Es creer, como dice Romanos 12:1-2, que puedo comprobar en la práctica que el plan de Dios es “bueno, agradable y perfecto”».

Como familia hemos experimentado el sacrificio de alabanza en varias ocasiones. Recuerdo una vez en especial. Miguel y los hijos estaban lejos y yo en una clínica naturista. Hasta entonces habíamos sido optimistas en cuanto al tratamiento que habíamos escogido. 

Un día me avisaron que el cáncer ya estaba en mis huesos. Viajé para estar con la familia. ¿Cómo reaccionarían mis hijos a las malas noticias? Pedí mucha oración por nosotros al enfrentar este momento. Aquella noche compartimos la situación con los chicos. Hablamos, lloramos y oramos juntos.

Entonces empezamos a cantar alabanzas, mi hijo Jonatán al piano. Después de un momento se secaron las lágrimas, las sonrisas aparecieron y la presencia de Dios llenó ese lugar. Es fácil alabar al Señor cuando todo va bien, pero llega a ser un sacrificio cuando existen problemas. Sin embargo, es lo que debemos de hacer.

  5) El cáncer me ha enseñado a entregarme totalmente a la voluntad de Dios. Por naturaleza soy una persona a quien le gusta controlar las cosas. Me encanta planear, organizar y asegurarme de que todo va bien. Pero esta enfermedad es algo que no puedo controlar. Aunque va contra mi tendencia natural, debo entregar mi voluntad al Señor y repetir lo que dijo Jesús aquella última noche en el huerto de Getsemaní: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa: pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42).

He aprendido que Dios es confiable. De hecho, desde que he quitado mi voluntad del cuadro, Él ha hecho mucho más de lo que hubiera imaginado.

  6) El cáncer me ha hecho anhelar el cielo. Al progresar la enfermedad, mis habilidades han disminuido. Antes era muy deportista; me gustaba el atletismo, jugar béisbol y esquiar, tanto en la nieve como en el agua. Pero a menos que Dios me sane, ya no estaré esquiando más hasta estar en el paraíso.

Hace poco, unos amigos pagaron para enviarnos como familia a una semana de vacaciones de ensueño en Hawái. Al acercarnos a la isla de Maui, el piloto del avión anunció: «Bienvenidos al paraíso». Me reí un poco, porque esta tierra no es realmente el paraíso. Aunque las vistas son increíblemente bellas, mis pensamientos volaron al verdadero paraíso y me regocijé pensando que el cielo es un lugar real preparado para todos los creyentes. Será todavía más hermoso que Maui.

  7) El cáncer me ha permitido experimentar el amor de Jesucristo por medio del cuerpo de sus creyentes en la tierra. El amor de Dios siempre me sorprende. Necesitaría muchísimo espacio para siquiera empezar a contar las innumerables veces en que nos han bendecido. 

Además de las vacaciones en Hawái, dos niñitas, Keila y Kiana Pieters, donaron su cabello para que yo pudiera tener una peluca de calidad. Algunas iglesias que no nos conocían, nos ayudaron proveyendo para todas nuestras necesidades. Nuestras vidas han sido bendecidas por el amor del cuerpo de Cristo.

En estos momentos me siento bastante bien. No parece que tuviera una enfermedad terminal. Espero y pido ser sanada porque creo que todavía tengo muchísimo que hacer aquí, pero mi vida está en manos del Señor. Como dice Job 14:5: «Los días del hombre ya están determinados; tú has decretado los meses de su vida; le has puesto límites que no puede rebasar» (NTV). Espero que esto no sea un adiós, pero si es así, ¡estaré allá al otro lado organizando todas las cosas para ustedes!

Una palabra final: 

«Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. Pues nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo. Sin embargo, ¡nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades! Así que no miramos las dificultades que ahora vemos; en cambio, fijamos nuestra vista en cosas que no pueden verse. Pues las cosas que ahora podemos ver pronto se habrán ido, pero las cosas que no podemos ver permanecerán para siempre. 

Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas» (2 Corintios 4:16-5:1, NTV).

Nota del editor: Tami ganó su batalla contra el cáncer en la primavera de 2008 cuando el Señor la llamó a su presencia eterna.

Adaptado de la revista Prisma Vol. 36-3.


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