¡Que no te gane la depresión!
Descubre cómo hacerlo
Por Sally Isáis
Desde que tengo memoria, he vivido con dolor crónico. Algunas temporadas son más difíciles que otras, pero en medio de todo, Dios me ha sostenido y me sigue dando su gracia y fortaleza cada día.
Por muchos años, no dije nada al respecto. Al ser algo que «no se nota», es más fácil esconderlo. Sólo aquellos que me conocen bien y saben leer las señales de dolor, se enteran.
«Tienes que ser fuerte y seguir adelante ya que la vida no va a esperar a que te sientas bien», fue un mensaje que escuché de manera recurrente en mi niñez y juventud. No se trata de esconder o negar lo que uno siente, sino de manejarlo de la mejor manera posible.
Una de las consecuencias de vivir con dolor crónico, es la sombra de la depresión. Es cansado sentirse siempre mal. Es difícil no saber qué está pasando y en muchas instancias, es frustrante escuchar la respuesta médica cuando no saben qué hacer o cómo ayudar.
Es importante estar conscientes de que estar deprimidas es una posibilidad. No estamos exentas de pasar por esta experiencia, aunque seamos cristianas comprometidas con nuestro Señor y busquemos andar en sus caminos y obedecerlo. Nos puede suceder, y eso no nos hace ni menos cristianas ni menos comprometidas. Es parte de las consecuencias de vivir en este mundo caído.
A través de los años he descubierto algunas acciones que puedo tomar para no caer en la espiral de la depresión. Con seguridad hay otras más, pero espero que estas sean útiles.
Es importante conocernos para identificar las señales de depresión.
a. No querernos levantar de la cama.
Cuando noto que no quiero levantarme por la mañana, es una señal de alarma. Entonces, me obligo a levantarme, bañarme, vestirme y salir a mis actividades.
Aunque no tenga ganas, me tomo el tiempo para maquillarme con más cuidado. Si otros se la pasan diciéndome lo mal que me veo o preguntándome si estoy enferma, me hundo más.
Es importante tomar acción lo antes posible. De otra manera, al otro día todo es peor.
b. El llorar por cualquier cosa, tanto positiva como negativa, puede ser señal de alarma. Debo estar atenta a mis niveles de sensibilidad y buscar ayuda si es pertinente. No es malo llorar. Jesús mismo lloró cuando vio a su amigo Lázaro muerto, pero hay llanto con razón y lloro sin motivo.
A veces me ayuda leer o ver algo que me da risa. Tengo libros de chistes «blancos» que son tan simples que sin duda me hacen reír. Hay películas con escenas chistosas que disfruto y cuando sé que va a venir esa parte, la disfruto desde antes. Busco a amigas con las que invariablemente sonrío. Una buena carcajada es medicina para el cuerpo.
También me ayuda mucho leer los Salmos, en especial aquellos en los que David le expresa a Dios su dolor y desesperanza, y su confianza en Dios. No niega cómo se siente, pero al final siempre, siempre regresa al punto de confiar en Dios.
Por ejemplo, el Salmo 142:1-3, 5 que dice:
«Clamo al Señor; ruego la misericordia del Señor.
Expongo mis quejas delante de él y le cuento todos mis problemas.
Cuando me siento agobiado, solo tú sabes qué camino debo tomar.
Entonces oro a ti, oh Señor, y digo: “Tú eres mi lugar de refugio.
En verdad, eres todo lo que quiero en la vida.
Oye mi clamor, porque estoy muy decaído”».
c. La tristeza constante.
No hay razón para asustarnos si estamos tristes con justificación, ya que la tristeza no es sinónimo de depresión. Cuando estoy triste, me pregunto si existe una razón; además tomo una hoja o cuaderno para hacer una lista de motivos por los que estoy agradecida.
Dice la Biblia en Filipenses 4:8 que pensemos en lo verdadero, lo honesto, lo justo, lo puro, lo amable, lo que es de buen nombre, lo que tiene virtud alguna y aquello que sea digno de alabanza. Cumplir con este mandato siempre me ayuda a fijar mi mente en algo positivo. Entonces doy gracias a Dios por sus bendiciones, respiro hondo y sigo adelante.
También me puedo poner a escuchar o cantar algún himno o coro que anime mi corazón. Música que nos lleve al trono divino, que nos invite a adorar al Dios que nos creó, nos ama y nos ha redimido. La música obra maravillas en nuestro cuerpo.
Es importante mencionar que, si nuestro estado de ánimo se vuelve una nube insistente, recalcitrante e interminable, y parece que no podemos salir de ella, debemos buscar pronto la ayuda de otros que nos pueden y quieren apoyar.
Aunque sintamos en ese momento que estamos solas, en realidad no es así. Sí hay gente que nos ama y se preocupa por nosotros. A veces es la persona que menos esperamos. Busquemos la ayuda que necesitamos.
Quizá nos escudamos en el «no quiero darle lata a nadie», «a nadie le importa» o «aunque quieran, no pueden ayudarme», pero son mentiras. A Dios le importamos y si nos atrevemos a ser vulnerables, siempre habrá alguien que nos tienda la mano.
d. Cuando todo se dificulta más, al grado de creer que ya no podemos seguir adelante. Aquí es importante detenernos a identificar si es porque no estamos durmiendo bien, estamos más cansadas de lo normal, nos estamos enfermando o vivimos alguna situación más estresante de lo habitual.
Hay cambios naturales que nos añaden estrés: el avance de la edad, nuestro estado civil, un cambio en nuestro entorno, si tenemos hijos pequeños, adolescentes o que se fueron a vivir a otro lugar o que están recién casados. Si hemos perdido el trabajo o de pronto tenemos que cuidar a nuestros padres (que siempre fueron independientes), si estamos en edad de jubilarnos, endeudados, etc. La lista es interminable.
Sin embargo, en cualquier caso, sentirnos demasiado abrumadas es una señal de alarma. Busquemos hablar del asunto con alguien y si es necesario, acudir al especialista para su consejo e intervención.
e. Si observamos un cambio importante e involuntario en nuestros hábitos, debemos hacer un examen interior para tratar de reconocer el porqué de nuestras acciones.
No se trata de pensar y obsesionarnos con que cualquier cosa puede ser señal de depresión, pero sí de mantenernos en alerta para atender a tiempo los S.O.S. que nos manda nuestro cuerpo.
Existen diferentes niveles de depresión y gracias a Dios tenemos la ayuda de los profesionales que están equipados para atender cuando los casos son más críticos. Pero si podemos evitar llegar a esos niveles peligrosos, siempre será de beneficio poner de nuestra parte al atender las señales.
Cuando identifico un indicio de depresión, hago lo que yo puedo, comparto con alguien de confianza cómo me siento y pido que oren por mí. Me refugio más en los pasajes de la Biblia que hablan a mi corazón y oro, oro mucho.
Sin embargo, es bueno reconocer que hay ocasiones en las que sí es necesario el apoyo de otras personas, quizá incluso de los profesionales como los psicólogos y los psiquiatras, que incluso nos puedan dar algún medicamento para ayudarnos a salir del pozo de oscuridad en el que hemos caído.
No es pecado deprimirnos, pero sí puede volverse una situación peligrosa si no lo atendemos. No nos creamos autosuficientes, estemos atentas a nuestras debilidades y compartamos con otros nuestra carga. Hay solución con la ayuda de Dios. Él nos ama y ha puesto personas en su pueblo y a nuestro alrededor que pueden ayudarnos. Acudamos a Él para pedir sabiduría y buscar el oportuno socorro.
Descubre cómo hacerlo