Una última oportunidad

Foto por Andrea Hernández

Foto por Andrea Hernández

Lloré cuando me dijo que me amaba, sentía que me iba a lastimar otra vez.

Testimonio de Amelia España García,

contado a Rebekah Meyerend Hitze

“El día que lo eché de la casa, saqué unas tijeras y un cuchillo, rompí toda su ropa y quemé sus cosas. Metí todo en una maleta y le dije que ya no quería saber más de él”, relata Amelia acerca del hombre que ahora es su esposo.  

La pareja se conoció en una fiesta de cumpleaños de un amigo. “Me gustaba mucho bailar y tomar. No sabía nada de Cristo. Cuando una amiga conoció a Ángel, me dijo que estaba muy guapo y que le gustaba para mí. Cuando lo vi por primera vez, no pensé que era la gran cosa. Después me sacó a bailar y platicamos. Nos hicimos amigos, no novios. Hasta que por fin, decidimos vivir juntos. Así fue hasta que no aguanté más sus adicciones y violencia y lo saqué de la casa definitivamente”.

“Pero aun así vivía con miedo”, confiesa Amelia. “Pensé que vendría a pegarme, lastimarme o quemar la casa, pero ya había tomado la decisión y no quería estar con él”.

Gracias flaca”, le dijo Ángel después. “Gracias porque me corriste de la casa. Gracias por todo lo que aguantaste. Si tú no hubieras tenido esta fuerza interior, esta determinación de echarme, yo estaría todavía metido en la adicción, alcoholismo y vida de la calle. No hubiera buscado rehabilitarme”. 

Cuando Ángel se dio cuenta de que había perdido a su familia, su casa y todo lo que tenía, se desesperó. Su papá lo llevó al centro de rehabilitación la Esperanza, donde Dios empezó a transformarlo.

Cuando su suegra le dijo a Amelia que Ángel estaba en el centro, Amelia se quedó más tranquila. Dice: “Podía descansar y dormir bien, ya no era mi problema. Sabía que no vendría a molestarme. Estuvo allí tres años, durante los cuales solo tuvo comunicación dos veces con nosotros. Una vez cuando pidió ver a sus hijos, los mandé solos. La segunda vez yo fui también y noté el cambio que había en él. Ya no era el mismo, hablaba diferente”.

Al salir del centro de rehabilitación, Ángel pidió regresar con su familia. “Pero yo no le creía nada” confiesa Amelia. “Pensé que otra vez mentía. Le dije que podía regresar a la casa pero que yo lo iba a vigilar. Lo puse a prueba durante casi once meses. Lloré cuando me dijo que me amaba, sentía que me iba a lastimar otra vez. Le insistí: No quiero palabras, quiero hechos”. 

Pero vi cómo cambió. Empezó a orar ante los problemas y antes de comer. Me dejaba dinero y era amoroso. Ya no tomaba ni se drogaba. Me dijo que quería estudiar en el Instituto Bíblico y me molesté. ¿Cómo íbamos a vivir sin sueldo, qué íbamos a comer? Tres años en el centro y ahora otros cuatro meses en el Instituto Bíblico era demasiado. Pero él me dijo que Dios iba a suplir nuestras necesidades, que no tenía que preocuparme. Y así fue. Durante esos cuatro meses, nunca nos faltó nada”.

Aun así, Amelia no estaba lista para creer en el Dios que había transformado al padre de sus hijos. “Yo veía cómo leía su Biblia y oraba, y empecé a desear lo que él tenía. Ahora era de veras un siervo, un hombre de Dios. Es un hombre de mucha fe. Yo le tenía envidia y me enojaba cuando veía cómo Dios contestaba sus oraciones. Pensé que Dios era injusto conmigo. Si yo había sido muy buena y Ángel muy malo, ¿por qué Dios lo escuchaba a él?”.

Ángel me dijo que amaba a Dios en primer lugar y luego a mí, y que yo debía hacer lo mismo.  ¿¡A Dios primero y a mí en segundo lugar?! Ángel me estaba poniendo a prueba. Pero sentí en mi corazón una necesidad de Dios y por fin acepté la invitación de ir a la Iglesia con él”. 

El primer día que fui algo pasó en mi corazón. Cuando regresé a casa lloré y lloré. Pero no le dije nada a mi esposo, mi orgullo no me dejaba perdonarlo. Tardé meses en aceptar a Cristo en mi corazón. Pero Dios me trató en una manera muy especial y supe que tenía que perdonar. Por fin un día cuando me preguntaron si quería a Jesucristo en mi vida, lo acepté”.

Cuatro meses después Amelia y Ángel se casaron. Ahora quieren servir a Dios juntos, criando a sus hijos en el temor y conocimiento del Señor Jesucristo. Todo gracias al Buen Pastor, quien vino a dar vida y vida en abundancia.  


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