Muchas veces llegué a dudar de mi salvación

Foto por Andrea Hernández

No tengo una fecha específica de mi salvación

Por Yaribel García Miranda

Nací en un hogar donde se escuchaba y hablaba de la Biblia. Aún recuerdo cuando mis papás fueron bautizados en Lombardía, Michoacán. Yo gritaba y lloraba porque pensaba que los estaban ahogando, que se iban a morir. De alguna manera ese era el propósito, que murieran, pero a su vieja naturaleza.

Era la década de los setentas, recuerdo a mi papá con los ojos cerrados y las manos levantadas enalteciendo a Dios con la música de La tierra prometida. Tiempo después sus tíos formaron un grupo musical donde él tocaba el pandero. No sé qué sucedió, después ya no asistió y dejó de cantar. Se alejó de Dios.

Sin embargo, no desistió de mandarnos a la iglesia evangélica cristiana. Yo fui de esa generación que no veía Odisea Burbujas, porque justo a esa hora estaba en la Escuela Dominical. Allí memorizaba versículos, escuchaba historias bíblicas y cantaba al Creador. 

En ningún momento dejé de escuchar de Dios, siempre estuvo presente en mi vida. Mi bisabuelita, a la que llamábamos «mamá Gelus», era una fiel devota de Jesucristo. Cantaba en el coro y visitaba las misiones. Fui con ella a poblados recónditos del Estado de México. Recuerdo la alegría con la que nos recibían los creyentes, nos hospedaban y nos daban el mejor lugar para descansar. 

Los terrenos estaban muy apartados, sin alumbrado público. Los servicios religiosos terminaban muy noche. Entonces recorríamos las veredas en completa oscuridad. Así volvíamos al hogar donde nos alojaban, solo escuchando la voz del guía y de los grillos. 

Cada año en el mes de agosto el grupo de jóvenes celebraba la semana de la juventud. Era tanto el mover de Dios, que yo, una niña de ocho años, levantaba las manos y lloraba inconsolada.

A partir de aquella experiencia me sentía comprometida con Dios. En casa no éramos fieles creyentes, pero antes de dormir hacía una pequeña oración. También recitaba algunos versículos bíblicos y entonaba un canto, esa se volvió una experiencia diaria con el Señor.

A pesar de esa cercanía habitual con Dios, me alejé de Él durante la adolescencia. En el bachillerato volví al redil con lazos de amor. No obstante, al retornar, llegué a dudar de mi salvación. Sobre todo cuando mis cercanos compartían con fecha, hora, minutos y segundos el día de que hicieron su oración de fe. 

Yo no recordaba nada similar. Solo sabía que Dios siempre me acompañó, no se había alejado de mí, a pesar de mi rebeldía y de que lo llegué a negar. Él no se dio por vencido. 

Intenté elegir un día simbólico, pero no fue posible. Aunque hice esa oración de fe, entendí que Él ya era parte de mí, que era la esencia de mi ser. Sólo pude volver a experimentar su presencia día con día.

Quizá esto suene muy religioso, pero no puedo sacar a Jesús de mi vida ni de mi conversación; es parte de ella. Mi fecha especial es contar, que su salvación se hizo latente cuando reconocí que no podía vivir sin Él.

Muchos no darían nada por mí y viceversa. Incluso he vivido menosprecio y rechazo de gente cercana, pero no conozco mayor amor que el de mi amigo Jesús. A pesar de que no he sido buena, no deja pasar ninguna oportunidad para recordarme que dio su vida por mí.

Sin duda, reconozco que Jesús es mi Salvador. Entre sus planes estaba considerada mí salvación. A pesar de que fui rebelde, Él no se apartó de mí y me dio la oportunidad de volver a empezar. 

Todo el tiempo puedo recordar que Jesús es mi amigo fiel y que es mi Salvador. Aunque no tenga un día en particular para festejarlo.

Yo he creído en Él desde los ocho años, sé que guía mis pasos, que en medio de las dificultades cuento con su gracia y favor. Él me rescató, me libró de peligros y de tomar un camino equivocado.

Una muestra del amor de Dios, es ver a mi papá volver a cerrar sus ojos y exaltarlo. Es una muestra clara de que, aunque nos equivoquemos, Él nos perdona. Él nos recuerda que, cuando decidimos volver, su salvación no tiene fecha de caducidad.

No tener una fecha en particular para recordar el día de mi salvación me hizo dudar de ese rescate divino. No obstante he experimentado lo que dice la Biblia en Juan 1:12: «Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios». ¡Sin duda tengo la seguridad de que soy hija de Dios!


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