La magia de la Navidad
¿En dónde se encuentra?
Por Karen Durán
¿Qué sucede cuando empieza la época navideña, cuando las tiendas exhiben sus llamativas decoraciones y el ambiente se inunda de música y cascabeles?
La agenda se empieza a llenar de un montón de compromisos, y empezamos a hacer listas de pendientes y compras. Entre estos pendientes, está sacar de un lugar recóndito la caja con los adornos y poner el árbol; y claro, eso incluye un viaje apresurado a la tienda a comprar una nueva serie de luces porque la que tenemos ya no enciende.
Planeamos el menú para la cena y nos damos cuenta de que estaremos un par de días enteros en la cocina. Adaptamos el presupuesto para comprar los regalos, hacemos algunos ajustes y consideramos la posibilidad de endeudarnos… otra vez.
Pero pasamos por alto todos los inconvenientes porque nos ilusiona estar con la familia o tal vez no. Quizá estas fechas nos traen malos recuerdos o quizá estamos muy triste porque será la primera celebración en la que no estará ese ser querido que tanto extrañamos. Puede que lleguemos al 24 de diciembre agotadas, sin ganas de celebrar y convencidas de que no podemos escuchar un villancico más. En vez de estar agradecidas, nos sentimos agobiadas, estresadas y exhaustas.
Cuando la Navidad se reduce a reuniones, comida, adornos, canciones, obligaciones y una larga lista de regalos, perdemos de vista el motivo de la fiesta. La cultura actual nos ha hecho creer que la magia de esta época consiste en los obsequios y en la decoración perfecta. Hemos olvidado que hay algo más profundo: un milagro de amor y entrega.
El Creador de todo se hizo carne para habitar entre hombres y mujeres, para hacerse semejante a nosotros y salvarnos. Por un hombre entró el pecado al mundo, por otro hombre tenía que ser redimido, pero ese hombre tenía que ser perfecto, sin mancha.
Por eso Jesús se hizo carne, se infiltró en el vientre de una jovencita. Aquel que sostenía el universo entero, ahora era sostenido y arrullado por su mamá; el Todopoderoso contenido en el cuerpecito de un bebé dependiente y vulnerable.
Jesús se hizo carne para respirar, dormir, comer, cansarse, jugar, lastimarse, trabajar, servir a Dios e ir a la cruz. El mismo autor de todo, identificándose con sus criaturas, el Hijo de Dios muriendo la muerte que no merecía para así restablecer la comunicación que se había perdido con el Padre.
Jesús se hizo carne para salvarnos, ésta es la razón de la celebración. El nacimiento de Jesús nos da esperanza, Él vino a aliviar nuestro dolor, a perdonar nuestro pecado, a llenar el vacío de nuestro corazón, a restaurar los rincones en los que estamos rotas y a encontrarnos cuando nos sentimos perdidas. Esa es la verdadera magia de la Navidad.
Aunque esta fecha no marca con exactitud su nacimiento, ¡qué bueno es tener un día para recordar este milagro, para recordar a Jesús!
Qué alegría contar con una fecha en la que Él es la razón, que Él sea la razón de todos y cada uno de nuestros días. Qué lindo celebrar su nacimiento, que el resto del año nos empapemos de su vida, sus enseñanzas y su ejemplo.
Sin importar las circunstancias en las que enfrentemos esta Navidad, recordemos a Cristo. Cultivemos un corazón humilde, amemos como Él amó, veamos por el bien de los demás, perdonemos con generosidad, gocémonos en su fidelidad. Proclamemos a este niño Rey, que un día nos prometió volver.
¿En dónde se encuentra?