Evaluando el año que termina
¿Qué hacer con lo vivido?
Por Marlene Socorro Herrera
En la recta final del año reflexionamos sobre nuestros avances, las cosas que pudimos resolver, y nuestras fallas, y las cosas que no pudimos terminar.
En primera instancia reconocemos que todo es bendición, pues cualquier experiencia que nos transforma es una bendición. Sin embargo, a veces nos quedamos atorados en los recuerdos dolorosos, de «fracaso» o de pérdida, ya sea que tuvimos control sobre lo que pasó o no.
¿Qué hacer con lo vivido?
Cuando nos enfrentamos a este momento de autoevaluación es imprescindible pedir sabiduría y discernimiento divino para afrontar nuestra realidad.
La frustración y la autocompasión no nos llevan a ningún lado. Tampoco pensar que nuestras vidas no valen, que es injusto o que somos incapaces de afrontar nuestra situación. Necesitamos luchar para salir de ese hoyo existencial.
Enfrentar la realidad puede ser incómodo, pero debemos recordar que somos hijos del Altísimo. La Biblia dice: «Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7, RVR 2015). Él no se equivoca. Él tiene planes para nosotros.
¿Queremos cosas mejores para el futuro? ¿Una mejor relación con Dios y con nuestra familia, o aprovechar mejor nuestros dones y habilidades para la gloria de Dios? Necesitamos redoblar esfuerzos y no quedarnos estancados. La pereza mental no nos lleva a nada bueno. Cuesta trabajo salir adelante, pero no es imposible. Esta es la lucha a la que el Padre nos llama.
Un nuevo año nos provee de una oportunidad sin igual. Aunque es importante reflexionar en nuestras decisiones, buenas y malas, elijamos creer que el Señor está trabajando en nosotros hoy. Partir del presente sin mirar atrás, más de lo necesario, nos ahorra muchas frustraciones.
Aquí comparto algunos recordatorios que me mantienen enfocada al evaluar el año que termina:
Es primordial limpiar nuestros pensamientos
Refrescar nuestros cuerpos con la palabra del Padre. Sentir su amor, tan limpio y bondadoso. Eso nos ayuda a empezar desde cero, a partir desde su amor como el inicio.
Luego ver nuestras fortalezas, nuestras aptitudes y nuestras virtudes. No todo está mal. Hay algo de bueno en cada paso que damos. Es la fe, en su esplendor.
Ver en qué fallamos, ver en qué acertamos y ponerlo en una balanza. Todo sirve, nada es en vano. El mundo no se va a caer, aunque parezca que todo se salió de control. Dios es quien sostiene el universo y nuestra vida en sus manos.
Todo es aprendizaje
Todo nos ayuda. Las situaciones nos levantan o nos lastiman, pero es nuestra actitud la que lo define. La derrota empieza con uno mismo. La lucha se hizo y si no se pudo, ni modo; todo tiene su tiempo.
Cuánta verdad tiene 2 Corintios 4: 8-9: «Estamos acosados por problemas, pero no estamos vencidos. Enfrentamos grandes dificultades, pero no nos desesperamos. Nos persiguen, pero Dios no nos abandona nunca. Nos derriban, pero no nos pueden destruir» (NBV).
Por último
Recordemos que la perseverancia alimenta la esperanza. Si nos caemos, nos levantamos; debemos luchar y recordar que es Dios quien pelea nuestras batallas. No desfallezcamos en nuestros sueños y anhelos, porque la esperanza que tenemos en Cristo no nos avergüenza como dice Romanos 5:5.
Vivir en la Palabra de Dios anima a nuestro espíritu a vivir nuevas experiencias y no darnos por vencidos. La batalla la tenemos ganada, siempre y cuando tengamos una férrea disciplina, nada nos puede derrotar.
Así que vivir de todo, hasta lo más difícil tiene su recompensa. No perdamos la fe. Ya que el amor de Dios nos mueve a ser más como Jesucristo cada día de nuestra existencia.
¿Qué hacer con lo vivido?